tag:blogger.com,1999:blog-7314368846831144142024-03-04T20:50:58.391-08:00Gastronomía LiterariaPlatillos poiéticosGetzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.comBlogger129125tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-68979658086748174992018-09-02T13:59:00.000-07:002018-09-02T13:59:08.158-07:00EL PRISIONERO. Octavio Paz<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi1DJv2uNbjw-YwtUTQQMEoK21cDn6mbwenfgsKG9hGb-DjpuqhspC3OtvDRwDkn0uFBdmTZFfaRL-P1hluSTYzWJiXAB-GEFf6nt4WgaAvyfpc5QsCbqDg8G_wD1rM265bu52jXTgEQaJo/s1600/man-ray-imaginary-portrait-of-daf-de-sade-1339963585_b%255B1%255D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="781" data-original-width="600" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi1DJv2uNbjw-YwtUTQQMEoK21cDn6mbwenfgsKG9hGb-DjpuqhspC3OtvDRwDkn0uFBdmTZFfaRL-P1hluSTYzWJiXAB-GEFf6nt4WgaAvyfpc5QsCbqDg8G_wD1rM265bu52jXTgEQaJo/s400/man-ray-imaginary-portrait-of-daf-de-sade-1339963585_b%255B1%255D.jpg" width="306" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Man Ray - Imaginary portrait of D.A.F. de Sade</td></tr>
</tbody></table>
<div style="text-align: center;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
(HOMENAJE a D. A. F. de SADE)</div>
<br />
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: x-small;"><i>A fin que… les traces de ma tombe disparaissent de dessus la Surface de la terre comme je me flatte que ma mémoire s’effacera de l’esprit des hommes…</i></span></div>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: x-small;">TESTAMENTO DE SADE</span></div>
<br />
No te has desvanecido,<br />
Las letras de tu nombre son todavía una cicatriz que no se cierra,<br />
un tatuaje de infamia sobre ciertas frentes.<br />
Cometa de pesada y rutilante cola dialéctica<br />
atraviesas el siglo diecinueve con una granada de verdad en la mano<br />
y estallas al llegar a nuestra época.<br />
<br />
Máscara que sonríe bajo un antifaz rosa,<br />
hecho de párpados de ajusticiado,<br />
verdad partida en mil pedazos de fuego,<br />
¿qué quieren decir todos esos fragmentos gigantescos,<br />
esa manada de icebergs que zarpan de tu pluma y en alta mar enfilan hacia costas sin nombre,<br />
esos delicados instrumentos de cirugía para extirpar el chancro de Dios,<br />
esos aullidos que interrumpen tus majestuosos razonamientos de elefante,<br />
esas repeticiones atroces de relojería descompuesta,<br />
toda esa oxidada herramienta de tortura?<br />
<br />
El erudito y el poeta,<br />
el sabio, el literato, el enamorado,<br />
el maníaco y el que sueña en la abolición de nuestra siniestra realidad,<br />
disputan como perros sobre los restos de tu obra.<br />
Tú, que estabas contra todos,<br />
eres ahora un nombre, un jefe, una bandera.<br />
<br />
Inclinado sobre la vida como Saturno sobre sus hijos,<br />
recorres con fija mirada amorosa<br />
los surcos calcinados que dejan el semen, la sangre y la lava.<br />
Los cuerpos, frente a frente como astros feroces,<br />
están hechos de la misma substancia de los soles.<br />
Lo que llamamos amor o muerte, libertad o destino,<br />
¿no se llama catástrofe, no se llama hecatombe?<br />
¿Dónde están las fronteras entre espasmo y terremoto,<br />
entre erupción y cohabitación?<br />
<br />
Prisionero en tu castillo de cristal de roca<br />
cruzas galerías, cámaras, mazmorras,<br />
vastos patios donde la vid se enrosca a columnas solares,<br />
graciosos cementerios donde danzan los chopos inmóviles.<br />
Muros, objetos, cuerpos te repiten.<br />
¡Todo es espejo!<br />
Tu imagen te persigue.<br />
<br />
El hombre está habitado por silencio y vacío.<br />
¿Cómo saciar esta hambre,<br />
cómo acallar y poblar su vacío?<br />
¿Cómo escapar a mi imagen?<br />
Sólo en mi semejante me trasciendo,<br />
sólo su sangre da fe de otra existencia.<br />
Justina sólo vive por Julieta,<br />
las víctimas engendran los verdugos.<br />
El cuerpo que hoy sacrificamos<br />
¿no es el Dios que mañana sacrifica?<br />
La imaginación es la espuela del deseo,<br />
su reino es inagotable e infinito como el fastidio,<br />
su reverso y gemelo.<br />
Muerte o placer, inundación o vómito,<br />
otoño parecido al caer de los días,<br />
volcán o sexo,<br />
soplo, verano que incendia las cosechas,<br />
astros o colmillos,<br />
petrificada cabellera del espanto,<br />
espuma roja del deseo, matanza en alta mar,<br />
rocas azules del delirio,<br />
formas, imágenes, burbujas, hambre de ser,<br />
eternidades momentáneas,<br />
desmesuras: tu medida de hombre.<br />
Atrévete:<br />
La libertad es la elección de la necesidad.<br />
Sé el arco y la flecha, la cuerda y el ay.<br />
El sueño es explosivo. Estalla. Vuelve a ser sol.<br />
<br />
En tu castillo de diamante tu imagen se destroza y se rehace, infatigable.<br />
<br />
<span style="font-size: x-small;">Aviñón, 1948</span><br />
<div>
<br /></div>
Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-64367981586355843222016-01-17T14:30:00.001-08:002016-01-17T14:30:24.899-08:00EL SUEÑO DE LIZ NORTON. Roberto Bolaño<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEha0PHzluQuMvA65uk3Z5iKphpuDchtPlBSsIQ2hWA32svwSphgGDkwAGcDpRXJA-IIdy3vVKECM_wd5fRcbtGxkw9dRgIKB8zQYeqywoCTkCyuIOs0CEo1OhyvbvJfJ5VKkKd2bfK-4TlU/s1600/espejos-art-deco-diseno-modernos-y-exclusivos-60x120cm-157601-MLA20393009024_082015-O%255B1%255D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEha0PHzluQuMvA65uk3Z5iKphpuDchtPlBSsIQ2hWA32svwSphgGDkwAGcDpRXJA-IIdy3vVKECM_wd5fRcbtGxkw9dRgIKB8zQYeqywoCTkCyuIOs0CEo1OhyvbvJfJ5VKkKd2bfK-4TlU/s320/espejos-art-deco-diseno-modernos-y-exclusivos-60x120cm-157601-MLA20393009024_082015-O%255B1%255D.jpg" width="320" /></a></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
En el sueño de Norton ésta se veía reflejada en ambos espejos. En uno de frente y en el otro de espaldas. Su cuerpo estaba ligeramente sesgado. Con certeza resultaba imposible decir si pensaba avanzar o retroceder. La luz de la habitación era escasa y matizada, como la de un atardecer inglés. No había ninguna lámpara encendida. Su imagen en los espejos aparecía vestida como para salir, con un traje sastre gris y, cosa curiosa, pues Norton rara vez usaba esta prenda, con un sombrerito gris que evocaba páginas de moda de los años cincuenta. Probablemente llevaba zapatos de tacón, de color negro, aunque no se los podía ver. La inmovilidad de su cuerpo, algo en él que inducía a pensar en lo inerte y también en lo inerme, la llevaba a preguntarse, sin embargo, qué era lo que estaba esperando para partir, qué aviso aguardaba para salir del campo en que ambos espejos se miraban y abrir la puerta y desaparecer. ¿Tal vez había oído un ruido en el pasillo? ¿Tal vez alguien había intentado al pasar abrir su puerta? ¿Un huésped despistado del hotel? ¿Un empleado, alguien enviado por la recepción, una mujer de la limpieza? El silencio, no obstante, era total y tenía, además, algo de calmo, de los largos silencios que preceden a la noche. De pronto Norton se dio cuenta de que la mujer reflejada en el espejo no era ella. Sintió miedo y curiosidad y permaneció quieta, observando si cabe con mayor detenimiento a la figura en el espejo. Objetivamente, se dijo, es igual a mí y no tengo ninguna razón para pensar lo contrario. Soy yo. Pero luego se fijó en su cuello: una vena hinchada, como si estuviera a punto de reventar, lo recorría desde la oreja hasta perderse en el omóplato. Una vena que más que real parecía dibujada. Entonces Norton pensó: tengo que marcharme de aquí. Y recorrió la habitación con los ojos intentando descubrir el lugar exacto en que se encontraba la mujer, pero le fue imposible verla. Para que se reflejase en ambos espejos, se dijo, tenía que estar justo entre el pequeño pasillo de entrada y la habitación. Pero no la vio. Al mirarla en los espejos notó un cambio. El cuello de la mujer se movía de forma casi imperceptible. Yo también estoy siendo reflejada en los espejos, se dijo Norton. Y si ella sigue moviéndose finalmente ambas nos miraremos. Veremos nuestras caras. Norton apretó los puños y esperó. La mujer del espejo también apretó los puños, como si el esfuerzo que hacía fuera sobrehumano. La tonalidad de la luz que entraba en la habitación se hizo cenicienta. Norton tuvo la impresión de que afuera, en las calles, se había desatado un incendio. Empezó a sudar. Agachó la cabeza y cerró los ojos. Cuando volvió a mirar los espejos, la vena hinchada de la mujer había crecido de volumen y su perfil comenzaba a insinuarse. Tengo que huir, pensó. También pensó: ¿dónde están Jean-Claude y Manuel? También pensó en Morini. Sólo vio una silla de ruedas vacía y atrás un bosque enorme, impenetrable, de un verde casi negro, que tardó en reconocer como Hyde Park. Cuando abrió los ojos la mirada de la mujer del espejo y la de ella se intersecaron en algún punto indeterminado de la habitación. Los ojos de ella eran iguales a los suyos. Los pómulos, los labios, la frente, la nariz. Norton se puso a llorar o creyó que lloraba de pena o de miedo. Es igual a mí, se dijo, pero ella está muerta. La mujer ensayó una sonrisa y luego, casi sin transición, una mueca de miedo le desfiguró el rostro. Sobresaltada, Norton miró hacia atrás, pero atrás no había nadie, sólo la pared de la habitación. La mujer volvió a sonreírle. Esta vez la sonrisa no fue precedida por una mueca sino por un gesto de profundo abatimiento. Y luego la mujer volvió a sonreírle y su rostro se hizo ansioso y luego inexpresivo y luego nervioso y luego resignado y luego pasó por todas las expresiones de la locura y siempre volvía a sonreírle, mientras Norton, recuperada la sangre fría, había sacado una libretita y tomaba notas muy rápidas de todo lo que sucedía, como si en ello estuviera cifrado su destino o su cuota de felicidad en la tierra, y así estuvo hasta despertar. </div>
<br />
<div style="text-align: right;">
— Roberto Bolaño, <i>2666 </i>(Anagrama: Barcelona, 2004) 154-155</div>
Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-68021735460608266482016-01-01T00:30:00.000-08:002016-01-01T00:30:00.835-08:00UN SER INOLVIDABLE. Salvador Elizondo<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjh4C4p4uFf-nkZ5eu7E_7hTJU-lSlENU_ewe6wExp4NCERR1DHFO2k7fQ4HMltCyTqMpOrIYZnPiaG-QbSs6neB-1P5_HXiOUCIMVd99NlR0hhpwJI8N8q2NIlwKV69M_Te31k1D6MR06O/s1600/08-farabeuf%255B1%255D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjh4C4p4uFf-nkZ5eu7E_7hTJU-lSlENU_ewe6wExp4NCERR1DHFO2k7fQ4HMltCyTqMpOrIYZnPiaG-QbSs6neB-1P5_HXiOUCIMVd99NlR0hhpwJI8N8q2NIlwKV69M_Te31k1D6MR06O/s400/08-farabeuf%255B1%255D.jpg" width="372" /></a></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Ella hubiera escuchado el golpear de la lluvia contra los cristales. Los primeros goterones hubieran producido exactamente el mismo ruido que una mosca que choca reiteradamente contra la ventana tratando de escapar, o lo hubiera escuchado al unísono con aquella canción absurda que parecía repetir la misma frase para siempre y lo hubiera sentido trasponer el umbral de aquella puerta a sus espaldas y llegar cautelosamente, temeroso de manchar con el barro adherido a sus zapatos el <i>parquet</i> del salón, pisando cuidadosamente los periódicos viejos que ella había extendido desde la puerta de entrada al salón hasta donde empezaba el pasillo. Pero no hubiera vuelto la mirada hacia él. Miraba fijamente el fondo de aquel pasillo, adentrándose con el pensamiento en esa penumbra en la que su ansiedad había imaginado la existencia de un ser, el que ella hubiera querido ser, de las cosas que ella hubiera querido saber y que algunos minutos antes había tratado de concretar, trazando con el índice de la mano derecha un signo incomprensible sobre el vidrio empañado de una de las ventanas, la del lado derecho viendo hacia el exterior, un signo que ella hubiera deseado ser y comprender; porque en esa capacidad de comprender lo que ella hacía al azar y sin sentido, por un capricho, residía la concreción y el significado del ser que ella se imaginaba, un ser anticuado, cruel, bello, vestido siempre de blanco, que se acoge a una caricia sangrienta y en cuyas manos lívidas persiste para siempre la sensación de una materia viviente, viscosa, que se pudre lentamente entre las puntas de los dedos, un ser inolvidable que todo lo que toca lo vuelve inolvidable y que se cuela, de tan inolvidable, en la memoria y en los recuerdos de quienes nunca lo hubieran conocido.</div>
<br />
<div style="text-align: right;">
— Salvador Elizondo, <i>Farabeuf o la crónica de un instante</i> (FCE: México, 2009)</div>
<div>
<br /></div>
Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-18189628100999312112015-09-08T02:00:00.000-07:002015-09-08T02:00:04.777-07:00LA DISPERSIÓN. Eugenio Trías<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhWiNWCtdv9N2Gu4jPROucSfuot9d_BhIdlOj_ulqQuBoozKNO9sAzmjD3qarfRmYQnzi7WkDrcpmoUpByP15coSMBDuRgdkK_JWLi9DiBH4nfzca-jYfeYElU8Cvhqs7A8Lo-NYFzXfzAc/s1600/Obra-de-Alberto-Seveso%255B1%255D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="226" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhWiNWCtdv9N2Gu4jPROucSfuot9d_BhIdlOj_ulqQuBoozKNO9sAzmjD3qarfRmYQnzi7WkDrcpmoUpByP15coSMBDuRgdkK_JWLi9DiBH4nfzca-jYfeYElU8Cvhqs7A8Lo-NYFzXfzAc/s320/Obra-de-Alberto-Seveso%255B1%255D.jpg" width="320" /></a></div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
Más allá del ser y de su ausencia, más allá, siempre, <i>épekenia</i> –ahí, en ese ningún allí flota, impávida, LA DISPERSIÓN.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
LA DISPERSIÓN: Es una cuestión de gusto, de nervio o víscera. ¡No le busquéis <i>finalidad</i> –que ella la niega, la excede siempre!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
No es «lo absoluto» la dispersión sino que brota de su abolición y absolución. Es, pues, lo suelto y lo absuelto.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Un dios inocente y previo es la dispersión, un dios todavía infante que aún flota sobre las aguas en la aurora de un «primer día».</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
También la dispersión termina dispersándose: esa es su última y suprema trampa y su verdad. Su testamento.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La dispersión es el óxido que deteriora todo pensamiento sustancial.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
No hay clausura de un pensamiento disperso.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
PENSAMIENTO ENLOQUECIDO.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El pensamiento es una araña enredada en su tela. Sólo la embriaguez del genio la desenreda, y construye una red más basta.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Sólo en tiempos «racionalistas» aparece la locura calificada como «error de juicio» o como «mengua de facultades». Son épocas en las que se amputa a la razón su dimensión indómita y salvaje.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Yo no creo en nada de lo que digo, y por eso lo digo, porque lo he pensado.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
DUDA METÓDICA: Si un día llego a creerme eso que pienso y digo, deberé entonces dudar de ello.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La duda, la interrogación, el distanciamiento crítico no son «puntos de partida de la reflexión filosófica», como se suele afirmar una y otra vez. Son armas de combate, bombas que hacen estallar las cadenas del pensamiento.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El exceso de razón es, «normalmente», el signo inequívoco de locura.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Carece de fondo el pensamiento cuando vislumbra el fin o palpa la materia que corre a través de sus arterias: pues es materia incandescente que se expande en destellos o chiribitas y que jamás «cuaja» o se «enfría»…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
BAJO EL SIGNO DE INTERROGACIÓN.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
¿Cuándo se escribirá una Crítica de la razón interrogativa?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La interrogación es solidaria del deseo (Eros entendido como tendencia o apetencia). La exclamación lo es de un Eros afirmativo entendido como gozo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La razón interrogativa conduce sin apelación a una RESPUESTA DEFINITIVA: a Dios.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El deseo se trasciende en el orgasmo, umbral de la Muerte… El gozo es eternidad, es juego.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La filosofía intenta reducir todo supuesto; quiere partir de cero: de la ignorancia, de la duda, de la negación.</div>
<div style="text-align: justify;">
Sólo queda de negación en negación obtiene lo que secretamente ansiaba: una negación que niega la negación o una duda que ponga en duda la propia duda…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La filosofía es nihilista: construye un sólido edificio sobre el vacío como cimiento. Es un ídolo con pies de barro.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El <i>telos</i> filosófico siempre es un Absoluto secretamente solidario del «punto de partida»: la absoluta Nada.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La filosofía será nihilista mientras mantenga la interrogación como punto de partida.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La filosofía ha creído vanamente que la firmeza de una afirmación dependía de la autosuficiencia del objeto sobre la que ésta recaía. De ahí su búsqueda de un Absoluto.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
¿Dónde está la verdad, la tierra firme, lo indudable? Todos los filósofos comienzan «ignorando» esa verdad y su paradero. Dicen «dudar de todo» o practican la «epojé», se sitúan o dicen situarse «fuera de juego».</div>
<div style="text-align: justify;">
Sólo algunos tienen la honradez y la gallardía de confesar que su duda es «metódica» y que su ignorancia es «irónica»…</div>
<div style="text-align: justify;">
Y a la postre comparece siempre el espectáculo de una tierra prometida: la Diosa abre las puertas… del palacio de la Verdad y en él se instala el filósofo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La razón interrogativa es pensamiento moralizado: se supone el juicio, la estructura judicial. Supone «sí» y el «no»: la demarcación. Y mantiene una interna y secreta complicidad entre afirmación y negación: ésta es el espectro o sombra aquélla o el negativo del carrete, su otra faz.</div>
<div style="text-align: justify;">
<i>La crítica de la razón interrogativa</i> será por tanto, una <i>genealogía de la moral en la filosofía</i>.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
NOSTALGIA Y REPETICIÓN</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
¡Qué gozo! Tomar un espejo y reflejar todas las cosas, divinas y humanas, el cielo y la tierra y los sentimientos y las virtudes… Eso es una filosofía ilusionista y sofística, una filosofía de artistas, en la que se juega con reflejos y con los efectos de luz…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
FILOSOFÍA PESIMISTA: Aquella que implica saber y rememorar. Es siempre una ciencia crepuscular y post festum la que se propone. Es la filosofía entendida como Alka-Selkzer del espíritu.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La fuerza del Olvido regula el metabolismo de la vida.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La obsesión neurótica por la novedad «novedad» nos obligaría a una continua creación <i>ex nihilo</i>. Por fortuna eso que llamamos «viejo» de vez en cuando nos repite. En esto, como en todo, el estómago nos salva del infierno.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El infierno sería la repetición <i>mecánica</i> de lo mismo (el suplicio de Sísifo). O también la eterna destrucción de todo acto «ya vivido». Entre esas dos formas infernales se alinean las enfermedades del alma.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La poesía es la verdadera ciencia exacta: esa ciencia de lo «singular» soñada desde Aristóteles.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La poesía invierte el proceso de la ciencia: desmonta recurrencias, las leyes y las descubre, bajo las mismas, excepciones, sorpresas.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
LA INOCENCIA</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
LA MUERTE. Es un espacio en blanco, ese separa, por ejemplo, un aforismo de otro.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Cuando una máscara se nos enquista en la piel y en lugar de despegárnosla pedimos al psiquiatra (si es existencialista) que nos la ajuste de tal modo que llegue a confundirse con la propia piel… a eso llamaría «autenticidad»: a una operación de cirugía estética.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
EL ARTE DEL DISIMULO. El hombre «auténtico» se asemeja a esas bailarinas que parecen bailar desnudas… pero que en realidad están «disfrazadas» de desnudo.</div>
<div style="text-align: justify;">
Si las toca el censor, puede certificar que no es piel sino un disfraz. Aunque a veces se requiere un tacto muy fino para apreciar la diferencia.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Por favor, quiero cínicos, crueles, malvados, pérfidos, energúmenos y degenerados… todo eso que se llama escoria de la moral o <i>detritus social</i>…</div>
<div style="text-align: justify;">
Pero apártese de mí esa tentación y esa vecindad: la «buena fe».</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Hay una cosa que no tolera ni resiste la «buena fe»: la lucidez.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La mujer no será libre mientras siga considerando secretamente al resto de las mujeres enemigos potenciales. Entre tanto, seguirá siendo un animal resentido.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
ESCRITURA</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Escribir es inscribir algo en la carne. Es tatuar al que lee.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El criterio de verdad de un enunciado es siempre la amplitud de su capacidad de seducción.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La buena crítica consiste en el reconocimiento de las cicatrices que ha dejado un escrito en el lector.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Hay quienes liberan su frustración de homicidas leyendo… llenan las páginas de exclamaciones, interrogaciones… (Tradúzcase: puñales, bombas…)</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Se dice que la letra mata, que el leer es «empobrecerse», que el libro es el cadáver o cementerio de la idea…</div>
<div style="text-align: justify;">
Toda esa estúpida cháchara sobre la «letra impresa» olvida que sólo mata la letra si no se la toma a la letra; si no se le percibe como lo único que es: mancha física, corporeidad, carne y sangre sobre el papel… Si la tomamos <i>literalmente</i>, entonces nos anima y nos hiere, duele o satisface… ¡Vive!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Escribir es un acto fisiológico.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
No resisto la pasión de decir al fin quien soy: soy una mano que escribe aquí, ahora, o unos dedos que atienden el momento de instalar el cigarrillo en los labios, unos labios quizás o unos pulmones; o un registro inhábil de cierto olor a humedad o la audición lejana de un lamento marítimo, soy quizás ese recuerdo de una noche de estío, noche de amor. ¿Quizá? O soy… Soy un instante, un santo y dulce instante que dispuso un Dios a su solaz, aquella noche de verano perdida entre recuerdos, pluma en mano, respirando la humedad, fumando y sin poder resistir esa pasión irrefrenable de decir al fin que soy también aquella mano, aquellos dedos, aquellos labios… </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
EL HILO DEL DISCURSO</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El espacio que separa un aforismo de otro es una invitación a olvidar.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Hay quienes aprenden a no fingir. Y hallan en la lógica o en la «Analítica» un buen sistema para «clarificar»… ¿Clarificar qué? Quizás, si son consecuentes, su propia mentira y fingimiento, esa mentira o ese alivio al que llaman Precisión o Claridad.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
LO UNO Y LO MÚLTIPLE</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Las filosofías ingenuas asisten al «revelado». Las más lúcidas se hacen previamente con el «negativo» del carrete.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
FUGA DE LOS CINCO SENTIDOS</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El recuerdo y la evocación están asociados a ese sentido olfativo, el más sutil y sofisticado, el más «espiritual» de nuestros sentidos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Decimos de una mujer: es rubia, morena, pelirroja; su piel es oscura o pálida. Pero esas descripciones –sobretodo las que hacen referencia a la piel– esconden secretas distinciones y deseos olfativos, gástricos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El hombre es ese animal que hace de la animalidad su propia sombra.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
