Desde el pecado original somos esencialmente iguales en la capacidad de conocimiento del Bien y del Mal. Sin embargo, aquí buscamos precisamente nuestras ventajas. Pero sólo más allá de ese conocimiento comienzan las verdaderas distinciones. La apariencia contraria surge por lo siguiente: nadie puede quedar satisfecho con sólo el conocimiento, sino que tiene que aspirar a actuar conforme el conocimiento dicta. Para ello, sin embargo, no se le ha otorgado la fuerza necesaria, por lo que se tiene que destruir a sí mismo, incluso corriendo el peligro de no obtener la fuerza conveniente para hacerlo; aunque no le queda otra salida que este último intento. (Éste es también el sentido de la amenaza de muerte en la prohibición de comer del árbol del conocimiento; quizá sea también el sentido original de la muerte natural.)
Ante dicho intento, se asusta. Prefiere anular el conocimiento del Bien y del Mal (la designación «pecado original» procede de ese miedo); pero lo ya ocurrido no puede ser anulado, sino sólo enturbiado. Para esta finalidad surgen las motivaciones. El mundo entero está lleno de ellas, incluso el mundo visible acaso no sea otra cosa que una motivación del ser humano anhelante de un instante de tranquilidad. Un intento de falsear el hecho del conocimiento, de hacer del conocimiento mismo una meta.
— Franz Kafka, Aforismos, visiones y sueños. 2ª ed. Trad. y pról. José Rafael Hernández Arias. Valdemar: Madrid, 1999., p. 29
No hay comentarios:
Publicar un comentario