O un animal enfermo y esperpéntico, capaz de negar su propia animalidad.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y de negarse a reconocer lo que es: un cuerpo, un cuerpo sensible… </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
BAILE DE MÁSCARAS</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Podríamos decir que la única diferencia entre el sueño y la «vida despierta» es que en ésta la fabulación es manifiestamente colectiva.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El «yo» es una instancia conceptual que menciona un fenómeno frecuente: la condensación, en una coyuntura determinada, de varias máscaras.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Un conglomerado de almas: eso es el yo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
SENTIDO DEL SENTIDO</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Dialogar es intercambiar «efectos». A lo que más se parece un buen diálogo es a una buena sinfonía…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Llamaría el arte «de la mutua seducción» a ese juego del continuo engaño y desengaño al que suele llamarse, con evidente torpeza, «comunicación»… </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La filosofía del absurdo es –como el «teatro del absurdo»- solidaría de la filosofía (y del teatro) del sentido. El problema no se resuelve invirtiendo los términos sino rebasando la oposición, la «barra» (/)… Alcanzar, por tanto, el «grado cero del sentido»… </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
PROTOCOLOS</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La ciencia «moraliza» la realidad al buscarle leyes. ¡Suerte de la poesía, que la «desmoraliza» a tiempo al detectar excepciones!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La poesía no es «enseñable». El poema sólo podemos aprenderlo de memoria y <i>repetirlo</i>… cantando.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Los términos «desvelar», «examinar», «analizar», «penetrar», «saber» son eufemismos que disimulan otras expresiones más fuertes, son coberturas morales de actos inconfesables como «desgarrar», «amputar», «desmembrar», «violar», «desflorar»…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
EL SAGRADO CAOS</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El pensamiento es caos, sólo si se deja disperso se ofrece su verdadera imagen, en fragmentos, a pedazos…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
LA VIDA COMO ARTE</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El peor obstáculo de toda lectura inteligente es ese <i>mal du siècle</i> llamado «conciencia histórica».</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
UNA CULTURA PATÉTICA. Nuestra sociedad duplica el dolor con una sobrecarga de dolor: lo simboliza, lo hace «expresivo». Ir a cualquier hospital o asilo, hospicio o cárcel o frenopático. Veréis por todas partes, por las pareces, por las esquinas, signos alusivos al dolor. ¿Por qué los hospitales no puedes asemejarse lo más posible a una boïte? ¡Ah! Sólo sugerirlo parece blasfemo, horrísono… porque efectivamente, la propuesta atentaría la simbología del dolor. ¡Y es tan «horrible» pensar que este «valle de lágrimas» pueda convertirse en «jardín de las delicias»!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La poesía toca el cerebro de la piel.</div>
<div style="text-align: justify;">
La metafísica toca la piel del cerebro.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El aforismo o el pensamiento en su pura materialidad de escritura.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
SUBVERSIÓN Y ESCAPISMO</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
COMO LOS SOCIALISTAS UTÓPICOS. Quienes tachan a las minorías marginales de «escapistas», ignoran que, a falta de otras fuerzas y posibilidades <i>reales</i> –y mientras no se pueda demostrar con <i>hechos</i> lo contrario- lo más sensato y lo más revolucionario es, de<i> momento</i>, escaparse.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
¿QUIÉN PREGUNTA?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
¡Conocer las cosas, ir «hacia las cosas mismas»… «Volver hacia las cosas»…! ¡Como si las cosas fueran objeto de saber… en vez de ser, como de hecho son, objetos de comer…!</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
¿Por qué los filósofos tienden a detener el pensamiento en un punto? ¿Cuándo aprenderán a considerar como un «punto cualquiera» del universo esas «instancias últimas» o «fundamentos» de los que siempre se reclaman?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Orientar la terapia hacia la solidificación del sujeto significa institucionalizar la represión.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
TIEMPO DESMORALIZADO</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El azar es «eslabón perdido» que articula dos <i>instantáneas</i>.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
No hay continuidad que asegure el «discurrir» del caos. Sus coordinadas se hayan también plagadas de vacíos o resquebrajaduras.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La <i>ocurrencia</i> está siempre más allá del bien y del mal.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Siempre fracasan las relaciones amorosas por culpa de las generalizaciones. Porque intercambiamos en los juicios o en las apreciaciones expresiones como «siempre» o «nunca», o porque utilizamos con profusión el verbo ser («tú eres», «yo soy»). O también y sobre todo porque todavía juzgamos. Y es un error de juicio juzgar.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Nietzsche era desde luego el Anticristo. Nadie hizo tan a fondo la misma experiencia de Cristo en Getsemaní. Nadie sufrió tanto en su cuerpo y en su alma. Ningún cuerpo se hallaba en situación tan idónea para negarse a tiempo y afirmarse <i>fuera</i> del tiempo…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
DEMARCACIÓN Y DIFERENCIA</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
ESTRAGOS DE UNA ESTÉTICA. No nos exhibimos tal como presentimos ser, por miedo a ser o aparecer poco monstruosos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y, sin embargo, la alteridad fascina del mismo modo como fascinan secretamente los monstruos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Toda cuestión implica siempre una respuesta, en la que el «sí» es secretamente cómplice del «no».</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
— Eugenio Trías, <i>La dispersión </i>(Ediciones Destino: Barcelona, 1991)</div>
Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-85490535775886756852015-09-01T02:00:00.000-07:002015-09-01T02:00:08.152-07:00FRAGMENTOS QUIMÉRICOS. E. M. Cioran<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj1J8rzE0koRZImShBszrmL06r3M0diIqzrTQHsr0cA4l8p6ZYPq9fCZ0y6vqgLA_FfmCa-Q51vAzldi7IUrr0HXzdCFKrMschV2zbSz93MGX57XBDpsho4I1cxCLJJJWe6kOl9mRw5slt4/s1600/Emil_Cioran%255B1%255D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj1J8rzE0koRZImShBszrmL06r3M0diIqzrTQHsr0cA4l8p6ZYPq9fCZ0y6vqgLA_FfmCa-Q51vAzldi7IUrr0HXzdCFKrMschV2zbSz93MGX57XBDpsho4I1cxCLJJJWe6kOl9mRw5slt4/s320/Emil_Cioran%255B1%255D.jpg" width="320" /></a></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La tragedia del hombre es no poder vivir <i>en</i>, sino sólo <i>más acá o más allá</i>.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Para los que, sin querer, han rebasado la vida, la filosofía significa muy poco.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
No hay escapatoria al sufrimiento mientras vivamos; pero la muerte no es una solución, porque, al resolverlo todo, no resuelve absolutamente nada.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Es absurdo renunciar a la comida; pero igual de absurdo resulta eliminar la experiencia temporal del hambre con lo que ésta comporta de goce y de inmaterialidad.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Que la locura sea nuestra única sabiduría.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Despertemos con frenesí la ignorancia que nos esconde esa verdad, que la vida es una larga enfermedad.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
He aquí lo que me diferencia de los demás: que yo he muerto innumerables veces, mientras ellos no han muerto nunca.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Sólo la muerte da profundidad a los actos de la vida. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Una única sonrisa de mujer valdría más que tres cuartas partes del pensamiento humano si en esa sonrisa viéramos sonreír la vida.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La tragedia: la vida como límite de la muerte.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La nada es primordial (por eso, en el fondo, <i>todo es nada</i>); el Eros se hace; la conciencia es derivada.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Epígrafe a una autobiografía: soy un Raskólnikov sin la excusa del crimen.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Quien nunca deseó destruir la música, nunca la ha amado.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Sensaciones celestiales: como si los instantes se desgajaran del curso del tiempo para traerme un beso.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Entre los que rechazan la vida y no pueden amarla, no existe ni uno que no la haya amado o que no quisiera amarla.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Juramento a la vida. </div>
<div style="text-align: justify;">
Nunca te traicionaré del todo;</div>
<div style="text-align: justify;">
aunque te he traicionado</div>
<div style="text-align: justify;">
y te traicionaré a cada paso;</div>
<div style="text-align: justify;">
Cuando te he odiado</div>
<div style="text-align: justify;">
no te he podido olvidar.</div>
<div style="text-align: justify;">
Te he maldecido para soportarte;</div>
<div style="text-align: justify;">
Te he rechazado para que cambies;</div>
<div style="text-align: justify;">
Te he llamado y no has venido;</div>
<div style="text-align: justify;">
He llorado y no has aliviado mis lágrimas.</div>
<div style="text-align: justify;">
Desierto has sido para mis súplicas,</div>
<div style="text-align: justify;">
tumba para mi voz.</div>
<div style="text-align: justify;">
Silencio para mis tormentos</div>
<div style="text-align: justify;">
y páramo para mis soledades.</div>
<div style="text-align: justify;">
He matado</div>
<div style="text-align: justify;">
en el pensamiento</div>
<div style="text-align: justify;">
el primer instante de vida.</div>
<div style="text-align: justify;">
He querido</div>
<div style="text-align: justify;">
veneno para tus raíces.</div>
<div style="text-align: justify;">
Te juro que nunca conocerás</div>
<div style="text-align: justify;">
mi gran traición.</div>
<div style="text-align: justify;">
Juro por todo lo más sagrado</div>
<div style="text-align: justify;">
que pueda haber;</div>
<div style="text-align: justify;">
por tu sonrisa,</div>
<div style="text-align: justify;">
que nunca me separaré de ti.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El rechazo de la liberación tiene su origen en un amor secreto por la tragedia.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Todos los filósofos tendrían que terminar a los pies de la pitonisa. No hay más que una filosofía: la de los momentos únicos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Todos los hombres tienen que destruir su vida. Y según la manera como lo hagan se llamarán triunfadores o fracasados.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La música expresa todo lo que es caos en el cosmos: por eso únicamente existe una música de los principios y una música de los finales…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
No entiendo cómo los hombres pueden creer en Dios, aunque pienso todos los días en él.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
COMO LA VIDA SE CONVIERTE EN EL VALOR SUPREMO: la veneración por las mujeres; la rehabilitación del Eros como divinidad; salud natural, transfigurada por la delicadeza; el fervor de la danza en todos los actos de la vida; gracia en lugar de pesar; sonrisa en vez de pensamiento; entusiasmo en lugar de pasión; la lejanía como finitud; la vida como único Dios, única realidad y único culto; el pecado como crimen y la muerte como vergüenza. </div>
<div style="text-align: justify;">
… Lo demás es filosofía, cristianismo y otras formas de caída.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
REGLAS PARA VENCER EL PESIMISMO PERO NO EL SUFRIMIENTO.</div>
<div style="text-align: justify;">
acompañar el más delicado estremecimiento del alma</div>
<div style="text-align: justify;">
con una tensión premeditada;</div>
<div style="text-align: justify;">
estar lúcido en la disolución interior;</div>
<div style="text-align: justify;">
vigilar la fascinación musical;</div>
<div style="text-align: justify;">
estar triste con método;</div>
<div style="text-align: justify;">
leer la Biblia con interés político,</div>
<div style="text-align: justify;">
y a los poetas </div>
<div style="text-align: justify;">
para verificar la propia resistencia;</div>
<div style="text-align: justify;">
servirse de las nostalgias</div>
<div style="text-align: justify;">
para los pensamientos o hechos;</div>
<div style="text-align: justify;">
robárselas al alma;</div>
<div style="text-align: justify;">
crearse un centro exterior:</div>
<div style="text-align: justify;">
un país, un paisaje,</div>
<div style="text-align: justify;">
ligar los pensamientos al espacio;</div>
<div style="text-align: justify;">
mantener artificialmente el odio contra lo que sea:</div>
<div style="text-align: justify;">
contra una nación, una ciudad, </div>
<div style="text-align: justify;">
un individuo, un recuerdo;</div>
<div style="text-align: justify;">
amar la fuerza después del sueño:</div>
<div style="text-align: justify;">
ser brutal </div>
<div style="text-align: justify;">
después de lo que es puro y sublime;</div>
<div style="text-align: justify;">
aprender una táctica del alma;</div>
<div style="text-align: justify;">
conquistar los estados de ánimo;</div>
<div style="text-align: justify;">
no aprender nada de los hombres;</div>
<div style="text-align: justify;">
solamente la naturaleza es dueña de la duda;</div>
<div style="text-align: justify;">
anular el miedo con el movimiento;</div>
<div style="text-align: justify;">
con la fuga; cuando nos paramos, </div>
<div style="text-align: justify;">
las cosas callan y la nada nos llama;</div>
<div style="text-align: justify;">
hacer de la quimera un sistema.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
EL ARTE DE EVITAR LA SANTIDAD.</div>
<div style="text-align: justify;">
Aprende a considerar:</div>
<div style="text-align: justify;">
las ilusiones como virtudes; la tristeza como elegancia; el miedo como pretexto; el amor como olvido; la separación como un lujo; al hombre como recuerdo; la vida como balanceo; el sufrimiento como ejercicio; la muerte en la plenitud como la meta; la existencia como fruslería.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
¿Qué soy yo sino una ocasión en medio de las infinitas probabilidades de no haber sido?</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La sexualidad no tiene otro sentido que vencer lo infinito desde el Eros.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Una piedra, una flor y un gusano son más que todo el pensamiento humano.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Hay actos bondadosos que son mil veces más rastreros que cualquier gesto bestial.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El amor es por esencia pesimista. A los optimistas sólo les queda formar un círculo en torno al odio.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
…la filosofía no dispone de verdad alguna, pero nadie entrará en el mundo de las verdades sin pasar por la filosofía.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
A menudo me parece que el más insignificante poeta sabe más que el mayor de los filósofos.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Sólo hay una cosa que podría envanecerme: llegar a ser alguien de quien los poetas pudieran aprender algo.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El hombre es una paradoja de la naturaleza, porque ninguna condición le parece natural.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La mujer no perdona ninguna inocencia, como la vida no perdona lucidez alguna.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
El pensamiento tiene que ser virulento, semejante a una gota de veneno, o reconfortante como la lágrima de un ángel.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
— E. M. Cioran, <i>El libro de las quimeras</i>, trad. Joaquín Garrigós (Tusquets: México, 2013)</div>
<div>
<br /></div>
Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-80440456075585856912015-06-19T03:00:00.000-07:002015-06-19T03:00:05.158-07:00DETESTABLE ATRACCIÓN. Fiódor Dostoievski<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjRzmvGYR2PUTGoRw3Ufcd7DsnSAx4PsX-sxXwWpPbWZ5sOp75Gp7dateU-cku-0F3NzLs3lL7zdPtRJNea6yXD9AitnC0BUbzh_kvVvK3khOtWah-bfsCxLcvxm9k4J9r9nIrlu_-CoR5t/s1600/dostoievski%5B1%5D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjRzmvGYR2PUTGoRw3Ufcd7DsnSAx4PsX-sxXwWpPbWZ5sOp75Gp7dateU-cku-0F3NzLs3lL7zdPtRJNea6yXD9AitnC0BUbzh_kvVvK3khOtWah-bfsCxLcvxm9k4J9r9nIrlu_-CoR5t/s1600/dostoievski%5B1%5D.jpg" height="320" width="220" /></a></div>
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-¿Por qué has venido? ¡Respóndeme! ¡Contesta! -grité fuera de mí-. Mira, yo mismo te lo voy a decir. Has venido porque aquel día te dije <i>paroles touchantes</i>. Te enterneciste, y hoy quieres oír más palabras enternecedoras. Pero has de saber que aquel día me burlaba de ti. Y hoy me sigo burlando. ¿Por qué tiemblas? ¡Sí, me burlé de ti! Me habían insultado durante la cena los mismos que llegaron a tu casa antes que yo. Fui allí para vengarme de uno de ellos, de un oficial, pero no me fue posible: ya se habían marchado. Tenía que descargar mi irritación sobre alguien; apareciste tú en aquel momento, y me vengué en ti, me reí de ti. Me humillaron y quise demostrar mi superioridad ante alguien. Esto fue lo que ocurrió. Pero tú creíste que yo había ido allí sólo para salvarte. ¿No es así? ¿Verdad que te lo imaginaste? Estaba seguro de que Lisa era incapaz de comprender con todo detalle lo que estaba diciendo, pero captaría lo esencial. Así ocurrió. Se puso pálida como la cera y trató de hablar. Sus labios se torcieron como en una mueca de dolor. Luego se desplomó en su silla como si hubiera recibido un hachazo. Siguió escuchándome con la boca abierta y los ojos inmóviles, temblando de miedo. El cinismo, el atroz cinismo de mis palabras la había aniquilado.</div>
<div style="text-align: justify;">
-¡Salvarte! -exclamé, levantándome de la silla y empezando a ir y venir, presuroso, de la habitación-. ¿Salvarte de qué? ¡Pero si es muy posible que yo sea peor que tú! ¿Por qué cuando te hablaba de moral no me lanza esta réplica a la cara?: «¿Y tú a qué has venido aquí? ¿a darnos un curso de moral?» Lo que necesitaba entonces era ejercer mi poder sobre alguien; también me hacía fe divertirme con tus lágrimas, con tu humillación, con ataque de nervios. Eso era lo que necesitaba. Pero no tuve valor para llevar mi juego hasta el fin, porque no soy más que un guiñapo. Tuve miedo y te di mi dirección, eludía saber por qué. Y no había vuelto aún a casa, y ya te estaba insultando y maldiciendo por haberte dicho dónde vivo. Te odiaba porque te había mentido. Me gusta jugar con palabras, me gusta soñar. Pero ¿sabes lo que realmente deseo? ¡Que os vayáis todos al diablo! Con eso me basta Necesito tranquilidad. Vendería el universo entero por un copec, con tal que me dejaran tranquilo. Si me dicen que el mundo entero se hundirá a menos que yo deje de tomar mi té, mi respuesta será: «¡Que se hunda el mundo, con tal que yo pueda tomar té!» ¿Sabías todo esto? Pues yo sé que soy un canalla, un miserable, un holgazán, un egoísta. Desde hace tres días estoy temblando ante el temor de que vinieras. Pero ¿sabes lo que más me preocupaba estos últimos días? El hecho de que aparecí ante ti como un héroe, y pronto me verías sucio y mísero, con mi viejo y desgastado batín. Te dije que no me avergonzaba de mi pobreza pero has de saber que, por el contrario, me avergüenzo de ella más que de nada en el mundo, incluso de robar, y que además, la temo, pues soy tan vanidoso que me siento como el hombre al que hubiesen arrancado la piel y le hace sufrir el solo contacto con el aire. Jamás te perdonaré que me hayas visto (y con este batín) lanzarme como un coyote contra Apolonio. ¡El salvador, el héroe, se precipita como un perro sarnoso sobre su criado, que se burla de él! Tampoco te perdonaré las lágrimas que no he podido reprimir, como una viejecita impresionable. Y lo mismo te digo de estas confesiones. Sí, tú sola, tú sola deberás responder de todo esto, porque te has puesto bajo mi mano, y soy un miserable, el más vil, el más ridículo, el más mezquino, el más estúpido, el más envidioso de los gusanos que se arrastran sobre la tierra. Estos gusanos no valen más que yo, pero, el diablo sabe por qué, no pierden nunca su temple, y yo, en cambio, estaré recibiendo toda mi vida papirotazos del más insignificante de los insectos. Pero ¿qué importa que no comprendas lo que estoy diciendo? Y ¿qué tengo que ver contigo y qué me importa que perezcas o no? ¿Comprendes ahora, después de todo lo que te he dicho, hasta qué punto te odiaré? Sólo una vez en su vida puede hablar con tanta franqueza un hombre de nervios enfermos... Por lo tanto, ¿qué pretendes todavía de mí? Después de lo que te he dicho, ¿por qué sigues ahí, ante mí, sin moverte? ¿Por qué no te vas? Pero entonces ocurrió algo extraordinario. Ya estaba tan habituado a pensar y a soñar de acuerdo con los libros, y a ver las cosas tal como las había creado previamente en mis sueños, que en el primer instante ni siquiera me di cuenta de lo que ocurría. He aquí lo que sucedió: Lisa, a la que había ofendido y pisoteado, captó mucho más de lo que yo esperaba. De todo lo que le había dicho, comprendió lo que comprende la mujer cuando ama sinceramente: que yo era desgraciado.</div>
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El temor, la dignidad ultrajada que se leía en su semblante cedieron pronto su puesto a un amargo estupor. Y cuando empecé a insultarme a mí mismo, a llamarme «canalla» y «miserable»; cuando me eché a llorar (todo el discurso tuvo un acompañamiento de lágrimas), su cara se alteró de pronto. Varias veces estuvo a punto de levantarse, de detenerme, y cuando hube terminado, advertí que había prestado atención no a mis palabras insultantes («¿por qué estás aquí?, ¿por qué no te vas?»), sino al esfuerzo terrible que había hecho para pronunciarlas. Además: pobre estaba profundamente aturdida. Se consideraba infinitamente inferior a mí. ¿Cómo, pues, podía enfadarse sentirse ofendida? Lo que hizo fue levantarse de un salto y, temblorosa, tenderme los brazos, pero sin atreverse acercarse a mí. Entonces sentí que el corazón se me fundía en el pecho: Lisa se arrojó al fin sobre mí, me rodeó estrechamente, cuello con sus brazos y se echó a llorar en silencio. Ya no pude resistir, y empecé a sollozar como nunca había sollozado.</div>
<div style="text-align: justify;">
-¡No puedo... no puedo ser bueno! -articulé penosamente.</div>
<div style="text-align: justify;">
Luego me acerqué al diván, poco menos que a rastras me eché en él boca abajo y seguí llorando durante un cuarto de hora largo, presa de una terrible crisis de nervios Lisa se acercó a mí, me rodeó con sus brazos y así permaneció, sin hacer el menor movimiento. Pero mi ataque de nervios había de tener un final, y es era lo peor. Echado en el diván, con la cabeza hundida en los cojines de cuero (confieso esta innoble verdad), empecé a pensar, al principio vaga e involuntariamente, que no iba a ser muy violento levantar la cabeza y mirar a Lisa los ojos. ¿De qué podía avergonzarme? No lo sabía, pero me daba vergüenza. Me dije también que nuestros papeles se habían invertido, que en aquel momento era ella la heroína, y yo el humillado, el aplastado, exactamente como ella se había mostrado a mis ojos cuatro días atrás. Así pensaba, echado en el diván con la cabeza escondida entre los cojines de cuero. «¡Dios mío! ¿Será que la envidio... ?» Todavía no he podido contestar a esta pregunta, y en aquellos momentos estaba, naturalmente, más incapacitado aún para contestarla. No puedo vivir sin ejercer mi poder sobre alguien..., sin tiranizar a alguien... Pero los razonamientos no explican nada; por lo tanto, es preferible no razonar. No obstante, conseguí dominarme y levanté la cabeza. Había que hacerlo y entonces -estoy seguro de ello-, precisamente porque me dio vergüenza mirarla, se inflamó en mí un sentimiento completamente distinto que abrasó mi alma. Era un sentimiento de dominación y de posesión. La pasión iluminó mis ojos, y estreché violentamente sus manos con las mías. ¡Cómo la detestaba en aquel momento y cómo me atraía! Un sentimiento reforzaba al otro. Aquello parecía una venganza. Su rostro reflejó al principio cierta perplejidad que tenía algo de temor. Pero esto sólo duró un instante: al punto me estrechó entre sus brazos con ardiente alegría. </div>
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— Fiódor Dostoievski, <i>Memorias del subsuelo</i>, trad. Bela Martinova, (Madrid: Cátedra, 2005) 185-189.</div>
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Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-86687901197036351462015-06-12T03:00:00.000-07:002015-06-12T03:00:01.770-07:00LA NOCHE DEL TRAJE GRIS. Francisco Tario<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjjpwnbuZe92IaAeOSmcYBkNz40F4OCavYxpQkq-_0C6Mfq6Iakiq0kV26yYHmvF0Ts7kD42_cdaerEV16eJhOnUFUB8DWJdqpmGlU6TjEpCejZdPVOuqdWdYxDi5ZNBsVLoFOq7ueDVkQk/s1600/432_660_1-71150364_90%5B1%5D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjjpwnbuZe92IaAeOSmcYBkNz40F4OCavYxpQkq-_0C6Mfq6Iakiq0kV26yYHmvF0Ts7kD42_cdaerEV16eJhOnUFUB8DWJdqpmGlU6TjEpCejZdPVOuqdWdYxDi5ZNBsVLoFOq7ueDVkQk/s1600/432_660_1-71150364_90%5B1%5D.jpg" height="320" width="228" /></a></div>
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Sonaban en el reloj del hall las once, cuando mi dueño cerró el libro que leía desde la tarde y se encaminó rumbo a su alcoba. Una vez allí dio dos vueltas a la llave, entreabrió un poco la ventana —puesto que es primavera— y comenzó a desnudarse con mayor calma que de costumbre.</div>
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Mi dueño es un hombre hercúleo, algo infernal y muy alegre, a quien las mujeres miran siempre pecaminosamente y los hombres con envidia. Se viste a la última moda, no piensa jamás en la muerte, ni por asomos frecuenta la iglesia y a menudo sale de viaje. Cuando esto último ocurre, me lleva indefectiblemente sobre sus espaldas, no sin enviarme de antemano a la planchaduría. También me adorna entonces con una camisa blanca, un pañuelo del mismo color y una corbata de seda, poblada de lunares rojos. En especialísimas circunstancias usa guantes: unos guantes de color vainilla, con los pespuntes negros, y siempre desabrochados, dejando visible el reloj de oro sobre la muñeca velluda y sólida.</div>
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Puedo afirmar ante todo que se trata de un hombre riquísimo —tal vez un millonario— porque así lo demuestran mil vanidades distintas: el palacio en que vive, los criados que lo sirven, el perfume con que se peina y el automóvil que tripula. Frecuenta la ópera, los balnearios equívocos, los casinos de juego y los cabarets más inmundos. Durante el día hace deporte —monta a caballo, juega tenis y nada—; almuerza en restaurantes llenos de espejos, acompañado generalmente de bellas pecadoras impúdicas; charla, juega al póker y da un paseo en canoa o en auto. Por la noche se viste de etiqueta y baila, o bien acude a algún concierto sinfónico si se interpreta a Beethoven.</div>
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Gran parte de estos pormenores los he observado por mí mismo; otros, en cambio, los aprendí de labios de mis compañeros. ¡Ah!, prisioneros en el armario, cuando todo calla en la residencia, dialogamos los trajes sabrosamente, mas con cautela, cuidando de no ser sorprendidos. Cierta noche, por ejemplo, uno de mis vecinos —un traje beige con unos cuadros tan estupendos que más parece una jaula— no supo contener la risa. Eran aproximadamente las cuatro de la mañana y el amo se despertó. Dio la luz, mirando sobrecogido a todas partes. Atisbó, con la cabeza de lado. Mas no conforme con esto, se levantó rápidamente, se echó encima un batín y empuñó el revólver. Así lo vi salir de la estancia, apuntando con el cañón a los rincones.</div>
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A partir de incidente tan bochornoso, nos cuidamos, digo, de provocar escándalo alguno, lo cual, dicho sea de paso, no es tarea fácil, ya que existen trajes dotados de prodigioso humorismo que relatan los episodios más dramáticos del modo más cómico de la Tierra.</div>
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Preferentemente, como es lógico suponer, nuestras conversaciones versan sobre asuntos de nuestro propio mundillo: solapas, costuras, bolsillos… Los bolsillos son nuestros órganos capitales: el hígado, los pulmones, el corazón, el estómago. Las costuras, nuestras arterias. Nuestras solapas, el rostro. De ahí que cuando deseemos conocer la edad, salud o condición moral de un individuo, fijemos nuestra atención en éstas: las arrugas, la calvicie y el artritismo se reflejan inevitablemente en ellas. Y lo propio sucede con la herejía, la piedad, la avaricia y la mansedumbre. Hablamos, insisto, de nuestras experiencias diarias, de nuestras contingencias, de nuestros reprobables deslices con algún vestido de señora. Quien narra una cita de amor; quien un acto de caridad; quien una vulgar extravagancia o una riña.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Entre estos brazos que aquí veis —nos reveló en cierta ocasión un compañero bastante malvado— he estrechado delirantemente los tules del vestidito más subyugante y apetecible que hayáis visto jamás…</div>
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Otro, evocando un desaguisado, comentó:</div>
<div style="text-align: justify;">
—El automóvil del amo —que me odia con un rencor inextinguible— diome artera puñalada. Aconteció frente al casino, durante un crepúsculo de mayo… Me la tiró aquí, sobre el omoplato y era mortal de necesidad. Pero gracias a mi pericia, conseguí verificar una maniobra muy hábil y apenas si alcanzó a herirme en un brazo. ¡Oh, fue una verdadera fortuna!</div>
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Hay trajes cristianos y altruistas —mis exclusivos amigos— capaces de la más heroica renuncia; trajes que, por ejemplo, sacrifican gustosamente su excursión casual, con objeto de cedérsela a un camarada enfermo. Sucede así: durante la noche se estrujan, se refriegan, se comprimen como sardinas. A la mañana siguiente, el amo los extrae de su escondrijo y comienza a vomitar improperios. Entonces, requiere al criado; y lo amonesta; y lo zarandea. Al fin, elige otro traje. De ordinario, como era de esperarse, el que más se asemeja al primero.</div>
<div style="text-align: justify;">
No obstante, según debe ocurrir también entre los hombres, existen trajes impuros, ofensivos y viles. Trajes que se entretienen, mientras dormimos, en descomponer nuestra figura o en afear nuestros semblantes; trajes canallas y fanfarrones que se mofan de nuestras desventuras, de nuestra morigeración, de nuestros temores religiosos. Trajes libertinos y execrables —verdaderos candidatos al averno— que, aun de viejos, se atildan repugnantemente, con la ilusión grosera de alguna sórdida aventura. Por castigo del cielo suelen ser éstos los negros o aquellos cuyo color no acertaría a descifrar el pintor más ducho en matices. Se les distingue muy fácilmente por la expresión malsana de sus ojos, por la rigidez de sus piernas —víctimas incurables de alguna enfermedad abyecta—, por los ademanes tardíos de sus brazos, por la calvicie prematura.</div>
<div style="text-align: justify;">
No es extraño oírles vanagloriarse:</div>
<div style="text-align: justify;">
—Hoy violé a una niña…</div>
<div style="text-align: justify;">
Y nos refieren con todo lujo de detalles, la pornográfica historieta de cierto uniforme de colegiala sacrificado en la planchaduría durante la noche.</div>
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Pues bien. Mi amo esta vez ha procedido a desnudarse con toda calma, ordenando celosamente mis tres piezas sobre una silla, cual si se propusiera utilizarme de nuevo mañana. Ya ha quitado la luz, y lo siento revolverse entre las sábanas. Todo está en sombras, recogido, expectante. Del jardín asciende, a impulsos del aire, el perfume de los claveles, las mimosas y los rosales. Escucho el gotear del agua en la fuente de piedra y el canto de los grillos. También, de tiempo en tiempo, viene hasta mí el rumor del reloj en la planta baja del edificio y, regularmente, sus campanadas siniestras, profundas, alarmantes.</div>
<div style="text-align: justify;">
«El tiempo huye», pienso encomendándome a Dios. Pero acude el diablo.</div>
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Y por primera vez en mi existencia piadosa —involuntariamente, lo juro— comienzo a ser víctima de los más atroces pensamientos, de las alucinaciones más tenebrosas. Uno a uno, desfilan ante mis ojos con minuciosidad insufrible los episodios más salientes de mi vida; uno a uno, como espectros, danzan alrededor mío, dilatan sus sombras, exageran su contenido, huyen, vuelven y se dispersan, abrumándome con su espantosa monotonía. Nada, nada hay en ellos de interesante, sensacional o misterioso. Todo es gris, gris, como el color que llevo a cuestas: románticos e infructuosos amores; sacrificios estériles; titubeos irreparables; exaltaciones ridículas; prolongados y horrendos encierros en la obscuridad pavorosa del armario; ensueños…</div>
<div style="text-align: justify;">
Oigo, no sé dónde, una voz que me interroga:</div>
<div style="text-align: justify;">
«¿Qué sentido tiene, pues, tu vida?»</div>
<div style="text-align: justify;">
Me santiguo y pienso en Dios, en la Gloria, en el Fuego Eterno. Pretendo balbucir mis rezos. Invoco a los mártires, a las santas. Repito en voz baja los mandamientos. Pero nada ni nadie me auxilia; nada ni nadie acude en mi ayuda. Estoy solo, inexorablemente abandonado, como el más primitivo de los impíos.</div>
<div style="text-align: justify;">
Y la voz insiste:</div>
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«¡Oh, tu vida es tonta, tonta, inútil! Muy pronto envejecerás y todo habrá concluido. Como un miserable perro, merodearás por los tugurios, por las iglesias, por los basureros públicos. Se extinguirá tu virilidad, se embotará tu cerebro, la corriente en tus venas será cada día menos impetuosa. Y un cúmulo de fracasos, de recuerdos ingratos, de arrepentimientos tardíos te aplastará bajo su peso. ¡Hay que vivir, vivir! —prorrumpe la voz ya a gritos—. ¡Vuestro deber es vivir! ¿Aún nadie lo ha comprendido?»</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Yo lo comprendo! —grito también, obsesionado por el péndulo—. Y me arranco una enorme cana: la única. A continuación recuerdo fríamente:</div>
<div style="text-align: justify;">
«Hoy he ido al Banco.»</div>
<div style="text-align: justify;">
En efecto: aquí está la cartera del amo, repleta de billetes de todas clases.</div>
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Estiro piernas y brazos; me visto el chaleco; enderezo la espalda; me incorporo, hecho un hombre. Distingo mi sombra en el muro, proyectada por cierto fulgor invisible, y me sobrecojo un poco.</div>
<div style="text-align: justify;">
«Es la novedad», me consuelo.</div>
<div style="text-align: justify;">
Avanzo en dirección al amo, inclinándome sobre su cabeza. Pero duerme, duerme el pobrecito como un patriarca o un gato, y estoy a punto de retractarme al considerarlo tan débil.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Fuera prejuicios! —exclamo, sacudiendo un brazo.</div>
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Y bebiéndome las lágrimas, me descuelgo por el balcón.</div>
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Un vientecillo risueño y fresco mece los árboles. La luna, las estrellas, las pequeñas nubes, de cara al vacío, tiemblan ante las explosiones de la primavera. ¡Cómo huelen los frutos, la tierra, las plantas! ¡Cómo susurran las hojas, el agua, la hiedra…!</div>
<div style="text-align: justify;">
Luego de ajustarme brevemente el chaleco y de tirarme en debida forma de la americana, avanzo hasta la reja y me deslizo por entre los barrotes.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Ya soy libre, libre, libre! —prorrumpo en la calle, manoseando la cartera.</div>
<div style="text-align: justify;">
Y me lanzo cuesta abajo por una avenida muy amplia que se bifurca graciosamente. Por todas partes crecen los robles, los abedules, las hayas, y en sus ramas duermen los pájaros. Las ramas son muy exuberantes, se entrelazan caprichosamente y adoptan posturas ingenuas: ora es un hombre a horcajadas sobre una serpiente; una bruja anciana junto a un pozo; una joven peinándose; un diablo; un apóstol…</div>
<div style="text-align: justify;">
Camino, camino, y el tiempo transcurre irremediablemente. La ciudad está aún lejos. ¿Tan lejos que nunca podré alcanzarla? Por lo pronto, héme aquí en la carretera. De tarde en tarde cruza un automóvil y yo me oculto entre la maleza, temeroso de que el amo haya descubierto mi fuga y se dirija hacia acá con la pistola en la mano. De improviso, observo que a lo lejos un hombre se aproxima. No me inmuto lo más mínimo y prosigo mi marcha: gallardo, triunfante, resuelto, como atañe a un traje gris, rico y libre.</div>
<div style="text-align: justify;">
«Debe ser un miserable tahonero aburrido de su familia», deduzco con sorna.</div>
<div style="text-align: justify;">
Pero ocurre que cuando estoy a regular distancia de él, le veo detenerse, titubear, llevarse las manos a los ojos y huir, lanzando gritos angustiosos.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Se espantó! —razono muy satisfecho—. Un traje gris que camina solo, camina, camina… no debe ser grato.</div>
<div style="text-align: justify;">
Me desternillo de risa y al punto la sangre se hiela en mis venas.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Pero entonces no podré ir a ninguna parte!</div>
<div style="text-align: justify;">
Siento que el corazón me sofoca, que algo áspero y frío me desciende por la espina y que la tierra gira a mis pies como una rueda. Mediante un esfuerzo sobrehumano del que nunca me consideré capaz, sigo adelante, dando pronto con la solución más cómoda.</div>
<div style="text-align: justify;">
«Es menester adjudicarse un hombre.»</div>
<div style="text-align: justify;">
Me pierdo en la enramada y salgo con una estaca en la mano. Ya tiemblan las luces de la ciudad cercana. Comienzan a aparecer las mansiones, señoriales, inmaculadas, la mayor parte en tinieblas. El cielo es ahora rojo, cuadrado y tremendo… Pero no hay un alma viviente a la vista.</div>
<div style="text-align: justify;">
Por fortuna, al doblar una esquina descubro a la víctima caminando sobre la misma acera que yo. Veo sus espaldas fornidas, temibles, iluminadas oblicuamente por los farolones de gas. Percibo sus pasos burdos, huecos, igual que los de un policía o un caballo. Me apresuro y llego tan cerca de él que distingo con precisión absoluta la canción que tararea entre dientes. Pienso en mil cosas concretas y alegres. En mí.</div>
<div style="text-align: justify;">
«Un traje gris que camina, camina…»</div>
<div style="text-align: justify;">
Y cuando susurra:</div>
<div style="text-align: justify;">
«Ven a mis brazos, amada…»</div>
<div style="text-align: justify;">
Alzo la estaca y lo mato de un solo golpe. Debí fracturarle el cráneo. El hombre enmudece amadaaa—, se tambalea sobre un pie, me mira ya muerto, lanza una especie de mugido y se desploma contra el asfalto, reblagado y estúpido.</div>
<div style="text-align: justify;">
Sin pérdida de tiempo lo desnudo, vistiéndolo a continuación con mis ropas. Los pantalones le son un tanto cortos, pero las demás prendas le sientan a maravilla. No pesa demasiado… Rompo a andar más optimista que nunca, y en aquel preciso momento comienza a aullar un perro. Dobla una campana en lo alto, anunciando la hora: las tres. Ahora sí distingo mis pisadas con estos zapatotes que llevo…</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Qué procede hacer? —me pregunto.</div>
<div style="text-align: justify;">
¡Oh! Transcurre la noche sin que nada interesante se me ocurra. Cruzo ante cabarets, restaurantes, hoteles, toda suerte de mazmorras. Nada me atrae. Compro, por distraerme, un habano y se lo meto en la boca al muerto. En una taberna le ofrezco una copa de ron; otra; otra. Me parece que va perdiendo el equilibrio. Así es: en una esquina me suplica me detenga y se aprieta el estómago con verdadera furia. Un líquido caliente y agrio, semejante a un chorro de alquitrán, surge bajo sus bigotes embadurnados.</div>
<div style="text-align: justify;">
«Ahora voy más ligero», admito, mirando de reojo al pozo de sangre.</div>
<div style="text-align: justify;">
Y el panorama persiste horrible: garitos, hospitales, templos, comercios, hogares en penumbra.</div>
<div style="text-align: justify;">
«¡Cuánta ruina en la vida de los hombres! —medito—. Cuánta complicada inmundicia! ¡Ni un simple traje gris como yo alcanza a hallar en todo esto aliciente alguno!»</div>
<div style="text-align: justify;">
Penetro en un casino de juego y arriesgo unas monedas a la ruleta. Después, un buen puñado de billetes. La bolita salta y rueda y me produce risa. Cuando me levanto, porto en los bolsillos una monstruosa fortuna.</div>
<div style="text-align: justify;">
«Se creen demasiado listos», pienso, observando atodos aquellos seres asustados y pálidos, de ojos hipócritas.</div>
<div style="text-align: justify;">
Aunque convengo allí mismo:</div>
<div style="text-align: justify;">
«¿Y de qué me sirven tantos miles?»</div>
<div style="text-align: justify;">
Lanzo al espacio los billetes, y los hombres, a su vez, se lanzan en pos de aquéllos, desgarrándose el frac y otras cosas. Derriban sillas y mesas, se acometen bárbaramente, se congestionan de ansiedad, ruedan unos sobre otros como piedras.</div>
<div style="text-align: justify;">
Así los dejo y salgo a la intemperie, poseído del aburrimiento más atroz. El mar suena en alguna parte y su murmullo me deprime hasta lo indecible, sugiriéndome ideas nefastas. Ideas que, de ser yo un hombre, me impulsarían irremediablemente a incendiar todos aquellos edificios, con sus criados, sus perros, sus amos y sus caballos. Entreveo las olas negras, coronadas de espuma, lamiendo la costa recia. Distingo el olor saludable y fresco del mar… Llego a la playa y me paseo a obscuras, muy pensativo, con las manos atrás. Totalmente desolado, dejo que el viento rice mis cabellos, que alivie si es posible mi confusión.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Oh, los hombres, los hombres, los hombres!</div>
<div style="text-align: justify;">
Los tropiezo a cientos, todos absurdamente iguales; todos me desesperan. Unos son policías y portan amenazadoramente una linterna en la mano. Otros van borrachos y eructan, apestando el aire puro. Otros deben ser millonarios y abordan sus tumbas con ruedas. Otros son músicos, gigolós, reverendos, ministros. ¡No hay diferencia entre ellos! Sin embargo, ellos piensan que sí.</div>
<div style="text-align: justify;">
«¿Y para esto se multiplican? —cavilo—. ¿Y para esto defienden con semejante furor sus vidas? ¿Y paraesto se mandan a hacer trajes caros, cuando podrían andar perfectamente en cueros?»</div>
<div style="text-align: justify;">
Fatigado, con el corazón maltrecho, decepcionado de la noche, de los billetes, de Lucifer y del regocijo humano, me dejo caer sobre el césped húmedo de un parque. Me tumbo, al cabo, cuan largo soy, y pronto advierto por entre los troncos de los árboles a dos mujeres que avanzan perezosamente. Examino con curiosidad sus figuritas flexibles, sus rostros de niñas anémicas, sus ancas repletas de yegua. Visten admirablemente y se adornan con joyas exquisitas. Me pongo en pie, sin titubeos. Las abordo, y ellas pretenden gritar, pidiendo auxilio, mas yo las tranquilizo al punto, como se tranquiliza a cualquier criatura mortal por desdichada que sea. Esto es, mostrándole muchos papeles de Banco. Azoradas, cambian entre sí miradas de pasmo, calculando tal vez con sus cabezas cuadradas que se trata de un bandolero o un lunático. Reaccionan en suma.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Vamos? —las invito, sin ningún preámbulo.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Vamos!</div>
<div style="text-align: justify;">
Detengo a un taxi y nos hundimos en su penumbra sucia. Las mujercitas, poco a poco, comienzan a insinuárseme, manoseando la barbilla del muerto o palmoteándole sobre el vientre. El pecho, a ratos, amenaza con escapárseles por el descote. Sus muslos tiemblan prometedora y ansiosamente. Hay no sé qué húmedo, criminal y tristón en sus ojos. Mas nada de esto me interesa.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Aprovéchate si quieres —aconsejo al cadáver.</div>
<div style="text-align: justify;">
Pero él qué ha de aprovecharse. Ahí va quieto, mudo, duro como un garrote.</div>
<div style="text-align: justify;">
Transcurridos unos minutos, nos apeamos frente a un hotel de los más célebres por cuyas terrazas en sombra discurren grupos de hombres y mujeres sospechosamente. La playa está cercana y el agua sigue sonando, sonando… A poco, ya estamos los tres instalados en el mejor aposento del edificio. La atmósferaes en extremo tibia, perfumada y propicia. Una gran colcha de damasco cubre el lecho, y los muebles están construidos de maderas claras. La noche, tras los visillos, se muestra ahora más limitada y benigna.</div>
<div style="text-align: justify;">
Dan principio los galanteos, las caricias, los besos: toda esa serie de explosiones groseras y cínicas, tan poco saludables, a que se entregan los hombres en cuanto se sienten contentos.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Desnudáos las dos —ordeno.</div>
<div style="text-align: justify;">
Proceden a quitarse las ropas mientras yo las contemplo de cerca. De un golpe, saltan ambas al lecho, cual si en realidad mi presencia las intimidara profundamente. Por el contrario, ríen de un modo histérico, pellizcándose las ancas.</div>
<div style="text-align: justify;">
«Se suponen tentadoras», pienso con burla.</div>
<div style="text-align: justify;">
Y me siento con el muerto en una silla. Ahí sigue: tieso, de gris, solemne; las piernas, velludas y azules; el vientre, repleto de intestinos muertos. Quito la luz y las mujeres flirtean.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Por qué nos dejas a obscuras si nuestros cuerpecitos son tan lindos? ¿O es que no te gusta mirarnos?</div>
<div style="text-align: justify;">
Por respuesta, tomo al cadáver por los sobacos, me desembarazo de él y se lo arrojo a ellas con todas mis fuerzas. Suenan reír y protestar a un tiempo.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Bruto! —chilla una amigablemente, al recibir sobre su carne desnuda la mole fría y patética del desdichado.</div>
<div style="text-align: justify;">
Y sin perder un segundo me apodero de los vestiditos de las mujeres galantes, saliendo a toda prisa de la alcoba. En el pasillo, una dama al verme, se desmaya, exhibiendo sus ligas violeta. Más adelante un botones se estrella, en su pánico, contra el muro.</div>
<div style="text-align: justify;">
Cruzo el vestíbulo, como un endemoniado. Salgo a la calle. Me precipito contra un transeúnte que lleva a cuestas un contrabajo y desaparezco en un taxi. Huyo, huyo, ahora sí, con la sangre envenenada de deseo.</div>
<div style="text-align: justify;">
Primeramente los vestiditos desconfían, pretenden llorar, suplican piedad en silencio.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡No lloréis! —les digo a propósito—: no temáis que sea yo un bandolero o un sádico. No soy ningún delincuente. Por el contrario, soy un millonario de las mejores costumbres que ha salido a divertirse.</div>
<div style="text-align: justify;">
Ya ríen ellas, entreabriendo sus boquitas húmedas. Ya me miran complacientemente, agitando sus juveniles miembros.</div>
<div style="text-align: justify;">
«Se me entregarán sin lucha», comprendo.</div>
<div style="text-align: justify;">
Y echo mano a la obra, rodeando sus cinturitas traviesas, sus dedos ardientes, sus primorosos velos. Desfalleciente, con una insoportable angustia en las rodillas, ordeno al chofer:</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Deténgase!</div>
<div style="text-align: justify;">
Bajamos, no lejos de la mansión de mi amo. Por entre la fronda azul asoman sus terrazas fatales, sus paredes inicuas, sus cristales malditos. A lo largo de una vereda, bajo las ramas sollozantes de los sauces, nos dirigimos al lago. Vamos los tres del brazo, lo mismo que tres adolescentes prófugos: locuaces, risueños, excitantes. Yo voy cortando flores para mis amiguitas lindas y ellas las van deshojando entre sus dedos, cubriendo la tierra de pétalos. ¡Cómo nos amamos!</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Verdad que nos amamos? —indago.</div>
<div style="text-align: justify;">
Pero, de súbito, se ponen tristes, palidecen y no quieren más flores. Están, creo, al borde de echarse allorar. Yo las invito entonces a pasear en lancha, y pronto el agua nos circunda, una luz diáfana y extraña nos envuelve, y la canción misteriosa de la noche, cálida, sugerente, se difunde a través de mil invisibles gargantas.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Verdad, verdad que nos amamos?</div>
<div style="text-align: justify;">
Por respuesta, un hedor inconfundible, enteramente inesperada, salobre, mensual, se me agarra a la garganta. ¡Oh dolor!</div>
<div style="text-align: justify;">
En la orilla cabecean los sauces, multiplicados por las ondas. Las ondas son amplias, elásticas, y se despliegan cada vez más cautivantes, formando una inmensa copa frágil. La luna riela, auscultando la tierra…</div>
<div style="text-align: justify;">
¡Oh dolor, dolor, dolor!</div>
<div style="text-align: justify;">
Y la desesperación hace presa en mí. Reniego de mi mala estrella.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Si tuviera a mano un laúd! —prorrumpo, en el colmo del erotismo frustrado.</div>
<div style="text-align: justify;">
Las pupilas de ellas se iluminan.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Eres músico? —inquiere una muy tiernamente.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Soy un desdichado! —grito, escupiendo con asco.</div>
<div style="text-align: justify;">
Y agrego a poco, mesándome los cabellos:</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Suicidémonos!</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Suicidémonos! —responden a dúo.</div>
<div style="text-align: justify;">
Casi amanece cuando nos lanzamos al agua. Nos lanzamos los tres de la mano, con suavidad, suspirando amargamente, temblando de pasión y frío, cada cual con una flor en la mano: tristes, tristes, tristes…</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
— Francisco Tario, ‘La noche del traje gris’ en <i>Algunas noches, algunos fantasmas</i>. FCE: México, 2004. </div>
Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-81511565483206636032015-06-05T04:00:00.000-07:002015-06-05T04:00:08.343-07:00EN LAS NARICES DE LA GENTE. Henry Miller<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiiFNkOxygiFcTuUe9RMf5o7GWHaGWgF2pAjKdCvZJds6f6rSUQwjkvDFh_Fp0zcffxT-UDwA8Nd3J-UO5vNBhrnJ9yp25Xd1l6g2BZeqhooCU3Ad602IJBlEr4ZOgK0Euys4RL1k4HIIVw/s1600/exhibicionista%5B1%5D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiiFNkOxygiFcTuUe9RMf5o7GWHaGWgF2pAjKdCvZJds6f6rSUQwjkvDFh_Fp0zcffxT-UDwA8Nd3J-UO5vNBhrnJ9yp25Xd1l6g2BZeqhooCU3Ad602IJBlEr4ZOgK0Euys4RL1k4HIIVw/s1600/exhibicionista%5B1%5D.jpg" height="320" width="302" /></a></div>
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<br /></div>
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He de decir que Francie era de buena pasta. Desde luego, no era católica y si tenía moral alguna, era del orden de los reptiles. Era una de esas chicas nacidas para follar. No tenía aspiraciones ni grandes deseos, no se mostraba celosa, no guardaba rencores, siempre estaba alegre y no carecía de inteligencia. Por las noches, cuando estábamos sentados en el porche a oscuras hablando con los invitados, se me acercaba y se me sentaba en las rodillas sin nada debajo del vestido, y yo se la metía mientras ella reía y hablaba con los otros. Creo que habría actuado con el mismo descaro delante del Papa, si hubiera tenido oportunidad. De regreso en la ciudad, cuando iba a visitarla a su casa, usaba el mismo truco delante de su madre que, afortunadamente, estaba perdiendo la vista. Si íbamos a bailar y se ponía demasiado cachonda, me arrastraba hasta una cabina telefónica y la muy chiflada se ponía a hablar de verdad con alguien, con alguien como Agnes, por ejemplo, mientras le dábamos al asunto: Parecía darle un placer especial hacerlo en las narices de la gente, decía que era más divertido, si no pensabas demasiado en ello. En el metro abarrotado de gente, al volver a casa de la playa, pongamos por caso, se corría el vestido para que la abertura quedara en el medio, me cogía la mano y se la colocaba en pleno coño. Si el tren iba repleto y estábamos encajados a salvo en un rincón, me sacaba la picha de la bragueta y la cogía con las manos, como si fuera un pájaro. A veces se ponía juguetona y colgaba su bolso de ella como para demostrar que no había el menor peligro. Otra cosa suya era que no fingía que yo fuera el único tío al que tenía sorbido el seso. No sé si me contaba todo, pero desde luego me contaba muchas cosas. Me contaba sus aventuras riéndose, mientras estaba subiéndome encima o cuando se la tenía metida, o justo cuando estaba a punto de correrme. Me contaba lo que hacían, si la tenían grande o pequeña, lo que decían cuando se excitaban y esto y lo otro, dándome todos los detalles posibles, como si fuera yo a escribir un libro de texto sobre el tema. No parecía sentir el menor respeto por su cuerpo ni por sus sentimientos ni por nada relacionado con ella. «Francie, cachondona», solía decirle yo, «tienes la moral de una almeja». «Pero te gusto, ¿verdad?», respondía ella. «A los hombres les gusta joder, y a las mujeres también. No hace daño a nadie y no significa que tengas que amar a toda la gente con la que folles, ¿no? No quisiera estar enamorada; debe de ser terrible tener que joder con el mismo hombre todo el tiempo, ¿no crees ? Oye, si sólo follaras conmigo todo el tiempo, te cansarías de mí en seguida, ¿no? A veces es bonito dejarse joder por alguien que no conoces en absoluto. Sí, creo que eso es lo mejor», añadió, «no hay complicaciones, ni números de teléfono, ni cartas de amor, ni restos ¡vamos! Oye, ¿crees que está mal lo que te voy a contar? Una vez intenté hacer que mi hermano me follara; ya sabes lo sarasa que es... no hay quien lo aguante. Ya no recuerdo exactamente cómo fue, pero el caso es que estábamos en casa solos y aquel día me sentía ardiente. Vino a mi habitación a preguntarme por algo. Estaba allí tumbada con las faldas levantadas, pensando en el asunto y deseándolo terriblemente, y cuando entró, me importó un comino que fuera mi hermano, simplemente lo vi como un hombre, así que seguí tumbada con las faldas levantadas y le dije que no me sentía bien, que me dolía el estómago. Quiso salir al instante a comprarme algo, pero le dije que no, que me diera friegas en el estómago, que eso me calmaría. Me abrí la blusa y le hice darme friegas en la piel desnuda. Intentaba mantener los ojos fijos en la pared, el muy idiota, y me frotaba como si fuera un leño. "No es ahí, zoquete", dije, "es más abajo... ¿de qué tienes miedo?" Y fingí que me dolía mucho. Por fin, me tocó accidentalmente. "¡Eso! ¡Ahí!", exclamé. "Oh, restriégame ahí! ¡Qué bien sienta!" ¿Y sabes que el muy lelo estuvo dándome masajes durante cinco minutos sin darse cuenta de que era un simple juego? Me exasperó tanto, que le dije que se fuera a hacer puñetas y me dejase tranquila. "Eres un eunuco" dije, pero era tan lelo, que no creo que supiera lo que significaba esa palabra.» Se rió pensando en lo tontorrón que era su hermano. Dijo que probablemente fuese virgen todavía. ¿Qué me parecía... había hecho muy mal? Naturalmente, sabía que yo no pensaría nada semejante. «Oye, Francie», dije, «¿le has contado alguna vez esa historia al poli con el que estás liada?» Le parecía que no. «Eso me parece a mí también», dije. «Si oyera alguna vez esa historia, te iba a dar para el pelo.» «Ya me ha pegado», respondió al instante. «¡Cómo!», dije, «¿le dejas que te pegue?» «No se lo pido», dijo, «pero ya sabes lo irascible que es. No dejo que nadie me pegue pero, no sé por qué, viniendo de él no me importa tanto. A veces me hace sentirme bien por dentro... no sé, quizá la mujer necesite que le den una somanta de vez en cuando. No duele tanto, si te gusta el tipo de verdad. Y después es tan dulce... casi me siento avergonzada...» </div>
<br />
<div style="text-align: right;">
— Henry Miller, <i>Trópico de Capricornio</i>, trad. Carlos Manzano (México: Punto de lectura, 2011) 328-331 pp.</div>
Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-7172778989172421392015-05-29T04:00:00.000-07:002015-05-29T04:00:03.703-07:00¿CUÁNDO ACABARÁS DE REVENTAR, ASQUEROSA BESTIA? Fiódor Dostoievski<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgZ4DlZYpgiTrSPUFe2YjWJgZA_-PnbgasSr50w6Bzc0hLn-DdQL2nrD5DxycHguYfWqUjs6ts6Z3P5XIm8eFLQCe280r484-kB6mIpb_bqYk9KfBXipUWQm4S9ZPIDR_j9-iaJSSMFymUz/s1600/Fi%C3%B3dor+M.+Dostoievski+-+Memorias+del+Subsuelo%5B1%5D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgZ4DlZYpgiTrSPUFe2YjWJgZA_-PnbgasSr50w6Bzc0hLn-DdQL2nrD5DxycHguYfWqUjs6ts6Z3P5XIm8eFLQCe280r484-kB6mIpb_bqYk9KfBXipUWQm4S9ZPIDR_j9-iaJSSMFymUz/s1600/Fi%25C3%25B3dor+M.+Dostoievski+-+Memorias+del+Subsuelo%5B1%5D.jpg" height="400" width="235" /></a></div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
-¡Oh, Lisa! ¡Desde luego, los libros tienen aquí su papel! Aunque este asunto no me concierne, me desagrada. Además, me llega al corazón. Mi alma ha despertado. ¿De veras no te sientes profundamente triste aquí? Se comprende: la costumbre es una gran cosa. Sólo el diablo sabe hasta dónde puede llevar la costumbre al hombre. ¿En serio crees que no envejecerás nunca, que serás siempre bonita y que siempre te querrán tener aquí? No te hablaré de la suciedad que aquí se respira, pero quiero decirte algo sobre lo que va a ser tu vida en esta casa. Ahora eres joven y bonita, y tienes alma, sensibilidad... Sin embargo, cuando he vuelto a la realidad, me ha producido cierta repulsión verte a mi lado. Sólo venimos aquí cuando estamos completamente borrachos. En cambio, si te hubiese conocido en otra parte, si hubieses vivido como viven las personas honradas, es posible que te hubiera hecho la corte, e incluso que me hubiera enamorado de ti; que me hubiera hecho feliz una mirada tuya, y más feliz aún que tus palabras. Te habría esperado a la puerta, habría pasado horas enteras a tus pies, habrías sido mi prometida y habría juzgado este compromiso como un gran honor. No me habría atrevido a ofenderte siquiera con el pensamiento. Aquí, en cambio, me basta darte un silbido para que acudas; aquí estás obligada a obedecerme: has de venir, quieras o no, pues no soy yo quien depende de tu voluntad, sino tú quien dependes de la mía. Cuando un mujik, incluso el más humilde, se contrata para trabajar, no se vende por entero, y, además, sólo por un tiempo determinado. Pero tú... ¿Qué límite tiene tu servicio? Piensa hasta qué punto te vendes aquí, hasta qué extremo llega tu esclavitud. Vendes tu cuerpo y, con él, tu alma. Ya no dispones de tu alma.</div>
<div style="text-align: justify;">
Entregas tu amor al primer borracho que pasa, para que él lo pisotee. Sin embargo, el amor lo es todo. Es un diamante, el tesoro de las muchachas. Hay hombres que para obtener ese amor son capaces de correr peligros de muerte, de perder su alma. Sin embargo, aquí, ¿qué valor tiene el amor? Te compran enteramente. ¿Y para qué quieren tu amor, si lo obtienen todo de ti sin amor? Es la mayor ofensa que se puede inferir a una joven, reconócelo.</div>
<div style="text-align: justify;">
»He oído decir que aquí se os halaga, aprovechándose de vuestra candidez; que se os permite tener amantes. Esto es una farsa, una mentira. Se ríen de vosotras, y vosotras os dejáis engañar. ¿Puede amarre verdaderamente uno de esos amantes? No lo creo. ¿Cómo es posible que te ame sabiendo que te van a llamar de un momento a otro, que tendrás que dejarlo a él por cualquiera? El que consiente estas cosas es un miserable. ¿Qué estimación, por poca cosa que sea, puede tenerte? Se ríe de ti y, encima, te roba. En esto consiste su amor. Y puedes darte por satisfecha si no te vapulea..., cosa que es muy posible que haga. Pregúntale al tuyo (si lo tienes) si quiere casarse contigo. Como respuesta, lanzará una risotada en tus mismas narices, eso si no te escupe a la cara o te da una paliza. Pero ocurre que él no vale ni dos ochavos. ¿Y para qué (piensa en ello) has enterrado aquí tu existencia? Para que te alimenten y te den café. Pero ¿con qué objeto te alimentan? Una mujer distinta, una joven honrada, ni siquiera probaría esos alimentos, pues comprendería el fin con que se los dan. Tú debes ya a la patrona; le deberás todavía más, y tu deuda seguirá aumentando hasta el fin de tu carrera; hasta que los clientes no quieran ya saber nada de ti. Esto ocurrirá pronto. No confíes en tu juventud. Aquí el tiempo galopa. Cuando ya no sirvas, te echarán a la calle. Y, antes de echarte, te colmarán de reproches e insultos, como si no hubieses entregado a tu 'patrona tu juventud, tu salud e incluso tu alma. Te dirán que eres la ruina de la casa; te hablarán como si hubieses robado, como si hubieses sumido en la miseria a tu patrona. Y no esperes ayuda de nadie. Las demás, tus compañeras, irán también en contra tuya para adular a la patrona, pues aquí todas, todas son esclavas y han perdido hace ya mucho tiempo la conciencia y la compasión. Son cobardes y lanzarán sobre ti los insultos más groseros, más viles y más crueles. Lo dejarás aquí todo sin darte cuenta: la salud, la juventud, tus encantos, tus esperanzas, y a los veintidós años tendrás el aspecto de una mujer de treinta. Y da gracias a Dios si no te pones enferma. Te imaginas (estoy seguro) que no trabajas, que estás en continuas vacaciones. Pero no hay, no ha habido jamás trabajo más penoso que el tuyo, tanto, que tu corazón debería fundirse en lágrimas.</div>
<div style="text-align: justify;">
»No te atreverás a pronunciar una sola palabra, ni siquiera media, cuando te echen de aquí. Te marcharás encorvada como una culpable. Irás a otra casa, luego a otra, todavía volverás a cambiar, y, finalmente, irás a parar a la plaza del Heno. Y allí recibirás paliza tras paliza, por nada, por costumbre. Así se hace siempre en aquel lugar. Ningún cliente te besará sin antes darte un buen vapuleo. ¿Te resistes a creer en tanto horror? Ve a la plaza del Heno y lo verás por tus propios ojos. </div>
<div style="text-align: justify;">
»Yo vi una vez, una víspera de Año Nuevo, a una de esas desgraciadas. La habían echado a la calle, a modo de broma, para "calmarla", porque gritaba demasiado, y habían cerrado la puerta tras ella. A las nueve de la mañana estaba ya completamente borracha. Iba desmelenada y medio desnuda. Su cuerpo mostraba huellas de golpes. Llevaba la cara pintada y cubierta de polvos, bajo sus ojos destacaban dos grandes manchas negras y su boca y su nariz sangraban. El causante de todo aquello había sido un cochero de fiacre. Estaba sentada en los peldaños de piedra de la escalinata y tenía en la mano un pescado en salmuera. Gritaba, repetía con obstinación las mismas frases sobre su infortunio y golpeaba los escalones con el pescado. Estaba rodeada de cocheros y soldados borrachos, que se reían de ella y se divertían excitándola. Tú no quieres admitir que te ocurrirá lo mismo que a esa mujer. Tampoco yo lo quiero creer. Pero ¿qué sabes tú de eso? Ocho o diez años atrás, llegó de no sé dónde, fresca como una rosa, inocente, limpia, ignorante de todo lo malo, ruborizándose a cada momento. Tal vez era semejante a ti: orgullosa y susceptible, de mirada altiva, y persuadida de que el hombre que la amase y a quien ella amara gozaría de una felicidad inmensa. Sin embargo, ya ves cómo terminó.</div>
<div style="text-align: justify;">
»Y piensa que acaso en el momento mismo en que golpeaba los escalones de piedra con su pescado en salmuera, borracha y desmelenada, acudieron a su memoria los años pasados en la casa paterna, aquellos años en que, pura como un ángel, iba al colegio, y el hijo del vecino la esperaba en la carretera para jurarle que la amaría eternamente y le dedicaría su vida entera, lo que terminó con la mutua promesa de quererse siempre y casarse tan pronto como fuesen mayores...</div>
<div style="text-align: justify;">
»¡Créeme, Lisa! Sería una felicidad para ti, sí, una felicidad, morir en un rincón, en un sótano, como aquella tísica de la que te he hablado hace poco. Has mencionado el hospital. ¡Tendrías suerte si te llevaran a un hospital! Pero piensa que tu patrona te necesitará todavía. La tisis no es un simple acceso de fiebre. El enfermo conserva la esperanza hasta el último minuto y siempre dice que se siente bien. Se engaña a sí mismo, y la patrona se aprovecha de ello. Sí, así es. Le vendiste tu alma y, además, le debes dinero. Ya no puedes, por lo tanto, replicarle. Y cuando estás agonizando, todos se apartarán de ti y te abandonarán, porque ¿para qué puedes servirles en esos momentos? Y todavía te echarán en cara el sitio que ocupas y la poca prisa con que te mueres. Ni siquiera podrás obtener un poco de agua, y, si te la dan, lo harán injuriándote:</div>
<div style="text-align: justify;">
«¿Cuándo acabarás de reventar, asquerosa bestia? Con tus gemidos nos impides dormir y molestas a los clientes». Sí, así sucede. Yo mismo he oído lanzar reproches semejantes. Cuando estés medio muerta, te echarán en el rincón más sombrío y hediondo de un sótano, donde sólo habrá humedad y tinieblas. ¿En qué pensarás cuando estés allí, tendida, sola? Y, ya muerta al fin, manos extrañas te amortajarán a toda prisa, con impaciencia, lanzando juramentos. Nadie pensará en ti suspirando, nadie acudirá a tu lado para bendecir tu cuerpo. Sólo pensarán en librarse de ti lo antes posible. Comprarán un burdo ataúd y se te llevarán como se llevaron a aquella desgraciada. Y luego irán a echar un trago en memoria tuya. La fosa estará llena de barro, de nieve derretida. Pero para ti no hay contemplaciones. "¡Ven, Vania: la bajaremos por aquí! ¡Es su sitio! Pero también por aquí baja patas arriba... ¡Sujeta bien las cuerdas, animal! ¡Ahora va bien! Pero ¿no ves que la has puesto de costado? Al fin y al cabo, era un ser humano. Bueno, no importa: cúbrela ya de tierra." Ni siquiera querrán disputar sobre ti. Te cubrirán lo antes posible de una capa de tierra fangosa y se irán a la taberna. Así terminarás. Después, nadie se acordará de ti. Junto a las demás tumbas hay hijos, padres, esposos, pero junto a la tuya, ni una lágrima, ni un suspiro. Y nadie, absolutamente nadie, se acercará jamás a tus restos. Tu nombre desaparecerá de la superficie de la tierra como si no hubieses existido nunca, como si ni siquiera hubieras nacido. Lodo, pantanos... Golpea cuanto quieras la tapa de tu ataúd por la noche, a la hora en que se levantan los muertos. "¡Dejadme salir, buena gente! ¡Quiero ver la luz! He vivido sin vivir; mi vida ha sido una alfombra para los pies de los hombres. La devoraron y terminó en la plaza del Heno. ¡Dejadme salir, buena gente! ¡Quiero volver a vivir!"</div>
<div style="text-align: justify;">
Estaba exaltado, mi garganta se contraía en sacudidas espasmódicas. De pronto, me detuve, inquieto; me incorporé en la cama, incliné la cabeza con el corazón palpitante de temor y agucé el oído: había motivo más que suficiente para sentirse intranquilo.</div>
<div style="text-align: justify;">
Yo sospechaba desde hacía unos momentos que había trastornado su alma y destrozado su corazón, pero cuanto más seguro estaba de ello, mayor era mi deseo de obtener una victoria rápida y completa. Este juego me arrastraba. Pero no era únicamente un juego...</div>
<div style="text-align: justify;">
Me daba perfecta cuenta de que estaba hablando sin espontaneidad, tediosamente, en un estilo literario. Pero esto no me importaba. Tenía la seguridad de que ella me comprendía y de que mi estilo literario era para mí una gran ayuda en aquel momento. Pero cuando hube logrado mi propósito, tuve miedo.</div>
<div style="text-align: justify;">
Nunca, nunca fui testigo de una desesperación tan profunda. Lisa tenía la cara hundida en la almohada, a la que estrechaba entre sus brazos. El llanto desgarraba su pecho. Todo su joven cuerpo temblaba, convulso. Los sollozos que se amasaban en su garganta y que la ahogaban, se convertían de pronto en gritos, en ladridos. Entonces hundía aún más la cabeza en la almohada: no quería que nadie de aquella casa supiera que lloraba y sufría. Mordía la almohada, y una vez se mordió el brazo hasta hacerse sangre, como comprobé luego. Otra vez introdujo los dedos en su dispersa cabellera y permaneció inmóvil, en un esfuerzo atroz, conteniendo la respiración, apretando los dientes. Me dispuse a decirle algo, a pedirle que se calmara, pero advertí que no tenía valor para hablarle, y de pronto, presa de pánico, me levanté, a fin de vestirme a tientas y huir. La oscuridad era completa. Mis esfuerzos por ir de prisa eran inútiles. En esto, mi mano tropezó con una caja de cerillas y un candelero con una vela entera. Apenas la encendí, Lisa se sentó de un salto en la cama. Tenía el rostro contraído y me miró con sonrisa de loca, con un gesto de extravío. Me senté a su lado y me apoderé de sus manos. Entonces volvió en sí, se lanzó sobre mí, fue a rodearme con sus brazos, pero no se atrevió y bajó lentamente la cabeza.</div>
<div style="text-align: justify;">
- Lisa, amiga mía, me he equivocado... Perdóname -empecé a decir.</div>
<div style="text-align: justify;">
Pero ella apretó tan fuertemente mis manos con las suyas, que comprendí que estaba diciendo algo inconveniente, y me callé.</div>
<div style="text-align: justify;">
-Aquí tienes mi dirección, Lisa. Ven a verme.</div>
<div style="text-align: justify;">
-Iré -murmuró la joven resueltamente, pero sin levantar la cabeza.</div>
<div style="text-align: justify;">
-Ahora me voy. ¡Adiós! ¡Hasta la vista!</div>
<div style="text-align: justify;">
Me levanté. Lisa se levantó también. Luego, de pronto, se sonrojó, tuvo un sobresalto, se apoderó de una pañoleta que había en una silla y se cubrió con ella los hombros y el cuello hasta la barbilla. Hecho esto, tuvo una sonrisa forzada, volvió a enrojecer y me miró extrañamente. Esto me inquietó. Me urgía salir de allí, desaparecer.</div>
<div style="text-align: justify;">
-Espere un momento -me dijo Lisa de pronto en la antecámara, ya cerca de la puerta, reteniéndome por el borde de la capa.</div>
<div style="text-align: justify;">
Dejó la bujía y salió corriendo. Indudablemente había olvidado algo que quería mostrarme. Su cara era de un matiz sonrosado, le brillaban los ojos, sonreía. ¿Qué me quería enseñar? Esperé. Volvió al cabo de un minuto. Su mirada parecía excusarse. Su semblante era distinto. En sus ojos no había ya aquella expresión sombría suspicaz y obstinada; ahora su mirada era dulce, implorante, y también confiada, acariciadora y tímida. Miraba como miran los niños a aquellos a quienes quieren y a los que piden algo. Sus ojos, de un castaño claro, eran hermosos, vivos y sabían expresar tanto el amor como el odio. Juzgando inútil explicarme nada, como si yo fuera un ser superior, capaz de comprenderlo todo sin explicaciones, me tendió un plieguecillo de papel. Todo su rostro se iluminó en aquel instante con una alegría ingenua, casi infantil. Tomé el papel. Era una carta dirigida a ella por un estudiante de Medicina: una declaración de amor, solemne, florida y extremadamente respetuosa.</div>
<div style="text-align: justify;">
He olvidado las frases, pero recuerdo perfectamente que bajo el estilo ampuloso, sentí palpitar un sentimiento tan lleno de sinceridad, que no cabía pensar en la ficción. Cuando hube terminado la lectura, vi clavada en mí la mirada de Lisa, una mirada ardiente impaciente y curiosa como la de un niño. Sus ojos estaban fijos en los míos; Lisa esperaba con avidez mi opinión sobre la carta. Breve y apresuradamente, pero con una especie de gozoso orgullo, Lisa, me explicó que la habían invitado a una velada en casa de una familia respetable que «no sabía nada, absolutament rien» (porque no hacía mucho tiempo que había llegado, sólo para explorar, y estaba decidida a no quedarse, pues en cuanto hubiese pagado su deuda se iría). Y el estudiante fue también a esa velada; fue su pareja en todos los bailes y resultó que ya se habían conocido en Riga, cuando los dos eran niños aún, y que habían jugado juntos. ¡Pero hacía tanto tiempo de aquello! Él conocía también a los padres de Lisa. Pero no sabía nada de su situación, absolutamente nada, y no tenía la menor sospecha sobre este punto. Y he aquí que al día siguiente (hacía tres días) le había enviado aquella carta por conducto de una amiga que había ido con ella a la velada. «Y... bueno, esto es todo.»</div>
<div style="text-align: justify;">
Cuando terminó su relato, bajó confusa, sus centelleantes ojos. La pobre conservaba aquella carta como un objeto precioso -el único que poseía- y me lo había enseñado para que yo, antes de marcharme supiera que se la podía querer honradamente, sinceramente, y que se le podía escribir en tono respetuoso. Desde luego, el destino de aquella carta era permanecer guardada como un recuerdo y ninguna otra la seguiría. Pero esto poco importa: estoy seguro de que la conservó toda su vida como una joya. Era su orgullo, su justificación. Lisa se había acordado de su tesoro improviso y me lo había mostrado con ingenuo orgullo, para recobrar mi estimación, para que la felicitara. Pero no le dije nada; le estreché la mano y me fui. ¡Tenía tantas ganas de marcharme! Volví a casa a pie, aunque la nieve seguía cayendo en grandes copos. Sufría, me sentía aniquilado y confundido. Pero, a través de esta confusión, entreveía ya la verdad..., una verdad sumamente desagradable. </div>
<br />
<div style="text-align: right;">
— Fiódor Dostoievski, <i>Memorias del subsuelo</i>, trad. Bela Martinova (Madrid: Cátedra, 2005), 164-171.</div>
<div>
<br /></div>
Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-49007233033991522112015-05-22T03:30:00.000-07:002015-05-22T03:30:00.448-07:00LA NOCHE DE MARGARET ROSE. Francisco Tario<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgqsBUV5IzpB2xQtLAokCQH8444qn9_d04YssQmCFPtLM8eJapNV6eN2cAv7lwXvHYG0YDg8vo3w70WTcjR9XTV_59PtNx_WJxFr_ovVLIL3OpMGGCuRQtVflpEIkyfNBfmKcqf-5kWe11Y/s1600/37_fondo%5B1%5D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgqsBUV5IzpB2xQtLAokCQH8444qn9_d04YssQmCFPtLM8eJapNV6eN2cAv7lwXvHYG0YDg8vo3w70WTcjR9XTV_59PtNx_WJxFr_ovVLIL3OpMGGCuRQtVflpEIkyfNBfmKcqf-5kWe11Y/s1600/37_fondo%5B1%5D.jpg" height="250" width="400" /></a></div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
Decía la carta, escrita poco menos que ilegiblemente:</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: center;">
<i>X. X. Esq.,</i></div>
<div style="text-align: center;">
<i>97 Cromwell Road.</i></div>
<div style="text-align: center;">
<i>Londres S. W. 7.</i></div>
<div style="text-align: center;">
<i>Margaret Rose Lane, inglesa, de 28 años, casada con un multimillonario yanqui, lo invita a usted muy íntimamente a jugar al ajedrez el sábado en la noche.</i></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y al pie, con caracteres de imprenta, aparecía una serie de indicaciones muy minuciosas referentes a la situación exacta de la finca, sobre la ruta de Brighton, a unos veinticinco kilómetros de la costa.</div>
<div style="text-align: justify;">
Margaret Rose Lane, en mis borrosos recuerdos, se reducía exclusivamente a esto: a una chiquilla muy pálida, etérea, vestida de verde y que jugaba al ajedrez admirablemente.</div>
<div style="text-align: justify;">
Escarbando en la memoria, logré, no obstante, reconstruir más tarde determinados pormenores.</div>
<div style="text-align: justify;">
Nos conocimos en Roma —no acierto a precisar con ocasión de qué sencillo incidente— en la iglesia de San Sebastián, momentos antes de descender a las catacumbas. La acompañaba, creo, una institutriz francesa, présbita o algo por el estilo, y la chiquilla debía contar por aquel entonces diecisiete o dieciocho años. Recuerdo con singular perfección, por cierto, la figura de ella en el antro subterráneo, un poco adelante de mí, portando la misteriosa vela encendida, y cuyos reflejos azules o grises temblaban sobre su cabellera negra como una lengua de fuego sobre cualquier superficie húmeda. Resultaba indescriptiblemente sugestivo el contraste de los dos personajes que precedían: el guía —un carmelita de cabellos rizosos y nariz aguileña— y aquella espiritual muchacha, silenciosa, tímida, frecuentemente suspirante, que caminaba altivamente por entre las fosas abiertas y los cráneos diseminados.</div>
<div style="text-align: justify;">
Tres veces más nos encontramos. Una, fortuitamente, en el Foro Romano, y las restantes, de común acuerdo, en su propio hotel —¿Hotel Londres?— acompañada de sus familiares. (No recuerdo en qué número, pero tres probablemente.) Durante estas dos últimas entrevistas me fue dado comprobar con natural sorpresa la habilidad poco común de la joven para jugar al ajedrez. Creo que no logré ganarle una sola partida.</div>
<div style="text-align: justify;">
Ya a punto de despedirnos la última noche —ellos zarpaban de Nápoles próximamente— recuerdo muy bien que me dijo:</div>
<div style="text-align: justify;">
—Pronto, muy pronto, Mr. X, se olvidará usted de Margaret Rose…</div>
<div style="text-align: justify;">
Esto no tiene mayor importancia y lo habría olvidado sin lugar a dudas, a no ser por lo que ocurrió a continuación.</div>
<div style="text-align: justify;">
Nos hallábamos ambos en la sala de lectura del hotel, sentados ante una mesita cuadrada, con mi rey en jaque mate, cuando la joven tendió su mano sobre el tablero y añadió compungidamente:</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Por qué es tan ingrata la gente, Mr. X?</div>
<div style="text-align: justify;">
Yo aduje no sé qué falso y estúpido razonamiento, pretendiendo disuadirla de tan amarga verdad, mas contra lo que podría esperarse, su reacción fue de lo más inusitado. Retiró el brazo lentamente, palideció de un modo angustioso, clavó en mí sus ojos febriles y balbució con un acento, diré de justo sonambulismo:</div>
<div style="text-align: justify;">
—Está bien. Sí, no nos volveremos a ver más…</div>
<div style="text-align: justify;">
Acto seguido se cubrió el rostro con las manos y rompió a llorar desconsoladamente.</div>
<div style="text-align: justify;">
Apareció la dama francesa, y he aquí lo más singular del caso. Lejos de mostrarse sorprendida o alarmada, se aproximó silenciosamente a la chiquilla, la ayudó a incorporarse ofreciéndole la mano y procedió a secar sus lágrimas, según se hace con una criatura. Entonces, dirigiéndose a mí, con la gravedad más embarazosa, suplicó:</div>
<div style="text-align: justify;">
—Disculpe usted, caballero. Creo que le sea fácil comprender.</div>
<div style="text-align: justify;">
Las vi alejarse rumbo al vestíbulo y nunca más volví a ver a Miss Margaret Rose.</div>
<div style="text-align: justify;">
Yo regresé a América, y veinte días después de mi llegada a Nueva York recibí inesperadamente una tarjeta postal desde Londres. Margaret Rose me recordaba, «agradeciendo infinitamente los excelentes ratos que le había deparado en Italia».</div>
<div style="text-align: justify;">
Ésta, su imprevista y extraña misiva de hoy, es, a partir de aquella fecha, la primera noticia suya.</div>
<div style="text-align: justify;">
¡Cuán sensacional e insospechada es a pesar de todo la vida!</div>
<div style="text-align: justify;">
A mis cincuenta años, con el cabello blanco y roído el espíritu por un sinfín de achaques físicos y morales, me satisface plenamente percatarme de las reservas de optimismo y vigor que aún conservo bajo estos huesos. No es común ni mucho menos que un hombre en semejantes condiciones logre hallar algo realmente interesante o atractivo en las sencillas y melancólicas cosas que nos rodean. El amor, la perfecta salud física, la avidez por tanto placer ignorado, exageran las bellezas existentes. Un día azul y cálido nos exalta; una luna redonda y limpia nos conmueve; sentimos, como parte de nuestra circulación sanguínea, el flujo y reflujo de la marea; la música nos arranca lágrimas o gritos de insensato júbilo; el alcohol remueve nuestros más profundos instintos; la noche nos place por obscura y propicia; el día, por luminoso y alegre. Y ese vibrar de nuestros músculos, ese estampido continuo de nuestro corazón, esa hambre insaciable de todas nuestras potencias físicas e intelectuales, dotan a la realidad de un ropaje opulento de lozanía, transparencia y ardor. De un ropaje que, por desdicha, va destiñéndose lamentablemente a medida que el tiempo avanza, hasta que definitivamente, inexorablemente, como una bella tarde que concluye o un cacharro que se rompe, nos encontramos rodeados de una inanición, una frialdad y unas espantosas tinieblas.</div>
<div style="text-align: justify;">
A través de la ventanilla del ferrocarril, contemplo ahora el campo fecundado por los transportes de la primavera. Una dulce y variable brisa mece los juncos, los tallos vivos de las flores, las ramas irisadas de los árboles, la ropa blanca puesta a secar sobre las piedras de los corrales. Pasta o abreva el ganado, sumergidas sus pezuñas en el corazón húmedo de la hierba. Cruzan ligeras y alegres las golondrinas, chillando estridentemente. Los arroyos tiemblan con un temblor divinamente musical y tierno. El humo azul o pardo del carbón se tiende alto, alto, bajo el firmamento metálico, desgarrándose en fragmentos —nubes sin coordinación, inconsistentes, absorbidas fatalmente por esa inmensidad solemne y luminosa—.</div>
<div style="text-align: justify;">
Y yo experimento, en virtud de estos nada sensacionales y siempre repetidos acontecimientos, una impresión de impaciencia que recuerda la del sediento frente a un manantial de agua pura y susurrante. Como un genuino adolescente o un ser que jamás ha rebasado los linderos de sus comarcas, presto una atención desmedida a cuanto se desarrolla a mi alrededor. Lógico sería, no obstante, que tras recorrer la mitad del mundo y presenciar —y sufrir también— hechos por demás dolorosos, esta campiña inglesa tan lisa, tan insubstancial, tan flemática, me impulsara a desdoblar el diario y apartar mi vista de lo que mi vista ha contemplado innúmeras veces. Pero lejos de ser así, miro al sol bajar, bajar allá en el horizonte, y en mi interior algo también desciende, se ensombrece, calla, y temo —algún día necesariamente ha de ser— que fenezca.</div>
<div style="text-align: justify;">
Tal noción de lo inevitable y la luz que se va extinguiendo ocasionan, como de costumbre, que mi ánimo decline y mis pensamientos sean más densos.</div>
<div style="text-align: justify;">
Tiro, pues, de la cortinilla, y en el solitario compartimiento del express me entrego a otro género de reflexiones.</div>
<div style="text-align: justify;">
Margaret Rose… Margaret Rose… ¡Cuán lejano y obscuro se me representa aquel encuentro! Como si hubieran caído otros diez años a partir del día en que recibí su última carta, escasamente logro ahora revivir el más insignificante detalle. Sin embargo, no he dejado de pensar en todo ello durante los últimos días; no he cejado, hasta obtener de mi memoria una información conveniente. Y repito, hoy, ahora más intensamente que nunca, la existencia y proximidad de semejante mujer se me antoja absurda.</div>
<div style="text-align: justify;">
Leo y releo su incomprensible mensaje, que conservo en el bolsillo.</div>
<div style="text-align: justify;">
Margaret Rose… Cierro los ojos, con objeto de acoplar bien sus rasgos fisonómicos y, en cambio, evoco intempestivamente un ademán suyo, olvidado por completo: aquel de extender su mano fina y blanca hacia una pieza del ajedrez, tocarla después por la punta y hacerla al fin deslizarse sobre el tablero con un movimiento raudamente misterioso… Margaret Rose… singular y extraña criatura, siempre vestida de verde, a quien veo ahora reclinada contra un árbol, exhausta, sofocada por el tórrido sol italiano, observando cuanto la rodea con una expresión peculiar de insensibilidad o desconfianza… Margaret Rose… en la actualidad casada con un multimillonario yanqui…</div>
<div style="text-align: justify;">
El tren da una brusca sacudida, se detiene ruidosamente, y cruzan por el pasillo en ese instante gran número de viajeros con su exiguo equipaje en la mano.</div>
<div style="text-align: justify;">
… ¿Una chocante aventura de amor? ¿Un candoroso e inocente rapto de sentimentalismo? ¿Una excentricidad, entre infantil y enfermiza, de una mujer rica y joven que se aburre? ¿Un propósito secreto, una necesidad urgente y grave de ayuda, insoluble para mí, pero angustiosa e intransferible para ella? ¿Un chantaje? ¿Una cobarde venganza de mis numerosos enemigos…?</div>
<div style="text-align: justify;">
Cuando echo pie a tierra, un hombrecillo azafranado se me acerca en el andén de la estación e inquiere mi nombre. Tan luego me identifica toma mi maleta decididamente, invitándome con un gesto a seguirlo. Él delante, yo detrás, cruzamos la sala de espera, descendemos unos peldaños negruzcos y llegamos hasta un espléndido carruaje tirado por un magnífico tronco de caballos blancos.</div>
<div style="text-align: justify;">
De la obscuridad total de la noche emergen a ambos lados del camino aisladas luces muy débiles, a cuyo resplandor, sin embargo, el follaje adquiere una vivacidad submarina y misteriosa. Los caballos, en pleno galope, se internan por regiones profundas, inusitadamente sombrías, y cuyo murmullo es en extremo agradable. Las curvas son numerosas, a veces muy pronunciadas, y yo tengo que asirme fuertemente del vehículo a fin de no salir despedido. Percibo, casi a intervalos iguales, el golpe del látigo en el aire. Croan las ranas en un próximo estanque que adivino, desaparecen ocasionalmente los faroles, los caballos aceleran su marcha y, arriba, un puñado de insignificantes estrellas tiembla sobre el cielo cárdeno y compacto.</div>
<div style="text-align: justify;">
De pronto, las luces de una casa que a simple vista me parece gigantesca se destacan sobre las copas de los árboles, a regular distancia. Nos detenemos frente a una gran verja, cubierta a tramos por floridas y exuberantes enredaderas. En el edificio —simultáneamente a nuestra llegada— se van apagando las luces, hasta quedar una sola ventana iluminada en la planta alta. Se apea el cochero y yo lo imito, disponiéndome a seguirlo. Enciende una lamparilla eléctrica. Durante diez minutos, más o menos, bordeamos la enorme huerta, bajo una imponente masa de fronda que el viento arrulla blandamente. Una pequeña puerta ojival, empotrada en el espeso muro a manera de cripta, parece ser de momento nuestro destino. Mi acompañante posa la maleta, extrae una llave del bolsillo, introduce ésta en la cerradura y la puerta cede, no sin cierta resistencia. En el interior la luz es escasa, algo amarillenta y titubeante. Ascendemos a tientas a lo largo de una empinada escalera de caracol que trepa hacia las tinieblas. Las paredes desnudas, la ausencia total de mobiliario y cierto olor penetrante a guisos y especias, me advierten que nos hallamos en la zona de servicio. Empero, no se escucha ruido o voz alguna, cual si la casa estuviese deshabitada o todos sus moradores durmieran.</div>
<div style="text-align: justify;">
Ya arriba, cruzamos un vasto corredor de piedra, que cubre raída alfombra escarlata. Otra puerta que franqueamos. Un pequeño recibidor, totalmente a obscuras, y una puerta más, contra la cual el cochero golpea enérgicamente. Pretendo, a un tiempo, hacer aceptar a éste una propina, dando por terminado mi viaje, pero él rehusa una vez y otra. Desaparece al cabo con mi equipaje y yo distingo los pasos blandos de alguien que se aproxima en la silenciosa estancia. La puerta, en efecto, se abre, y me encuentro de manos a boca con Margaret Rose Lane en persona.</div>
<div style="text-align: justify;">
Margaret Rose —ahora sí recuerdo— exactamente igual a como la conocí hace diez años. Igual de lánguida, de pálida, tal vez un poco más frágil, con sus dos ojos negros, fenomenales —¡no sé cómo haberlos llegado a olvidar tan fácilmente!— y su cabellera negra, lacia, recogida sobre la nuca.</div>
<div style="text-align: justify;">
Permanecemos en pie uno frente a otro, en silencio, mirándonos atentamente. Ella esboza una sonrisa y yo, sin explicarme la causa, no encuentro nada oportuno que decir. Lo intento en vano repetidas veces.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Margaret… —articulo al cabo trabajosamente.</div>
<div style="text-align: justify;">
Muy grave, muy aérea, con su bata verde hasta los tobillos, cierra la puerta con llave y me muestra un asiento.</div>
<div style="text-align: justify;">
Ocupo el sillón, exageradamente mullido y amplio, del cual emerge mi tronco como el de un exiguo arbusto en una gran zanja. Se sienta ella frente a mí, con una extraña impasibilidad en el rostro. Nos separa una mesita de ajedrez con las piezas listas. Arde —no sé por qué razón en primavera— un fuego gigantesco en la chimenea de piedra. El salón parece inmenso, dando la impresión de hallarse vacío.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Margaret… —prorrumpo de nuevo; y mi voz es tan lejana que me sorprendo de ser yo mismo quien esté hablando—. ¿Es todo esto acaso un sueño?</div>
<div style="text-align: justify;">
Ella sonríe, fijas, fijas sus fenomenales pupilas en mí.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Es esto un sueño? —repito instintivamente, tratando de provocar otra vez aquel terrible eco que se escurre por los muros, casi corpóreo.</div>
<div style="text-align: justify;">
Ríe y no habla, tal vez complacida de mi turbación.</div>
<div style="text-align: justify;">
Y en efecto: una desazón agudísima, completamente indescifrable, vase apoderando de mí a cada minuto que transcurre. Una sensación por demás extraña, ni de incomodidad o angustia, ni de ansiedad o sobresalto, ni de pavor o desconfianza, sino propiamente de vacío, de inestabilidad o ausencia, como si mi personalidad, pongo por caso, fuese anulada gradualmente por otra personalidad intrusa que ocupara su lugar. Bien como al despertar de un sueño, bien como al entrar en él…</div>
<div style="text-align: justify;">
—Margaret —insisto; y del techo se desploma una voz que no es la mía—: «Margareeeet».</div>
<div style="text-align: justify;">
Continúo:</div>
<div style="text-align: justify;">
—No sé de qué singular impresión he sido víctima al penetrar en este lugar y encontrarme con usted de nuevo. ¡Discúlpeme! Cuando recibí su carta, hace apenas unos días, me sentí poseído por un vivo afán de recordar, recordar juntos y libremente aquellos lejanos momentos de Italia. Pero ahora, vistas sensatamente las cosas, no sé si deba reprocharme el haber acudido a la cita. No es prudente ser irreflexivo y considero haberlo sido esta vez de sobra…</div>
<div style="text-align: justify;">
Ríe, ríe ella; mostrando sus dientes pequeños, cuadrados. Y la risa le agita el cuerpo y se estrella después contra los muros, con un sonido semejante al que produce el granizo golpeando un tejado de lámina.</div>
<div style="text-align: justify;">
—No, no es prudente lo que hemos hecho…</div>
<div style="text-align: justify;">
No cesa de reír, tapándose el rostro con ambas manos, y estoy a punto de saltar sobre ella para hacer cesar de una vez por todas aquella risa.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Se burla usted de mí? —exclamo reprimiéndome, pero comprendiendo ya que algo más grave y siniestro se esconde tras de aquellos labios convulsos.</div>
<div style="text-align: justify;">
Ríe, ríe y me mira, un poco ladeada la cabeza.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Es para esto, Margaret Rose, es para esto para lo que usted me ha hecho venir a su casa? ¿Es para esto…?</div>
<div style="text-align: justify;">
Una sobreexcitación inaudita se ha apoderado ya de mí. No acierto a coordinar bien mis reflexiones y mucho menos a buscar un medio juicioso de acallar aquella risa que, penetrándome por los oídos, se derrumba en las tinieblas de mi cuerpo resquebrajándome los nervios.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Basta, basta ya, Margaret! —suplico incorporándome, aunque sin decidirme a ir hasta ella—. Es posible que se halle usted fatigada, un poco enferma… Convendría que se retirara a descansar ¿le parece? ¡Le prometo volver en cuanto usted me lo indique!</div>
<div style="text-align: justify;">
Ríe ahora más escandalosamente, examinándome de arriba abajo. Ríe, y aquella catarata de risa que amenaza con no terminar nunca le ha sonrojado levemente las mejillas y llenado de lágrimas los ojos. Ríe, y en la lóbrega intimidad de la estancia aquella boca abierta, crispada, se ilumina intermitentemente con el fulgor de las llamas. Ríe, ríe, mientras me apresto a salir, encaminándome hacia la puerta. Pero de pronto calla. Y un silencio desmesurado, sobrenatural, se extiende en torno mío; un silencio no semejante a ningún otro, que me hace detenerme. Vuelvo el rostro, temiendo encontrarme con un cuerpo exánime sobre la alfombra y me hallo, en cambio, con un semblante hierático, frío, perfectamente inmóvil, sobre un cuello erizado y firme como la punta de una roca. Nos miramos desconfiadamente, tal vez asustados de nosotros mismos. Permanecemos así largo rato, yo al extremo opuesto de la estancia. El silencio o mi sangre zumba. Llamean los leños. Y, maquinalmente, como si aquella extraña personalidad a que he aludido antes actuara ahora sobre mis músculos, hasta tal punto que todo intento de defensa es vano, giro en redondo, vuelvo sobre mis pasos, torno al sillón, y me siento.</div>
<div style="text-align: justify;">
Enorme, profundo y alucinante es el silencio que reina.</div>
<div style="text-align: justify;">
Pero Margaret Rose echa atrás la cabeza, entrecierra un poco sus fenomenales ojos y musita con una languidez malsana, moviendo rítmicamente los labios:</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Esta estúpida risa!</div>
<div style="text-align: justify;">
Suspira.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Es horrible esta risa, Mr. X! ¡Horrible horrible esta risa que no sé de dónde me brota…!</div>
<div style="text-align: justify;">
Yace inmóvil, con una visible expresión de tristeza, en un completo abandono, dejando fluir las palabras, dulces, acariciantes, dolorosas.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Horrible horrible, porque en las noches, cuando todos duermen y nadie escucha, la risa anda por ahí suelta, golpeándose contra las puertas siempre cerradas. ¡También son horribles las puertas cerradas, Mr. X!</div>
<div style="text-align: justify;">
No sé qué especie de fascinación emana de su rostro, ahora extático.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Contra una huerta cerrada uno llama ansiosamente y nadie abre… Contra una puerta cerrada no queda nada qué hacer: sólo reír, reír, y la risa es un tormento. ¡Mas ni aun así se abre! Podemos dejar allí nuestras entrañas, caer sin sentido o volvernos locos, y no hay una sola mano que empuje la puerta… ¿No es esto detestable, Mr. X?</div>
<div style="text-align: justify;">
Más y más su inmovilidad se intensifica, y su mirada se pierde en la bóveda invisible, y sus palabras brotan enervantes, demasiado lentas, como un veneno mortífero aunque de sabor extraordinariamente exquisito.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Esta maldita risa!</div>
<div style="text-align: justify;">
Otra vez el silencio insufrible.</div>
<div style="text-align: justify;">
Y una idea pavorosa, incomprensiblemente olvidada, se ilumina en mi cerebro. Una idea de cuya naturaleza no había tenido hasta ahora el menor atisbo y que me deja paralizado allí sobre el asiento, en estado poco menos que inconsciente.</div>
<div style="text-align: justify;">
«Margaret Rose Lane había fallecido hace tiempo.»</div>
<div style="text-align: justify;">
¿Cuánto? No puedo aclararlo en tan espantosos momentos, pero la certeza de tal hecho no ofrece lugar a dudas. Tal vez cinco años, seis… ¿Acaso no recuerdo muy distintamente el momento preciso de recibir la noticia? Un diario en el club, cierta noche…</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Margaret! —exclamo incorporándome bruscamente, con un temblor irreprimible en los labios —. ¡Margaret! ¿Es cierto?</div>
<div style="text-align: justify;">
Debió sobrecogerla mi voz, el sudor que me arroyaba por las sienes, mi expresión indudablemente diabólica, porque su actitud es por completo distinta a la adoptada hasta ahora. Se incorpora también, avanza sin ruido —como un verdadero fantasma— y muy próxima a mí, hasta hacerme sentir la tibieza de su aliento, pregunta:</div>
<div style="text-align: justify;">
—Mr. X, ¿qué le ocurre? ¿Se siente usted enfermo? ¡Oh, tranquilícese!</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Margaret! ¡Margaret! —prorrumpo retrocediendo, tratando de evitar a toda costa el menor contacto con aquel ser abominable—. ¡Dígame la verdad, es preciso!</div>
<div style="text-align: justify;">
—¿La verdad? —sonríe muy tristemente y, ante mi creciente anonadamiento, reclina con suavidad su cabeza en mi hombro—. La verdad, Mr. X, es que soy muy desdichada…</div>
<div style="text-align: justify;">
Prosigue:</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡He pensado en usted como no puede imaginarse! —y dos lentas y amargas lágrimas le arroyan hasta los labios, se le desprenden del rostro y saltan sobre mi hombro—. ¡Mi vida pudo haber sido tan distinta…! Pero era aún una chiquilla, ¿me recuerda usted bien? No tuve valor. ¡Oh! Si aquella misma tarde la tierra se hubiera desplomado y todo hubiese concluido en un segundo habría sido mejor…</div>
<div style="text-align: justify;">
Llora, llora, y ambos, de pie junto a la lámpara encendida, no somos sino dos seres absurdos, especie de ilusiones, cuya presencia habría sobrecogido al ánimo más templado de la tierra.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Algún día si usted gusta le haré mis confesiones y usted se horrorizará! ¡Qué terrible, oh, qué terrible y espantoso ha sido todo!</div>
<div style="text-align: justify;">
Mira con inquietud repentina a todos lados, como temiendo que esté por presentarse aquello de lo que tan desesperadamente habla.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Cuando subíamos de las catacumbas, sobre el último peldaño de la escalera, usted me ofreció su mano. Era ya dentro de la iglesia… El carmelita aguardaba… Mademoiselle Fournier se había quedado un poco atrás… Yo dije: «Lléveme con usted para siempre, se lo ruego». Era mi salvación, la única oportunidad de ser realmente libre. Pero el miedo ahogó mi voz y usted no me oyó, Mr. X. Ni al día siguiente, ni después, volví a atreverme; no, no me atreví. ¡Y el drama no tuvo remedio!</div>
<div style="text-align: justify;">
Sus cabellos fríos rozándome el rostro y el temblor convulso de sus brazos alrededor de mi cuello son las dos únicas cosas que percibo con mediana realidad. El resto: aquella voz melodiosa y titubeante; el fuego que vomita la chimenea; los muros altos y ennegrecidos; los muebles en las sombras; las lágrimas ya frías sobre mi carne… son testigos confusos y horripilantes del dolor de una mujer infame que sufre sobrehumanamente, con dolores nada parecidos a los de los hombres.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡El drama no tuvo remedio! ¡El drama no tuvo remedio! —insiste ciñéndose a mí.</div>
<div style="text-align: justify;">
Y otra voz en las alturas, por encima de la gran araña en penumbra, repite melancólicamente: «¡El drama no tuvo remedio!»</div>
<div style="text-align: justify;">
Criatura inconsolable, infinitamente desdichada, víctima tal vez de algún tormento monstruoso y secreto, Margaret Rose vacía su alma en mi alma; y yo, progresivamente, sin esperanza, inevitablemente, como un moribundo en su sopor, voy abandonándome al éxtasis, a cierta especie de ebriedad espiritual —no sé si inconsciente o tácita— y a un desmoronamiento físico, típicamente agónico. No obstante, mediante un segundo de lucidez intensísima capaz de iluminar el cerebro de todos los hombres, logra substraerme al hechizo de aquella voz de ultratumba y me desprendo de la mujer con violencia. La arrojo contra el asiento. Cae ella del primer golpe, su débil cuerpo enrollado como un trozo de serpentina. Negros, fenomenales los ojos, fijos en mí sin expresión alguna.</div>
<div style="text-align: justify;">
Puedo gritar:</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Estás muerta! ¡Estás muerta! ¡No oses moverte más porque estás muerta!</div>
<div style="text-align: justify;">
Y ella calla, infinitamente triste, mirándome bien a los ojos, con una mirada tan semejante a la de un perro, que me estremezco.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Estás muerta! ¡Estás muerta! —continúo gritando—. ¡Aparta, porque estás muerta!</div>
<div style="text-align: justify;">
De pie, bajo el invisible techo, pregoné mil veces creo durante la noche entera la verdad pavorosa y escalofriante. Y creo también que, durante todo ese tiempo, sus ojos no pestañearon o se movieron, fijos, fijos en mí, fenomenales y negros.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Estás muerta! ¡Estás muerta!</div>
<div style="text-align: justify;">
Debió ser un rapto de locura mutua, no sé.</div>
<div style="text-align: justify;">
A poco, Margaret Rose tendía graciosamente su mano blanca y larga hacia un alfil del tablero y, haciéndole deslizar por entre las demás piezas, balbucía tiernamente, con su voz cálida y tranquila:</div>
<div style="text-align: justify;">
—Jaque mate.</div>
<div style="text-align: justify;">
De nuevo me derrotaba, y de nuevo iniciábamos otra partida.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Jaque mate —otra vez.</div>
<div style="text-align: justify;">
Así repetidas veces.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Oh, Margaret Rose! juega usted admirablemente.</div>
<div style="text-align: justify;">
Y el humo de nuestros dos cigarrillos se mezclaba en la atmósfera pesada, ascendía hasta el techo, formaba bellas nubes ondulantes y se perdía, perfumado y alegre, en las dulces sombras nocturnas. Y reíamos confiadamente, y evocaba ella con frases interrumpidas tantas y tantas olvidadas reminiscencias: el carmelita austero, de espesos cabellos ensortijados, que pronunciaba el inglés con cierta entonación sollozante; los pinos lánguidos y solitarios de la Vía Apia, semejantes, en los atardeceres romanos, a largas copas de zafiro, rebosantes de un vino denso y escarlata; el Pincio, con sus fuentes espumosas; Santa María la Mayor, San Pietro in Vincoli; el Trevi, el Foro, las negras rejas de encaje… Y las piezas se deslizaban sobre el tablero, gemía muy dulcemente la brisa, asomaba a intervalos la luna, y un bienestar casi voluptuoso me recorría las venas.</div>
<div style="text-align: justify;">
No, no logré derrotarla.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Admirablemente, admirable… —exclamo al fin, dándome por vencido.</div>
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Mas, inopinadamente —clarea ya el alba—, Margaret Rose me mira aterrada, pálida como un trozo de mármol. Sus ojos rebasan las órbitas, sus brazos tiemblan convulsamente. No sé qué dentro de ella, como un pájaro endemoniado, comienza a despertar y manifestarse. Chasca los dientes, gime, contrae los músculos del cuello, trata de apartar la mesa con sus piernas rígidas, se endereza un poco, ríe, y, al cabo, lanza un pavoroso grito, increíblemente prolongado que recorre la estancia y después huye por la casa. Fijos, fijos en mí sus fenomenales ojos, parecen no lograr desasirse de algo que los cautiva, que los subyuga, que los espanta y los somete irresistiblemente. Me pongo en pie, sobresaltado, comprendiendo que algo muy grave sucede. La llamo inútilmente por su nombre; la sacudo por los hombros; fríos, fríos están sus brazos y cubierta de sudor su frente…</div>
<div style="text-align: justify;">
Ha transcurrido el tiempo y aún aquel grito se enrosca afuera entre los árboles.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Margaret! ¡Margaret Rose! —imploro.</div>
<div style="text-align: justify;">
Y los ojos fijos, irracionales.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Margaret Rose!</div>
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Suenan pasos cercanos y una puerta se abre. De la penumbra, no sé a través de qué cortinajes o sombras, emerge un hombre en pijama, alto, joven, atlético. Viene descalzo y con los cabellos enmarañados sobre la frente. Justamente conturbado, no repara en mí. Por el contrario, cruza a mi lado a toda prisa, en dirección a la joven. La acaricia, la besa, le ordena unos cabellos sueltos tras de la oreja. Se sienta sobre el brazo del sillón.</div>
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—Margaret Rose… Mi pobre Margaret Rose… —le dice persuasiva, doloridamente, pasándole sin cesar la mano por la frente.</div>
<div style="text-align: justify;">
—¡Caballero! —me decido a exclamar, con un febril estremecimiento en los párpados.</div>
<div style="text-align: justify;">
Mas el hombre continúa sin advertirme, acariciando aquel exangüe y sudoroso cuerpo. </div>
<div style="text-align: justify;">
—Margaret Rose, anda a dormir, criatura… Otro día jugarás al ajedrez, ¿te parece? Margaret Rose, obedéceme…</div>
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—¡Caballero! —grito por segunda vez, con todas mis fuerzas—. ¡Caballero!</div>
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Margaret Rose abre suavemente los ojos y, al verme de pie frente a ella, torna a gritar tan frenéticamente como antes, señalándome con un dedo.</div>
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—James! ¡Ahí está, ahí…! ¡Míralo!</div>
<div style="text-align: justify;">
Y se desploma sin sentido.</div>
<div style="text-align: justify;">
Su marido mira hacia donde yo estoy —rozándole casi la espalda— y mueve tristemente la cabeza. Luego, con su esposa en brazos, cruza a mi lado misteriosamente. Así los veo desaparecer, lúgubres, silenciosos, lentos, por entre los cortinajes rojos…</div>
<div style="text-align: justify;">
Y yo descubro, alarmado, que no soy ya sino un melancólico y horripilante fantasma.</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: right;">
— Francisco Tario, ‘La noche de Margaret Rose’ en <i>Algunas noches, algunos fantasmas </i>(México: FCE, 2004)</div>
<div>
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Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-80790911448853173402015-05-15T03:00:00.000-07:002015-05-15T03:00:06.960-07:00LA EVOLUCIÓN CREADORA. Henry Miller<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj3Q5wFDaYthTh6kprUEdUOeoXvRDmwhsvFtBKGQxFoa1Zs2e7MoLFyXoMxBWkzy3dNachjNnNRz5vTFxWNqTtcgZleNEL1rOb6uyV1RvcxoFJz-EIt-OrKJ6btHI4JdDpp_FGnoSX4p5-f/s1600/bergson_evolution_creatrice%5B1%5D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj3Q5wFDaYthTh6kprUEdUOeoXvRDmwhsvFtBKGQxFoa1Zs2e7MoLFyXoMxBWkzy3dNachjNnNRz5vTFxWNqTtcgZleNEL1rOb6uyV1RvcxoFJz-EIt-OrKJ6btHI4JdDpp_FGnoSX4p5-f/s1600/bergson_evolution_creatrice%5B1%5D.jpg" height="400" width="243" /></a></div>
<br />
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No hay absolutamente ninguna transición desde este sueño, el más agradable que conozco, hasta el meollo de un libro llamado <i>La evolución creadora</i>. En este libro de Henri Bergson, al que llegué con la misma naturalidad que al sueño de la tierra de más allá del límite, vuelvo a estar completamente solo, vuelvo a ser un extranjero, un hombre de edad indeterminada parado ante una puerta de hierro observando una metamorfosis singular por dentro y por fuera. Si este libro no hubiera caído en mis manos en el momento en que lo hizo, quizá me habría vuelto loco. Llegó en un momento en que otro mundo enorme se estaba desmoronando en mis manos. Aunque no hubiese entendido una sola cosa de las escritas en este libro, aunque sólo hubiera preservado el recuerdo de una palabra, <i>creadoras</i>, habría sido suficiente. Esta palabra era mi talismán. Con ella podía desafiar al mundo entero, y sobre todo a mis amigos.</div>
<div style="text-align: justify;">
Hay ocasiones en que tiene uno que romper con sus amigos para entender el significado de la amistad. Puede parecer extraña, pero el descubrimiento de este libro equivalió al descubrimiento de una nueva arma, un instrumento, con el que podía cercenar a todos los amigos que me rodeaban y que ya no significaban nada para mí. Este libro se convirtió en mi amigo porque me enseñó que no tenía necesidad de amigos. Me infundió valor para permanecer solo, me permitió apreciar la soledad. Nunca he entendido el libro; a veces pensaba que estaba a punto de entender, pero nunca llegué a hacerlo verdaderamente. Para mí era más importante no entender. Con este libro en las manos, leyendo en voz alta a los amigos, llegué a entender claramente que no tenía amigos, que estaba solo en el mundo. Porque, al no entender el significado de las palabras, ni yo ni mis amigos, una cosa quedó muy clara y fue que había formas diferentes de no entender y que la diferencia entre la incomprensión de un individuo y la de otro creaba un mundo de tierra firme más sólido que las diferencias de comprensión. Todo lo que antes creía haber entendido se desmoronó e hice borrón y cuenta nueva. En cambio, mis amigos se atrincheraron muy sólidamente en el pequeño pozo de comprensión que se habían acabado para sí mismos. Murieron cómodamente en su camita de comprensión, para convertirse en ciudadanos útiles del mundo. Los compadecí, y muy pronto los abandoné uno a uno sin el menor pesar.</div>
<div style="text-align: justify;">
Entonces, ¿qué es lo que había en ese libro que podía significar tanto para mí y, aun así, parecer oscuro? Vuelvo a la palabra <i>creadora</i>. Estoy seguro de que todo el misterio radica en la comprensión del significado de esta palabra. Cuando pienso ahora en el libro, y en la forma como lo abordé, pienso en un hombre que pasa por ritos de iniciación. La desorientación y reorientación que acompaña a la iniciación en cualquier misterio es la experiencia más maravillosa que se pueda vivir. Todo lo que el cerebro ha trabajado durante toda una vida para asimilar, clasificar y sintetizar tiene que descomponerse y volver a ordenarse. ¡Día conmovedor para el alma! Y, naturalmente, eso se desarrolla, no durante un día, sino durante semanas y meses. Te encuentras por casualidad a un amigo en la calle, a un amigo que no has visto durante varias semanas, y se ha vuelto un absoluto extraño para ti. Le haces señas desde tu nueva posición elevada y, si no las comprende, pasas de largo... para siempre. Es exactamente como limpiar de enemigos el campo de batalla: a todos los que están fuera de combate los rematas con un rápido mazazo. Sigues adelante, hacia nuevos campos de batalla, hacia nuevos triunfos o derrotas. Pero, ¡sigues! Y, a medida que avanzas, el mundo avanza contigo, con espantosa exactitud. Buscas nuevos campos de operaciones, nuevos especímenes de la raza humana a quienes instruyes pacientemente y dotas de nuevos símbolos. A veces escoges a aquellos a quienes antes no habías mirado. Pruebas a todos y todo lo que queda a tu alcance, con tal de que ignoren la revelación.</div>
<div style="text-align: justify;">
Así fue como me encontré sentado en el cuarto de remiendos del establecimiento de mi padre, leyendo en voz alta a los judíos que allí trabajaban. Leyéndoles esa nueva Biblia al modo como Pablo debió de hablar a los discípulos. Con la desventaja adicional, desde luego, de que aquellos pobres diablos judíos no sabían leer en inglés. Principalmente me dirigía a Bunchek el cortador, que tenía inteligencia de rabino. Abría el libro, escogía un pasaje al azar y se lo leía traduciéndolo a un inglés casi tan primitivo como el pidgin. Después intentaba explicárselo, escogiendo como ejemplo y analogía las cosas con las que estaban familiarizados. Me asombraba lo bien que entendían, cuánto mejor entendían, pongamos por caso, que un profesor universitario o un literato o un hombre instruido. Naturalmente, lo que entendían no tenía nada que ver, a fin de cuentas, con el libro de Bergson, en cuanto libro, pero, ¿acaso no era ésa la intención de semejante libro? A mi entender, el significado de un libro radica en que el propio libro desaparezca de la vista, en que se lo mastique vivo, se lo digiera e incorpore al organismo como carne y sangre que, a su vez crean nuevo espíritu y dan nueva forma al mundo. La lectura de ese libro era una gran fiesta de comunión que compartíamos, y el rasgo más destacado era el capítulo sobre el Desorden que, por haberme penetrado hasta los tuétanos, me ha dotado con un sentido del orden tan maravilloso, que, si de repente un cometa se estrellara contra la tierra y sacase todo de su sitio, dejara todo patas arriba, volviese todo del revés, podría orientarme en el nuevo orden en un abrir y cerrar de ojos. Tengo tan poco miedo al desorden como a la muerte y no me hago ilusiones con respecto a ninguno de los dos. El laberinto es mi terreno de caza idóneo y cuanto más profundamente excavo en la confusión, mejor me oriento.</div>
<div style="text-align: justify;">
Con <i>La evolución creadora</i> bajo el brazo, tomo el metro elevado en el Puente de Brooklin después del trabajo e inicio el viaje de regreso al cementerio. A veces entro en la estación de Delancey Street, en pleno corazón del ghetto, después de una larga caminata por las calles atestadas de gente. Entro al metro elevado por la vía subterránea, como un gusano que se ve empujado por los intestinos. Cada vez que ocupo mi lugar entre la multitud que se arremolina por el andén, sé que soy el individuo más excepcional ahí abajo. Contemplo todo lo que está ocurriendo a mi alrededor como un espectador de otro planeta. Mi lenguaje, mi mundo, los llevo bajo el brazo. Soy el guardián de un gran secreto; si abriera la boca y hablase, paralizaría el tráfico. Lo que puedo decir, y lo que me callo cada noche de mi vida en ese viaje de ida y vuelta a la oficina es dinamita pura. Todavía no estoy preparado para lanzar mi cartucho de dinamita. Lo mordisqueo meditativa, reflexiva, persuasivamente. Cinco años más, diez años más quizás, y aniquilaré a esta gente totalmente. Si el tren, al tomar una curva, da un violento bandazo, me digo para mis adentros:<i> «¡Muy bien!¡Descarrrila! ¡Aniquílalos!»</i> Nunca pienso que yo corra peligro, si el tren descarrila. Vamos apretujados como sardinas y toda la carne caliente apretada contra mí distrae mis pensamientos. Me doy cuenta de que tengo las piernas envueltas en las de otra persona. Miro a la chica que está sentada frente a mí, le miro a los ojos directamente, y aprieto las rodillas con más fuerza en sus entrepiernas. Se pone incómoda, se agita en su asiento, y, por fin, se dirige a la chica que va a su lado y se queja de que la estoy molestando. La gente de alrededor me mira con hostilidad. Miro por la ventana como si tal cosa y hago como si no hubiera oído nada. Aunque quisiera retirar las piernas, no puedo. Sin embargo, la chica, poco a poco, empujando y retorciéndose violentamente, consigue desenredar sus piernas de las mías. Me encuentro casi en la misma situación con la chica que está a su lado, aquella a la que dirigía sus quejas. Casi al instante siento un contacto comprensivo y después, para mi sorpresa, le oigo decir a la otra chica que son cosas que no se pueden evitar, que la culpa no es de ese hombre, sino de la compañía por llevarnos apiñados como corderos. Y vuelvo a sentir el estremecimiento de sus piernas contra las mías, una presión cálida, humana, como cuando le estrechan a uno la mano. Con la mano libre me las arreglo para abrir el libro. Mi propósito es doble: primero, quiero que vea qué clase de libro leo; segundo, quiero poder continuar con nuestra comunicación de las piernas sin llamar la atención. Da excelente resultado. Cuando el vagón se vacía un poco, consigo sentarme a su lado y conversar con ella... sobre el libro, naturalmente. Es una judía voluptuosa con enormes ojos claros y la franqueza que da la sensualidad. Cuando llega el momento de salir, caminamos del brazo por las calles, hacia su casa. Estoy casi en los límites del antiguo barrio. Todo me es familiar y, sin embargo, repulsivamente extraño. Hace años que no he paseado por estas calles y ahora voy caminando con una muchacha judía del <i>ghetto</i>, una muchacha bonita con marcado acento judío. Parezco fuera de lugar caminando a su lado. Noto que la gente se vuelve a mirarnos. Soy el intruso, el <i>goi</i> que ha venido al barrio a ligarse a una gachí que está muy rica y que traga. En cambio, ella parece orgullosa de su conquista; va fardando conmigo ante sus amigas. ¡Mirad el ligue que me he echado en el metro! ¡Un <i>goi</i> instruido, refinado! Casi oigo sus pensamientos. Mientras caminamos despacio, voy estudiando el cariz de la situación, todos los detalles prácticos que decidirán si quedaré con ella para después de cenar o no. Ni pensar en invitarla a cenar. La cuestión es a qué hora y dónde encontrarnos y cómo haremos, porque, según me informa antes de llegar al portal, está casada con un viajante de comercio y tiene que andarse con ojo. Quedo en volver y encontrarme con ella en la esquina frente a la pastelería a cierta hora. Si quiero traer a un amigo, ella traerá a una amiga. No, decido verla sola. Quedamos en eso. Me estrecha la mano y sale corriendo por un corredor sucio. Salgo pitando hacia la estación y me apresuro a volver a casa para engullir la comida.</div>
<div style="text-align: justify;">
Es una noche de verano y todo está abierto de par en par. Al volver en el metro a buscarla, todo el pasado desfila caleidoscópicamente. Esta vez he dejado el libro en casa. Ahora vuelvo a buscar a una gachí y no pienso en el libro. Vuelvo a estar a este lado del límite, y a cada estación que pasa volando mi mundo se va volviendo cada vez más diminuto. Para cuando llego a mi destino, soy casi un niño. Soy un niño horrorizado por la metamorfosis que se ha producido. ¿Qué me ha pasado, a mí, un hombre del distrito 14, para bajar en esta estación en busca de una gachí judía? Supongamos que le eche un polvo efectivamente; bueno, ¿y qué? ¿Qué tengo que decir a una chica así? ¿Qué es un polvo, cuando lo que busco es amor?</div>
<br />
<div style="text-align: right;">
— Henry Miller, <i>Trópico de Capricornio</i>, trad. Carlos Manzano (México: Punto de lectura, 2011) 275-281 pp.</div>
Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-48488115119860154582015-05-08T03:00:00.000-07:002015-05-08T03:00:06.206-07:00ANTE LA LEY. Franz Kafka<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg4pm4DnAFjnkJ3St_TuK7tHWVA1KwkE0y3smvCMldyX34RWet4LWYCYEFLQgTRWWWJAsgaU_boeLWaI_mmw6PGas-XZD9UvcfDtZowx61x354bGfMcJ_BKlE1_tK0VrbM0zv0dreO-LUNJ/s1600/1273762181_0%5B1%5D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg4pm4DnAFjnkJ3St_TuK7tHWVA1KwkE0y3smvCMldyX34RWet4LWYCYEFLQgTRWWWJAsgaU_boeLWaI_mmw6PGas-XZD9UvcfDtZowx61x354bGfMcJ_BKlE1_tK0VrbM0zv0dreO-LUNJ/s1600/1273762181_0%5B1%5D.jpg" height="204" width="320" /></a></div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
Ante la Ley se encuentra un guardián que protege la puerta de entrada. Un hombre procedente del campo se acerca a él y le pide permiso para acceder a la Ley. Pero el guardián dice que en ese momento no le puede permitir la entrada. El hombre piensa y pregunta si podrá entrar más tarde. «Es posible —responde el guardián—, pero ahora no.» Ya que la puerta de acceso a la Ley permanece abierta, como siempre, y el guardián se sitúa a un lado, el hombre se inclina para mirar a través del umbral y ver así qué hay en el interior. Cuando el guardián advierte su propósito, ríe y dice: «Si tanto te tienta, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Ten en cuenta, sin embargo, que soy poderoso y que, además, soy el guardián más ínfimo. Ante cada una de las salas permanece un guardián, el uno más poderoso que el otro. La mirada del tercero es ya para mí insoportable.» El hombre procedente del campo no había contado con tantas dificultades. La Ley, piensa, debe ser accesible a todos y en todo momento, pero al considerar ahora con más exactitud al guardián, cubierto con su abrigo de piel, al observar su enorme y prolongada nariz, la barba negra, fina, larga, tártara, decide que es mejor esperar hasta que reciba el permiso para entrar. El guardián le da un taburete y deja que tome asiento en uno de los lados de la puerta. Allí permanece sentado días y años. Hace muchos intentos para que le inviten a entrar y cansa al guardián con sus súplicas. El guardián le somete a menudo a cortos interrogatorios, le pregunta acerca de su hogar y de otras cosas, pero son preguntas indiferentes, como las que hacen grandes señores, y al final siempre repetía que todavía no podía permitirle la entrada. El hombre, que se había provisto muy bien para el viaje, utiliza todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Éste lo acepta todo, pero al mismo tiempo dice: «Sólo lo acepto para que no creas que has omitido algo.» Durante los muchos años que allí estuvo, el hombre observó al guardián de forma casi ininterrumpida. Olvidó a los otros guardianes y éste le terminó pareciendo el único impedimento para tener acceso a la Ley. Los primeros años maldijo la desgraciada casualidad, más tarde, ya envejecido, sólo murmura para sí. Se vuelve senil, y como ha sometido durante tanto tiempo al guardián a un largo estudio ya es capaz de reconocer a la pulga en el cuello de su abrigo de piel, por lo que solicita a la pulga que le ayude para cambiar la opinión del guardián. Finalmente su vista se torna débil y ya no sabe realmente si oscurece a su alrededor o son sólo los ojos que le engañan. Pero ahora advierte en la oscuridad un brillo que irrumpe indeleble a través de la puerta de la Ley. Ya no vivirá mucho más. Antes de su muerte se concentran en su cabeza todas las experiencias del tiempo pasado y toman forma en una sola pregunta que hasta ahora no había hecho al guardián. Entonces le guiña un ojo, ya que no puede incorporar su cuerpo entumecido. El guardián tiene que inclinarse hacia él profundamente porque la diferencia de tamaños ha variado en perjuicio del hombre. «¿Qué quieres saber ahora? —Pregunta el guardián—, eres insaciable.» «Todos aspiran a la Ley —dice el hombre—. ¿Cómo es posible que durante tantos años sólo yo haya solicitado la entrada?» El guardián comprueba que el hombre ha llegado a su fin y, para que su débil oído pueda percibirlo, le grita: «Ningún otro podía haber recibido permiso para entrar por esta puerta, pues esta entrada estaba reservada sólo para ti. Yo me voy ahora y cierro la puerta.»</div>
<div style="text-align: right;">
(Ante la Ley)</div>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
— Franz Kafka, <i>Aforismos, visiones y sueños</i>, trad. y pról. José Rafael Hernández Arias (Madrid: Valdemar, 1999), 38-40.</div>
Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-39838178748863565152015-05-01T03:00:00.000-07:002015-05-01T03:00:04.782-07:00EL PARÁSITO DE LOS POETAS. E. M. Cioran<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh6vxe63poEVpMmXCxuLiB4OlUi5aGKfw6i1C3sWbBN86oS3fI5c1067LwbHoYh1OeGwIaYXzHhfpEI5L6TYeuE1EW5kZ4FCbvZgi6qr0bU_KYOlNd-7_3WSwtW9hPqC5GThimQYFzXKP90/s1600/caligrama%5B1%5D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh6vxe63poEVpMmXCxuLiB4OlUi5aGKfw6i1C3sWbBN86oS3fI5c1067LwbHoYh1OeGwIaYXzHhfpEI5L6TYeuE1EW5kZ4FCbvZgi6qr0bU_KYOlNd-7_3WSwtW9hPqC5GThimQYFzXKP90/s1600/caligrama%5B1%5D.jpg" height="400" width="293" /></a></div>
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<div style="text-align: justify;">
I. No puede haber desenlace para la vida de un poeta. Todo lo que no ha emprendido, todos los instantes alimentados con lo inaccesible, le dan su poder. ¿Experimenta el inconveniente de existir? Entonces su facultad de expresión se reafirma, su aliento se dilata.</div>
<div style="text-align: justify;">
Una biografía sólo es legítima si hace evidente la elasticidad de un destino, la suma de variantes que comporta. Pero el poeta sigue una línea de fatalidad cuyo rigor nada flexibiliza. La vida les toca en suerte a los filisteos; y para suplir la que no han tenido se han inventado las biografías de los poetas...</div>
<div style="text-align: justify;">
La poesía expresa la esencia de lo que no podríamos poseer; su significación última: la imposibilidad de toda «actualidad». La alegría no es un sentimiento poético. (Proviene, sin embargo, de un sector del universo lírico donde el azar reúne, en un mismo haz, las llamas y las estupideces.) ¿Se ha visto alguna vez un canto de esperanza que no inspirase una sensación de malestar, incluso de repulsión? Y ¿cómo cantar una presencia cuando incluso lo posible está manchado por una sombra de vulgaridad? Entre la poesía y la esperanza, la incompatibilidad es completa; de este modo el poeta es víctima de una ardiente descomposición. ¿Quién se atrevería a preguntarle cómo ha experimentado la vida, cuando ha vivido gracias a la muerte? Cuando sucumbe a la tentación de felicidad, pertenece a la comedia... Pero si, por el contrario, de sus llagas brotan llamaradas, y canta a la felicidad esa incandescencia voluptuosa de la desdicha se sustrae al matiz de vulgaridad inherente a todo acento positivo. Es Hölderlin refugiándose en una Grecia soñada y transfigurando el amor en embriagueces más puras, en las de la irrealidad...</div>
<div style="text-align: justify;">
El poeta sería un tránsfuga odioso de la realidad si en su huida no llevase consigo su desdicha. Al contrario del místico o el sabio, no sabría escapar a sí mismo ni evadirse del centro de su propia obsesión: incluso sus éxtasis son incurables, y signos premonitorios de desastres. Inapto para salvarse, para él todo es posible, salvo su vida...</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
II. En esto reconozco a un verdadero poeta: frecuentándole, viviendo largo tiempo en la intimidad de su obra, algo se modifica en mí: no tanto mis inclinaciones o mis gustos como mi misma sangre, como si una dolencia sutil se hubiera introducido en ella para alterar su curso, su espesor y su calidad. Valéry o Stefan George nos dejan allí donde les abordamos, o nos vuelven más exigentes en el plano formal del espíritu: son genios de los que no sentimos necesidad, sólo son artistas. Pero un Shelley, pero un Baudelaire, pero un Rilke intervienen en lo más profundo de nuestro organismo, que se los apropia como lo haría con un vicio. En su proximidad, un cuerpo se fortifica, y luego se ablanda y se desagrega. Pues el poeta es un agente de destrucción, un virus, una enfermedad disfrazada y el peligro más grave, aunque maravillosamente impreciso, para nuestros glóbulos rojos. ¿Vivir en su territorio? Es sentir adelgazarse la sangre, es soñar un paraíso de la anemia, y oír, en las venas, el fluir de las lágrimas...</div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
III. Mientras que el verso lo permite todo, y en él podéis verter lágrimas, vergüenzas, éxtasis y sobre todo quejas, la prosa os prohíbe expansionaros o lamentaros: repugna a su abstracción convencional. Exige otras verdades: controlables, deducidas, mesuradas. Pero, ¿y si se robasen las de la poesía; si se saquease su tema, y si uno se atreviese a tanto como los poetas? ¿Por qué no insinuar en el discurso nuestras indecencias, nuestras humillaciones, nuestras muecas y nuestros suspiros? ¿Por qué no estar descompuesto, podrido, ser cadáver, ángel o Satán en el lenguaje de lo vulgar, y traicionar patéticamente tantos aéreos y siniestros vuelos? Mucho mejor que en la escuela de los filósofos, es en la de los poetas en la que se aprende el valor de la inteligencia y la audacia de ser uno mismo. Sus «afirmaciones» hacen palidecer los apotegmas más extrañamente impertinentes de los antiguos sofistas. Nadie las adopta: ¿hubo jamás un solo pensador que fuese tan lejos como Baudelaire o que se atreviese a transformar en sistema una fulguración de Lear o un monólogo de Hamlet? Quizá Nietzsche antes de su fin, pero, ay, se obstinaba aún en sus estribillos de profeta... ¿Buscaremos del lado de los santos? Ciertos frenesíes de Teresa de Avila o de Ángeles de Foligno... Pero se encuentra demasiado a menudo a Dios, ese sinsentido consolador que, apuntalando su valor, disminuye su calidad. Pasearse sin convicciones y solo no es propio de un hombre, ni siquiera de un santo; a veces, sin embargo, lo es de un poeta...</div>
<div style="text-align: justify;">
Imagino a un pensador exclamando en un movimiento de orgullo: «¡Me gustaría que un poeta se fabricase un destino con mis pensamientos!». Pero para que su aspiración fuese legítima, haría falta que él mismo frecuentase largo tiempo a los poetas, que sacase de ellos delicias de maldición, y que les devolviese, abstracta y acabada, la imagen de sus propias caídas o de sus propios delirios; haría falta sobre todo que sucumbiese en el umbral del canto, e, himno vivo más allá de la inspiración, que conociese el pesar de no ser poeta, de no estar iniciado en la «ciencia de las lágrimas», en los azotes del corazón, en las orgías formales, en las inmortalidades del instante...</div>
<div style="text-align: justify;">
...Muchas veces he soñado con un monstruo melancólico y erudito, versado en todos los idiomas, íntimo de todos los versos y de todas las almas y que errase por el mundo para nutrirse de venenos, de fervores, de éxtasis, a través de las Persias, las Chinas, las Indias muertas, y las Europas moribundas, muchas veces he soñado con un amigo de los poetas que los hubiese conocido a todos por desesperación de no ser de los suyos.</div>
<br />
<div style="text-align: right;">
— E. M. Cioran, "El parásito de los poetas" en <i>Breviario de podredumbre,</i> trad. Fernando Savater (Madrid: Taurus, 1972), 116-118.</div>
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Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-56432317532465352532015-04-24T03:00:00.000-07:002015-04-24T03:00:02.045-07:00CRISTO NO VOLVERÁ. Henry Miller<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiIbHJzkYQbpnMVy0bXaUaDBMXhfSY7TLM4mazZTdDUDEFGMnHO7DnAvQqCicf5cum8sV3oqQ5XaWB3mLLxF3YIGqpJ7v38aHe-iGkaPvbz_XpMsNYLczyjm-wiFWTAhZnyk7EVvrqJDLj6/s1600/Cristo-Crucificado%5B1%5D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiIbHJzkYQbpnMVy0bXaUaDBMXhfSY7TLM4mazZTdDUDEFGMnHO7DnAvQqCicf5cum8sV3oqQ5XaWB3mLLxF3YIGqpJ7v38aHe-iGkaPvbz_XpMsNYLczyjm-wiFWTAhZnyk7EVvrqJDLj6/s1600/Cristo-Crucificado%5B1%5D.jpg" height="320" width="267" /></a></div>
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Cristo no volverá a bajar nunca más a la tierra ni habrá legislador alguno, ni cesará el asesinato ni el robo ni la revolución y, sin embargo... y, sin embargo, uno espera algo, algo terroríficamente maravilloso y absurdo, quizás una langosta fría con mayonesa servida gratis, quizás una invención, como la luz eléctrica, como la televisión, sólo que más devastadora, más desgarradora, una invención impensable que produzca una calma y un vacío demoledores, no la calma y el vacío de la muerte sino de una vida como la que soñaron los monjes, como la que sueñan todavía en el Himalaya, en Polinesia, en la Isla de Pascua, el sueño de Hombres anteriores al diluvio, antes de que se escribiera la palabra, el sueño de hombres de las cavernas y antropófagos, de los que tienen doble sexo y colas cortas, de aquellos de quienes se dice que están locos y no tienen modo de defenderse porque los que no están locos los sobrepasan en número. Energía fría atrapada por brutos astutos y después liberada como cohetes explosivos, ruedas intrincadamente engranadas para causar la ilusión de fuerza y velocidad, unas para producir luz, otras energía, otras movimiento, palabras telegrafiadas por maníacos y montadas como dientes postizos, perfectos y repulsivos como leprosos, movimiento congraciador, suave, escurridizo, absurdo, vertical, horizontal, circular, entre paredes y a través de paredes, por placer, por cambalache, por delito; por el sexo; todo luz, movimiento, poder concebido impersonalmente, generado, y distribuido a lo largo de una raja asfixiada semejante a un coño y destinada a deslumbrar y espantar al salvaje, al patán, al extranjero, pero nadie deslumbrado ni espantado, éste hambriento, aquél lascivo, todos uno y el mismo y no diferentes del salvaje, del patán, del extranjero, salvo en insignificancias, un batiburrillo, las burbujas del pensamiento, el serrín de la mente. En la misma raja coñiforme, atrapados pero no deslumbrados, millones han caminado antes de mí, entre ellos uno, Blaise Cendrars, que después voló a la luna y de ella a la tierra de nuevo y Orinoco arriba personificando a un hombre alocado pero en realidad sano como un botón, si bien ya no vulnerable, ya no mortal, la masa magnífica de un poema dedicado al archipiélago del insomnio. De los que padecían esa fiebre pocos salieron del cascarón, entre ellos yo mismo todavía sin salir de él, pero permeable y maculado, conocedor con ferocidad tranquila del tedio de la deriva y el movimiento incesantes. Antes de cenar el golpear y el tintinear de la luz del cielo que se filtra suavemente por la cúpula de gris osamenta, los hemisferios errantes cubiertos de esporas con núcleos de huevos azules coagulándose, en un cesto langostas, en el otro la germinación de un mundo antisépticamente personal y absoluto. De las bocas de las alcantarillas, cenicientas por la vida subterránea, hombres del mundo futuro saturados de mierda, la electricidad helada mordiéndolos como ratas, el día que se acaba y la oscuridad que se acerca como las frías y refrescantes sombras de las alcantarillas. Como un nabo blando que se sale deslizándose de un coño recalentado, yo, el que todavía no ha salido del cascarón, haciendo algunas contorsiones abortivas, pero o bien todavía no lo bastante muerto y blando o bien libre de esperma y patinando ad astra, pues todavía no es hora de cenar y un frenesí peristáltico se apodera del intestino grueso, de la región hipogástrica, del lóbulo umbilical pospineal. Las langostas, cocidas vivas, nadan en hielo, sin dar ni pedir cuartel, simplemente inmóviles e inmotivadas en el tedio acuoso y helado de la muerte, mientras la vida flota a la deriva por el escaparate rebozado en desolación, un escorbuto lastimoso devorado por la tomaína, mientras el gélido vidrio de la ventana corta como una navaja, limpiamente y sin dejar residuos. </div>
<br />
<div style="text-align: right;">
— Henry Miller, <i>Trópico de Capricornio</i>, trad. Carlos Manzano (México: Punto de lectura, 2011) 124-127 pp.</div>
Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-29226922044941417582015-04-17T03:30:00.000-07:002015-04-17T03:30:01.187-07:00HACER EL AMOR. Julio Cortázar<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjcq8kaiXwmJ8ywg3sbmrE7B82tYZTu3Zl2vOk6PQWAOI_I7GB8w1wVeGXjrscAk0PLP8mhUcC7KUW8hrxdkenV3K5fHjwAIYx1_B077w1w3Ns7K3oM29DyjxOrJiwkI6TIGXrEvG0VZZBc/s1600/8yy98%5B1%5D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjcq8kaiXwmJ8ywg3sbmrE7B82tYZTu3Zl2vOk6PQWAOI_I7GB8w1wVeGXjrscAk0PLP8mhUcC7KUW8hrxdkenV3K5fHjwAIYx1_B077w1w3Ns7K3oM29DyjxOrJiwkI6TIGXrEvG0VZZBc/s1600/8yy98%5B1%5D.jpg" height="256" width="320" /></a></div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
A Oliveira le gustaba hacer el amor con la Maga porque nada podía ser más importante para ella y al mismo tiempo, de una manera difícilmente comprensible, estaba como por debajo de su placer, se alcanzaba en él un momento y por eso se adhería desesperadamente y lo prolongaba, era como un despertarse y conocer su verdadero nombre, y después recaía en una zona siempre un poco crepuscular que encantaba a Oliveira temeroso de perfecciones, pero la Maga sufría de verdad cuando regresaba a sus recuerdos y a todo lo que oscuramente necesitaba pensar y no podía pensar, entonces había que besarla profundamente, incitarla a nuevos juegos, y la otra, la reconciliada, crecía debajo de él y lo arrebataba, se daba entonces como una bestia frenética, los ojos perdidos y las manos torcidas hacia adentro, mítica y atroz como una estatua rodando por una montaña, arrancando el tiempo con las uñas, entre hipos y un ronquido quejumbroso que duraba interminablemente. Una noche le clavó los dientes, le mordió el hombro hasta sacarle sangre porque él se dejaba ir de lado, un poco perdido ya, y hubo un confuso pacto sin palabras, Oliveira sintió como si la Maga esperara de él la muerte, algo en ella que no era su yo despierto, una oscura forma reclamando una aniquilación, la lenta cuchillada boca arriba que rompe las estrellas de la noche y devuelve el espacio a las preguntas y a los terrores. Sólo esa vez, excentrado como un matador mítico para quien matar es devolver el toro al mar y el mar al cielo, vejó a la Maga en una larga noche de la que poco hablaron luego, la hizo Pasifae, la dobló y la usó como a un adolescente, la conoció y le exigió las servidumbres de la más triste puta, la magnificó a constelación, la tuvo entre los brazos oliendo a sangre, le hizo beber el semen que corre por la boca como el desafío al Logos, le chupó la sombra del vientre y de la grupa y se la alzó hasta la cara para untarla de sí misma en esa última operación de conocimiento que sólo el hombre puede dar a la mujer, la exasperó con piel y pelo y baba y quejas, la vació hasta lo último de su fuerza magnífica, la tiró contra una almohada y una sábana y la sintió llorar de felicidad contra su cara que un nuevo cigarrillo devolvía a la noche del cuarto y del hotel. </div>
<br />
<div style="text-align: right;">
— Julio Cortázar, <i>Rayuela</i> (México: Alfaguara, 2013), 42-43 pp.</div>
<div>
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Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-90549061746964392842015-04-11T04:00:00.000-07:002015-04-11T04:00:02.280-07:00A MÍA NO LE GUSTAN LOS TÍTULOS. Willni Dávalos<div>
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiN9zA9VkG86dEpBx6z2QhuN6JqTZvCBwDdZmJWj9f8Caq9O87vX9Ip9tr8d6Di35EEPE9_fNow-AGwXB11ldnTBawJadi3qUfOzTRnyplgkZ4-m5RDQZyfDcnnKYJXLGBTg_kaaG3-o43r/s1600/tumblr_mahaejt4cf1rpa1yvo1_400%5B1%5D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiN9zA9VkG86dEpBx6z2QhuN6JqTZvCBwDdZmJWj9f8Caq9O87vX9Ip9tr8d6Di35EEPE9_fNow-AGwXB11ldnTBawJadi3qUfOzTRnyplgkZ4-m5RDQZyfDcnnKYJXLGBTg_kaaG3-o43r/s1600/tumblr_mahaejt4cf1rpa1yvo1_400%5B1%5D.jpg" height="320" width="208" /></a></div>
<br /></div>
<div>
A Mía le da asco su cuerpo.</div>
<div>
A Mía le interesan los árboles.</div>
<div>
Sus escuetos y largos troncos</div>
<div>
delgados, delgados</div>
<div>
como la muerte encapuchada </div>
<div>
de los dibujos animados.</div>
<div>
Amiga televisión, tardes secas en el armario.</div>
<div>
<br /></div>
<div>
A Mía le han dicho: “todo lo que tocas se pudre”</div>
<div>
y “por más que te masturbes</div>
<div>
no te enamorarás del espejo”;</div>
<div>
Y es tan triste verla morder la almohada</div>
<div>
deseando despertar detrás de la cortina</div>
<div>
en el mundo libre</div>
<div>
en el mundo sarpullido de bosques,</div>
<div>
de erotómanos y erotómanas.</div>
<div>
Sin embargo, el viento flamea fuerte la cortina,</div>
<div>
tan fuerte. Se la lleva lejos.</div>
<div>
¿Cómo llegar ahí si ya no hay cortina?</div>
<div>
<br /></div>
<div>
Mía entiende, pero le importa un bledo.</div>
<div>
Mía sabe que todo lo que toca se hace oro</div>
<div>
o se pudre</div>
<div>
pero nada queda igual.</div>
<div>
(ella dice)</div>
<div>
<br /></div>
<div>
“Bulliciosas locuras siembran esas raras pastillas </div>
<div>
que el doctor recetó a Mamá;</div>
<div>
De esos doctores que se ganan algún sencillo vendiendo recetas a los drogos</div>
<div>
¡y que quede claro que mamá no es ninguna droga! </div>
<div>
Y que quede claro que yo pertenezco a otro cielo;</div>
<div>
a otra física y a otra química.</div>
<div>
Nunca es tarde para emigrar al rincón más oscuro del Multiverso”.</div>
</div>
<div>
<br /></div>
<div>
<div style="text-align: right;">
— Willni Dávalos, Ceros y cruces (Perú: Pardiez Editores, 2008), 37-38 pp.</div>
</div>
Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-40616625114129771222015-04-10T04:00:00.000-07:002015-04-10T04:00:05.029-07:00LA FINALIDAD ES NO HACER NADA. Fiódor Dostoievski<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhB0-q1bNdizvKKy-5OmxPGTT5TVlBytmheN5BQoxymr1L6XVfyQ_nH8rTnf23UI2BDuNrWyuDqPvc8-NDJu3SiTF82gdlDwkAIpGrWzpLO-2Y8lrt-Mjmb4xDyq6j43vQNzFpKfgavqOcc/s1600/2527-1276296606f4DY.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhB0-q1bNdizvKKy-5OmxPGTT5TVlBytmheN5BQoxymr1L6XVfyQ_nH8rTnf23UI2BDuNrWyuDqPvc8-NDJu3SiTF82gdlDwkAIpGrWzpLO-2Y8lrt-Mjmb4xDyq6j43vQNzFpKfgavqOcc/s1600/2527-1276296606f4DY.jpg" height="213" width="320" /></a></div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
La suprema finalidad, señores, es no hacer nada en absoluto. La inercia contemplativa es preferible a todo. ¡Por lo tanto, viva el subsuelo! Aunque haya dicho hace poco que envidio al hombre normal hasta la última gota de mi bilis, cuando lo veo tal como es renuncio a la normalidad (aunque sin dejar de tener envidia al ser normal). ¡No, no; el subsuelo es siempre preferible! Allí, al menos, se puede... ¡Ah! ¡Ya estoy mintiendo otra vez! Miento porque estoy convencido, tanto como de que dos y dos son cuatro, de que no es el subsuelo lo que más vale, sino otra cosa muy distinta, a la cual aspiro, pero que no sé qué es. ¡Al diablo el subsuelo!</div>
<div style="text-align: justify;">
¡Si yo pudiera creer una sola palabra de lo que estoy escribiendo! Pues les juro, señores, que no creo ni una sola y miserable palabra. Mejor dicho, tal vez crea, pero, en el momento mismo de decirlas, sospecho, no sé por qué, que miento como un sacamuelas.</div>
<div style="text-align: justify;">
«Entonces, ¿por qué ha escrito usted todo esto?», me preguntarán ustedes seguramente.</div>
<div style="text-align: justify;">
Me gustaría saber lo que habrían escrito ustedes si yo les hubiese tenido encerrados e inactivos durante cuarenta años y, transcurrido este tiempo, los hubiera ido a visitar al subsuelo para comprobar en qué se habían convertido ustedes. Sí, me habría gustado oírlos. ¿Se puede dejar durante cuarenta años a un hombre solo y sin ocupación?</div>
<div style="text-align: justify;">
«Pero eso es vergonzoso, humillante -me dirán ustedes, quizá, moviendo la cabeza con desprecio-. Usted tiene sed de vida, pero quiere resolver las cuestiones vitales por medio de absurdas lógicas. ¡Cuánta ostentación, cuánta impudicia hay en todo eso! Pero, a pesar de todo, usted tiene miedo. Dice estupideces sin la menor preocupación, y las mayores insolencias, pero, en el fondo, se siente atemorizado y pide perdón. Declara que no teme a nadie, pero busca nuestra benevolencia. Nos asegura que rechina los dientes, pero, al mismo tiempo, bromea y trata de hacemos reír. Sabe que pretende ser ingenioso y que no lo es, pero se muestra muy satisfecho de su literatura. Es posible que usted haya sufrido, pero no siente respeto alguno por su sufrimiento. Hay algo de verdad en sus palabras, pero carecen de pudor. Empujado por la vanidad más mezquina, saca su verdad a la calle, la expone en el mercado, la exhibe en la picota de las burlas. Tiene algo que decir, pero el temor le lleva a escamotear la última palabra, porque es usted insolente pero no audaz. Se jacta de su capacidad mental, pero, en su pensamiento, todo son vacilaciones, porque, aunque su inteligencia está en actividad, su corazón está manchado por el libertinaje, y si el corazón no es puro, la conciencia no puede ser completa ni clarividente. ¡Y qué importuno es usted, qué molesto! ¡Qué modo de hacer el bufón! ¡No dice más que mentiras! ¡Mentiras! ¡Mentiras!»</div>
<div style="text-align: justify;">
Huelga decir que estas palabras me las he dicho yo a mí mismo. También ellas proceden del subsuelo. Durante cuarenta años he estado escuchando por una rendija estos discursos. Los he compuesto yo mismo, porque no tenía nada que hacer. Me ha sido fácil, por consiguiente, aprendérmelos de memoria y darles forma literaria.</div>
<div style="text-align: justify;">
No crean que mi propósito era imprimir todo esto para darlo a leer a ustedes. Pero hay algo que no comprendo: ¿por qué me dirijo a ustedes como si fueran mis lectores? Las confidencias que me dispongo a hacer aquí no son las que... se publican y se dan a leer. Por lo menos, yo no me siento con fuerzas para obrar así. Por otra parte, no veo la necesidad de hacerlo... Pero, miren ustedes, tengo un capricho y quiero realizarlo a toda costa. Les explicaré en qué consiste. Entre los recuerdos que todos conservamos de nosotros mismos, hay algunos que sólo se los contamos a nuestros amigos. Otros, ni siquiera a nuestros amigos se los queremos confesar y los guardamos para nosotros mismos bajo el sello del secreto. Y existen, en fin, cosas que el hombre no quiere confesarse ni siquiera a sí mismo. En el curso de su existencia todo hombre honrado ha acumulado gran cantidad de estos recuerdos. Incluso me atrevería a decir que su número está en proporción directa con la honradez del hombre. Pero yo he decidido recordar algunas de mis antiguas aventuras, que hasta ahora he eludido con cierta inquietud. Y ahora, cuando las evoco e incluso quiero anotarlas, me pregunto si es posible ser sincero, por lo menos con uno mismo; si puede uno decirse toda la verdad. Respecto a este asunto, les diré que Heine asegura que no existen autobiografías exactas, porque el hombre miente siempre cuando habla de sí mismo. Según Reine, Rousseau nos mintió en sus Confesiones, e incluso deliberadamente, por vanidad. Estoy seguro de que Reine tiene razón. Comprendo que uno "se achaque crímenes abominables exclusivamente por vanidad, y comprendo igualmente lo que es ese sentimiento. Pero Reine se refería a las confesiones públicas, y yo escribo para mí solo. Si hablo de modo que parece que me dirijo a los lectores, lo hago sólo porque así es más fácil exponer por escrito mis ideas. Se trata exclusivamente de una forma, una forma vacía. Ya he dicho, y lo repito, que nunca tendré lectores. No quiero ninguna traba en la redacción de mis notas. No observaré orden alguno, no seguiré ningún plan. Escribiré simplemente lo que vaya recordando. Ustedes podrían tomarme la palabra ahora mismo y preguntarme: si no piensa usted en los lectores, ¿por qué declara -¡y por escrito además!- que no observará ningún orden, ningún plan; que escribirá simplemente lo que le haya pasado por la cabeza, etc.? ¿Por qué da usted estas explicaciones? ¿Por qué presenta estas excusas?</div>
<div style="text-align: justify;">
Estamos ante un caso psicológico interesante. Es posible que obre así por cobardía. Pero también puede ser que me imagine tener ante mí un público, a fin de no pasar por alto las conveniencias. Motivos como éste puede haber millares...</div>
<div style="text-align: justify;">
Pero aún hay otra cosa. ¿Por qué escribo todo esto? Si no me dirijo al público, bien puedo evocar mis recuerdos sin registrarlos en el papel. Cierto, pero hay que tener en cuenta que, una vez registrados en el papel, cobran importancia. Esto me impresionará, me juzgaré mejor a mí mismo y mi estilo ganará con ello. Además, es probable que experimente cierto alivio. Hoy estoy deprimido por un recuerdo lejano que ha acudido a mí con claridad hace unos días, y desde entonces me persigue sin tregua, como uno de esos motivos musicales que nos obsesionan. Pero es absolutamente preciso que me desprenda de él. Tengo centenares de recuerdos de este tipo, y a veces, de pronto, se despierta uno de ellos y me oprime la garganta. Y creo, no sé por qué, que si expreso por escrito ese recuerdo, me veré libre de él. ¿Por qué no he de probar?</div>
<div style="text-align: justify;">
Y la última razón es que, como nunca hago nada, estoy aburrido. Escribir los recuerdos propios es todo un trabajo. Se dice que el trabajo hace al hombre honrado y bueno. Se me ofrece, pues, una oportunidad...</div>
<div style="text-align: justify;">
Hoy nieva. Cae una capa brumosa de copos amarillentos y medio derretidos. Ayer nevó también, y anteayer. Creo que ha sido precisamente esta nieve fundida la que ha traído a mi memoria la anécdota que me obsesiona. Así, pues, mi relato se titulará <i>A propósito de nieve derretida</i>. </div>
<br />
<div style="text-align: right;">
— Fiódor Dostoievski, <i>Memorias del subsuelo,</i> trad. Bela Martinova (Madrid: Cátedra, 2005), 101-105 pp. </div>
<div>
<br /></div>
Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-51563253485100787442015-04-04T03:30:00.000-07:002015-04-04T03:30:01.236-07:00MONITOR. Willni Dávalos<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiv7mqw4tZu3TtdVT0tj-zNYRntXO7BIQLUZhE9leiRTDLQzGOF-CYAk48a_uFhkjnkVQBTYKPiuc46nDQV5qvi6DS0XvKThR1447vTcFsam5pg2yRE9veuksoo96qpeJ3JczDXfxNPN8tp/s1600/1959_Les_yeux_sans_visage_-_Ojos_sin_rostro_foto_12%5B1%5D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiv7mqw4tZu3TtdVT0tj-zNYRntXO7BIQLUZhE9leiRTDLQzGOF-CYAk48a_uFhkjnkVQBTYKPiuc46nDQV5qvi6DS0XvKThR1447vTcFsam5pg2yRE9veuksoo96qpeJ3JczDXfxNPN8tp/s1600/1959_Les_yeux_sans_visage_-_Ojos_sin_rostro_foto_12%5B1%5D.jpg" height="297" width="400" /></a></div>
<br />
Qué hay en la ventana trasera de un auto<br />
que no refleje el tráfico interno<br />
<br />
¿ves los instrumentos humanos?<br />
máquinas trasportadoras de hombres<br />
<br />
cada rostro es una explosión ideológica<br />
<br />
sólo tienes que apretar el botón<br />
nada más que mover un dedo<br />
y contar.<br />
<br />
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— Willni Dávalos, <i>Ceros y cruces</i> (Perú: Pardiez Editores, 2008), 88-89 pp.</div>
Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-21736972757894451532015-04-03T03:30:00.000-07:002015-04-03T03:30:01.318-07:00NEGRO AGUJERO. Henry Miller<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhso_TBGKeI0Z2OyXOYZEf3FN2D5JV71H23mKWJ2emxhWf0YKboHzUGyUHXI8Jaocx1d9HZDavRfRe-KkGit42OakdF2BrMvfm51A-6dS3HZuulOKzwDpl94pzldHyA9wK-e962Rzc1z70N/s1600/30ed9fd24932d4cc6214bedc3f9dee22%5B1%5D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhso_TBGKeI0Z2OyXOYZEf3FN2D5JV71H23mKWJ2emxhWf0YKboHzUGyUHXI8Jaocx1d9HZDavRfRe-KkGit42OakdF2BrMvfm51A-6dS3HZuulOKzwDpl94pzldHyA9wK-e962Rzc1z70N/s1600/30ed9fd24932d4cc6214bedc3f9dee22%5B1%5D.jpg" height="254" width="320" /></a></div>
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Así caminamos, dormimos y comimos juntos, los gemelos siameses a quienes Dios había juntado y a quienes sólo la muerte podría separar.</div>
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Caminábamos con los pies para arriba y las manos cogidas, en el cuello de la Botella. Ella se vestía casi exclusivamente de negro, salvo algunos parches purpúreos de vez en cuando. No llevaba ropa interior, sólo un vestido de terciopelo negro saturado de perfume diabólico. Nos acostábamos al amanecer y nos levantábamos justo cuando estaba oscureciendo. Vivíamos en agujeros negros con las cortinas echadas, comíamos en platos negros, leíamos libros negros. Por el agujero negro de nuestra vida nos asomábamos al agujero negro del mundo. El sol estaba oscurecido permanentemente, como para ayudarnos en nuestra continua lucha intestina. Nuestro sol era Marte, nuestra luna Saturno, vivíamos permanentemente en el cenit del averno. La tierra había dejado de girar y a través del agujero en el cielo colgaba por encima de nosotros la negra estrella que nunca destellaba. De vez en cuando nos daban ataques de risa, una risa loca, de batracio, que hacía temblar a nuestros vecinos. De vez en cuando cantábamos, delirantes, desafinando, en puro trémolo. Estábamos encerrados durante la larga y oscura noche del alma, período de tiempo inconmensurable que empezaba y acababa al modo de un eclipse. Girábamos en torno a nuestros yos, como satélites fantasmas. Estábamos ebrios con nuestra propia imagen, que veíamos cuando nos mirábamos a los ojos. Entonces, ¿cómo mirábamos a los demás? Como el animal mira a la planta, como las estrellas miran al animal. O como Dios miraría al hombre, si el demonio le hubiera dado alas. Y, a pesar de todo, en la fija y estrecha intimidad de una noche sin fin, ella estaba radiante, alborozada; brotaba de ella un júbilo ultranegro como un flujo continuo de esperma del Toro de Mitra. Tenía dos cañones, era un toro hembra con una antorcha de acetileno en la matriz. Cuando estaba en celo, se concentraba en el gran cosmocrátor, los ojos se le quedaban en blanco, los labios llenos de saliva. En el ciego agujero del sexo, valsaba como un ratón amaestrando, con las mandíbulas desencajadas como si fueran las de serpiente, con la piel erizada de plumas armadas de púas. Tenía la lascivia insaciable de un unicornio, el prurito que provocó la decadencia de los egipcios. En su furia, tragaba hasta el agujero del cielo por el que resplandecía la estrella sin brillo.</div>
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Vivíamos pegados al techo, y el tufo caliente y repugnante de la vida diaria ascendía y nos sofocaba. Vivíamos con el calor del mármol, y el ardor ascendente de la carne humana caldeaba los anillos como de serpiente en que estábamos encerrados. Vivíamos cautivados por las profundidades más hondas, con la piel ahumada hasta alcanzar el color de un habano gris por las emanaciones de la pasión mundana. Como dos cabezas llevadas en las picas de nuestros verdugos, girábamos lenta y fijamente sobre las cabezas y hombros de abajo. ¿Qué era la vida en la tierra sólida para nosotros que estábamos decapitados y unidos para siempre por los genitales? Éramos las serpientes gemelas del Paraíso, lúcidas en celo y frías como el propio caos. La vida era un joder perpetuo y negro en torno a un poste fijo de insomnio. La vida era escorpión en conjunción con Marte, en conjunción con Mercurio, en conjunción con Venus, en conjunción con Saturno, en conjunción con Plutón, en conjunción con Urano, en conjunción con el mercurio, el láudano, el radio, el bismuto. La gran conjunción se producía todos los sábados por la noche, Leo fornicando con el Dragón en la casa de los hermanos. El gran malheur era un rayo de sol que se filtraba por las cortinas. La maldición era Júpiter, que podía fulgurar con mirada benévola.</div>
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La razón por la que es difícil contarlo es porque recuerdo demasiado. Recuerdo todo, pero como un muñeco sentado en las rodillas de un ventrílocuo. Me parece que durante el largo e ininterrumpido solsticio conyugal estuve sentado en su regazo (incluso cuando ella estaba de pie) y recité el parlamento que ella me había enseñado. Me parece que debió de ordenar al fontanero jefe de Dios que mantuviera brillando la negra estrella a través del agujero en el techo, debió de mandarle que derramase una noche perpetua y, con ella, todos los tormentos reptantes que van y vienen silenciosamente en la oscuridad, de modo que la mente se convierte en un punzón que gira y horada frenéticamente la negra nada. ¿Imaginé simplemente que ella hablaba sin cesar, o es que me había convertido en un muñeco tan maravillosamente amaestrado, que interpretaba el pensamiento antes de que llegara a los labios? Los labios estaban entreabiertos, suavizados con una espesa pasta de sangre oscura: los veía abrirse y cerrarse con suma fascinación, tanto si silbaban con odio viperino como si arrullaban como una tórtola. Siempre estaban en primer plano, como en los anuncios de las películas, por lo que ya conocía cada grieta, cada poro, y, cuando empezaba la salivación histérica, veía espumear la saliva como si estuviera sentado en una mecedora bajo las cataratas del Niágara. Aprendí lo que debía hacer exactamente como si fuera parte de su organismo; era mejor que un muñeco de ventrílocuo porque podía actuar sin que tirasen de mí violentamente por medio de hilos. De vez en cuando improvisaba, lo que a veces le agradaba enormemente; desde luego, hacía como que no notaba las interrupciones, pero yo siempre sabía cuándo le gustaba por la forma como se pavoneaba. Tenía el don de la transformación; era casi tan rápida y sutil como el propio diablo. Después de la de pantera y la de jaguar, la transformación que mejor se le daba era la de ave: la de garza salvaje, la de ibis, la de flamenco, la de cisne en celo. Tenía una forma de bajar en picado de repente, como si hubiera avistado un cadáver maduro, lanzándose derecha a las entrañas, arrojándose inmediatamente sobre los bocados preferidos —el corazón, el hígado, o los ovarios— y remontando el vuelo de nuevo en un abrir y cerrar de ojos. Si alguien la descubría, se quedaba quieta como una piedra en la base de un árbol, con los ojos no del todo cerrados pero inmóviles con esa mirada fija del basilisco. Si la aguijoneaban un poco, se convertía en una rosa, una rosa intensamente negra con los pétalos más sedosos y de una fragancia irresistible. Era asombroso lo maravillosamente que aprendí a recitar el parlamento adecuado; por rápida que fuese la metamorfosis, yo siempre estaba allí, en su regazo, regazo de ave, regazo de bestia, regazo de serpiente, regazo de rosa, qué más daba: regazo de regazos, labio de labios, punta a punta, pluma a pluma, la yema en el huevo, la perla en la ostra, garras de cáncer, tintura de esperma y cantárida. La vida era escorpión en conjunción con Marte, en conjunción con Venus, Saturno, Urano, etc.; el amor era conjuntivitis de las mandíbulas, agarra esto, agarra aquello, agarra, agarra, las garras mandibulares de la rueda mándala del deseo. Al llegar la hora de comer, le oía descascarar los huevos, y dentro del huevo pío-pío, feliz presagio de la próxima comida. Yo comía como un monomaníaco: la prolongada voracidad alumbrada por el sueño del hombre que rompe tres veces el ayuno. Y mientras comía, ella ronroneaba, el jadeo rítmico y depredador del súcubo al devorar a sus hijuelos. ¡Qué dichosa noche de amor! Saliva, esperma, sucubación, esfinteritis, todo en uno: la orgía conyugal en el Agujero Negro de Calcuta.</div>
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Afuera, donde pendía la estrella negra, un silencio panislámico, como el mundo de la caverna donde hasta el viento se serena. Afuera, en caso de que me atreviera a cavilar sobre ello, la quietud espectral de la locura, el mundo de los hombres, adormecidos, exhaustos por siglos de matanza incesante. Afuera, una membrana sangrienta circundante dentro de la cual se producía toda la actividad, mundo heroico de los lunáticos y maníacos que habían apagado la luz del cielo con sangre. ¡Qué apacible nuestra vida de paloma y buitre en la oscuridad! Carne en que enterrar los dientes o el pene, carne abundante y olorosa sin señal de cuchillo ni de tijeras, sin cicatrices de metralla explotada, sin quemaduras de mostaza, sin pulmones quemados. Exceptuando el alucinante agujero en el techo, una vida en el útero casi perfecta. Pero allí estaba el agujero —como una fisura en la vejiga— y no había guata que pudiera taparlo permanentemente, no había orina que pudiese pasar con una sonrisa. Mear larga y libremente, sí, pero, ¿cómo olvidar la grieta en el campanario, el silencio no natural, la inminencia, el terror, la fatalidad del «otro» mundo? Comer hasta hartarse, sí, y mañana otro hartazgo, y mañana y mañana y mañana... pero al final, ¿qué? ¿Al final? ¿Qué era al final? Un cambio de ventrílocuo; un cambio de regazo, un desplazamiento del eje, otra grieta en la bóveda... ¿qué? ¿qué? Os lo voy a decir: sentado en su regazo, petrificado por los rayos fijos y dentados de la estrella negra, corneado, refrenado, amarrado y trepanado por la telepática agudeza de nuestra agitación recíproca, no pensaba en nada en absoluto, en nada que estuviese fuera de la celda que habitábamos, ni siquiera en una miga de pan sobre un mantel. Pensaba puramente dentro de las paredes de nuestra vida de amebas, pensamiento puro como el que Immanuel Kant el Cauteloso nos dio y que sólo el muñeco de un ventrílocuo podría reproducir. Reflexionaba detenidamente sobre todas las teorías de la ciencia, todas las teorías del arte, sobre todas las pizcas de verdad que puede haber en cualquier sistema disparatado de salvación. Calculaba todo exactamente con decimales gnósticos y todo, como primas que distribuye un borracho al final de una carrera de seis días. Pero todo estaba calculado para otra vida que alguien viviría algún día... quizás. Estábamos en pleno cuello de la botella, ella y yo, como se suele decir, pero el cuello se había roto y la botella no era sino una ficción.</div>
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Recuerdo que la segunda vez que la vi, me dijo que en ningún momento había esperado volver a verme, y la próxima vez que la vi dijo que pensaba que yo era un morfinómano, y la vez siguiente me llamó dios, y después intentó suicidarse y luego lo intenté yo y después volvió a intentarlo ella, y nada dio resultado, salvo el de unirnos más, tanto, de hecho, que nos compenetramos, intercambiamos personalidades, nombre, identidad, religión, padre, madre, hermano. Hasta su cuerpo experimentó un cambio radical, no una sino varias veces. Al principio era grande y aterciopelada, como el jaguar, con esa fuerza suave y engañosa de la especie felina, la forma de agazaparse, de saltar, de abalanzarse de repente; después se quedó en los huesos, se volvió frágil, delicada casi como una neguilla, y después de cada cambio pasaba por las modulaciones más sutiles: de piel, músculo, color, postura, olor, andares, ademanes, etcétera. Cambiaba como un camaleón. Nadie podía decir qué aspecto tenía realmente porque con cada cual era una persona enteramente diferente. Al cabo de un tiempo ni siquiera ella sabía qué aspecto tenía. Había comenzado ese proceso de metamorfosis antes de que yo la conociera, como descubrí más adelante. Como tantas mujeres que se creen feas, se había propuesto volverse bella, deslumbrantemente bella. Para conseguirlo, lo primero que hizo fue renunciar a su nombre, después a su familia, a sus amigos, a todo lo que pudiera atarla al pasado. Con todo su ingenio y todas sus facultades, se dedicó al cultivo de su belleza, de su encanto, que ya poseía en alto grado pero que le habían hecho creer que no existían. Vivía constantemente ante el espejo, estudiando todos los movimientos, todos los gestos, todas las muecas, hasta la más mínima. Cambió por completo de forma de hablar, de dicción, de entonación, de acento, de fraseología. Se conducía con tanta habilidad, que era imposible sacar a relucir siquiera el tema de sus orígenes. Estaba constantemente en guardia, incluso mientras dormía. Y, como un buen general, descubrió con bastante rapidez que la mejor defensa es el ataque. Nunca dejaba una posición sin ocupar; sus avanzadas, sus exploradores, sus centinelas estaban situados por todas partes. Su mente era un reflector giratorio que nunca se apagaba.</div>
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Ciega para su propia belleza, para su propio encanto, para su propia personalidad, por no hablar de su identidad, acometió con todas sus energías la invención de una criatura mítica, una Helena, una Juno, cuyos encantos no podría resistir mujer ni hombre alguno. Automáticamente, sin conocer la leyenda lo más mínimo, empezó a crear poco a poco los antecedentes ontológicos, la mística sucesión de acontecimientos anteriores al nacimiento consciente. No necesitaba recordar sus mentiras, sus invenciones: bastaba con que tuviera presente su papel. No había mentira demasiado monstruosa como para que no la pronunciase, pues en el papel que había adoptado era absolutamente fiel a sí misma. No tenía que inventar un pasado: recordaba el pasado que le correspondía. Nunca se dejaba coger en falta por una pregunta directa, ya que nunca se presentaba a un adversario, a no ser ambiguamente. Sólo presentaba los ángulos de las caras siempre cambiantes, los deslumbradores prismas de luz que mantenía girando constantemente. Nunca fue un ser tal, que se lo pudiera sorprender por fin en reposo, sino el propio mecanismo, que accionaba incesantemente la miríada de espejos en que se reflejaría el mito que había creado. No tenía el menor equilibrio; se mantenía suspendida eternamente por encima de sus múltiples identidades en el vacío del yo. No había pretendido convertirse en una figura legendaria, había querido simplemente que reconociesen su belleza. Pero, en la búsqueda de la belleza, pronto olvidó enteramente lo que buscaba, se convirtió en la víctima de su propia creación. Se volvió tan asombrosamente bella, que a veces era aterradora, a veces verdaderamente más fea que la mujer más fea del mundo. Podía inspirar horror y espanto, sobre todo cuando su encanto estaba en su punto culminante. Era como si la voluntad, ciega e incontrolable, resplandeciera a través de la creación y revelase su monstruosidad.</div>
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En la oscuridad, encerrados en el negro agujero sin que ningún mundo nos contemplara, sin adversario, sin rivales, el cegador dinamismo de la voluntad disminuía un poco, le daba un brillo de cobre fundido, y las palabras salían de la boca como lava, su carne buscaba ansiosamente un asidero, algo sólido y sustancial en que sentarse, algo en que recobrarse y reposar por unos momentos. Era como un mensaje de larga distancia desesperado, un S.O.S. desde un barco que se hundía. Al principio, lo confundí con la pasión, con el éxtasis producido por la carne al rozar con la carne. Pensaba que había encontrado un volcán vivo, un Vesubio hembra. Nunca pensé en un barco humano que se hundía en un océano de desesperación, en los Sargazos de la impotencia. Ahora pienso en aquella estrella negra que brillaba a través del agujero del techo, aquella estrella inmóvil que pendía sobre nuestra celda conyugal, más fija, más remota que lo absoluto, y sé que era ella, despojada de todo lo que era ella propiamente: un sol negro muerto y sin aspecto. Sé que estábamos conjugando el verbo amar como dos maníacos intentando follar a través de una verja de hierro. He dicho que en el frenético forcejeo en la oscuridad a veces olvidaba su nombre, el aspecto que tenía, quién era. Es cierto. Me excedía en la oscuridad. Me salía de los raíles de la carne para entrar en el espacio infinito del sexo, en las órbitas establecidos por ésta o aquélla: Georgiana, por ejemplo, sólo de una corta tarde; Telma la puta egipcia; Carlotta, Alannah, Una, Mona, Magda, muchachas de seis o siete años; niñas expósitas, fuegos fatuos, rostros, cuerpos, muslos, roces en el metro, un sueño, un recuerdo, un deseo, un anhelo. Podía comenzar con Georgiana de una tarde de domingo cerca de las vías del tren, su vestido suizo de lunares, su ondulante cadera, su acento del sur, su lasciva boca, sus senos que se derretían; podía empezar con Georgiana, el candelabro de diez mil brazos del sexo, y avanzar hacia afuera y hacia arriba por la ramificación del coño hasta la enésima dimensión del sexo, mundo sin fin. Georgiana era como la membrana del minúsculo oído de un monstruo inacabado llamado sexo. Estaba transparentemente viva y palpitante a la luz del recuerdo de una breve tarde en la avenida, los primeros olor y sustancia tangibles del mundo de la jodienda, que es en sí mismo un ser ilimitado e indefinible, como nuestro mundo el mundo. El entero mundo de la jodienda como la membrana que nunca deja de crecer, del animal que llamamos sexo, que es como otro ser que crece en nuestro propio ser y lo va suplantando gradualmente, de modo que con el tiempo el mundo humano sólo será un débil recuerdo de ese ser nuevo, que todo lo abarca, que todo lo procrea y se da a luz a sí mismo.</div>
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Precisamente esa copulación como de culebras en la oscuridad, ese acoplamiento de articulaciones dobles y de dos cañones era lo que me ponía en la camisa de fuerza de la duda, los celos, el miedo, la soledad. Si empezaba mi vainica con Georgiana y el candelabro de diez mil brazos del sexo, estaba seguro de que también ella se aplicaba a construir membranas, a fabricar oídos, ojos, dedos, cuero cabelludo, y yo qué sé qué más, del sexo. Comenzaba con el monstruo que la había violado, suponiendo que hubiera una simple pizca de verdad en esa historia; en cualquier caso, también ella empezaba en algún lugar, por un raíl paralelo, avanzando hacia fuera y hacia arriba por aquel ser multiforme e increado a través de cuyo cuerpo hacíamos esfuerzos desesperados para encontrarnos. Como yo sólo conocía una fracción de su vida, como sólo poseía una sarta de mentiras, de invenciones, de imaginaciones, de obsesiones e ilusiones, uniendo fragmentos, sueños de cocaína, frases inacabadas, palabras confusas dichas en sueños, delirios histéricos, fantasías mal disimuladas, deseos morbosos, al conocer de vez en cuando un nombre en persona, al oír por casualidad retazos dispersos de conversación, al observar miradas a hurtadillas, gestos interrumpidos, podía perfectamente reconocerle un panteón de dioses folladores propios, de criaturas de carne y hueso y más que vivas, hombres de aquella misma tarde quizá, de una hora antes tal vez, cuando tenía todavía el coño empapado con la esperma del último polvo. Cuanto más sumisa era, cuanto más apasionada se mostraba, cuanto más me parecía abandonarse, más insegura se volvía. No había comienzo, no había un punto de partida personal, individual; nos encontrábamos como espadachines expertos en el campo del honor ahora abarrotado con los fantasmas de la victoria y la derrota. Estábamos alerta y reaccionábamos ante la más leve acometida, como sólo pueden hacerlo los expertos.</div>
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Nos reuníamos al abrigo de la oscuridad con nuestros ejércitos y desde extremos opuestos forzábamos las puertas de la ciudadela. Nada resistía nuestro asalto sangriento; no pedíamos ni dábamos cuartel. Nos reuníamos nadando en sangre, reunión sangrienta y glauca en la noche con todas las estrellas extinguidas, salvo la estrella fija que pendía como un cuero cabelludo por encima del agujero del techo. Si había tomado la dosis adecuada de coca, lo vomitaba como un oráculo, todo lo que le había ocurrido durante el día, ayer, anteayer, el año antepasado, todo, hasta el día en que nació. Y ni una palabra era cierta, ni un solo detalle. No se detenía ni un momento, pues si lo hubiera hecho, el vacío que creaba su arranque habría provocado una explosión capaz de partir el mundo en dos. Era la máquina de mentir del mundo en microcosmos, engranada al mismo miedo inacabable y devastador que permite a los hombres emplear todas sus energías en la creación del aparato de la muerte. Al mirarla, hubiera uno pensado que era valiente y lo era, con tal de que no se viera obligada a volver sobre sus pasos. Tras ella quedaba el hecho sereno de la realidad, un coloso que seguía todos sus pasos. Cada día esa realidad colosal adquiría nuevas proporciones, cada día más aterradora, más paralizadora. Cada día tenían que crecerle alas más rápidas, garras más afiladas, ojos hipnóticos. Era una carrera hasta los límites extremos del mundo, una carrera perdida desde la salida, y sin nada que pudiera detenerla. En el borde del vacío se hallaba la Verdad, lista para recobrar el terreno perdido de un barrido rápido como un relámpago. Era tan simple y tan evidente, que la ponía frenética. Aunque pusiera en formación mil personalidades, requisase los cañones más grandes, engañara a las mentes más dotadas, diese el rodeo más largo... aun así, el final sería la derrota. En el encuentro final todo estaba destinado a desbaratarse: la astucia, la habilidad, el poder, todo. Iba a ser un grano de arena en la playa del mayor océano, y, peor aún, iba a parecerse a todos y cada uno de los demás granos de arena de esa playa del océano. Iba a verse condenada a reconocer en todas partes su yo excepcional hasta el fin de los tiempos. ¡Qué destino había escogido! ¡Que su singularidad quedara sumergida en lo universal! ¡Que su poder quedase reducido al grado máximo de pasividad! Era enloquecedor, alucinante. ¡No podía ser! ¡No debía ser! ¡Adelante! Como las legiones negras. ¡Adelante! Por todos los grados del círculo que cada vez se ensanchaba más. Adelante y lejos del yo, hasta que la última partícula sustancial del alma se extendiera hasta el infinito. En su huida despavorida parecía llevar el mundo entero en su matriz. Nos veíamos expulsados de los confines del universo hacia una nebulosa que ningún instrumento podía concebir. Nos veíamos precipitados a un reposo tan tranquilo, tan prolongado, que en comparación la muerte parecía una francachela de brujas locas.</div>
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Por la mañana, contemplando el exangüe cráter de su cara. ¡Ni una línea en él, ni una arruga, ni una sola tacha! La expresión de un ángel en los brazos del Creador. ¿Quién mató a Cock Robín? ¿Quién hizo una carnicería con los iroqueses? Yo, no, podía decir mi encantador ángel, y por Dios, ¿quién podía contradecirle, al contemplar aquella cara pura e inocente? ¿Quién podía ver en aquel sueño de inocencia que la mitad de la cara pertenecía a Dios y la otra mitad a Satán? La máscara era lisa como la muerte, fresca, deliciosa al tacto, pálida, cérea, como un pétalo abierto con la más ligera brisa. Era tan seductoramente atractiva y cándida, que podía uno ahogarse en ella, bajar a ella, con el cuerpo y todo, como un buzo, y no regresar nunca más. Hasta que no se abrían los ojos al mundo, seguía así, completamente extinguida y brillante con una luz reflejada, como la propia luna. En su trance de inocencia, semejante a la muerte, fascinaba todavía más; sus delitos se disolvían, rezumaban por los poros, permanecía enroscada como una serpiente dormida clavada a la tierra. El cuerpo, fuerte, ágil, musculoso, parecía poseído por un peso no natural; tenía una gravedad más que humana, la gravedad, casi podríamos decir, de un cadáver caliente. Era como podría uno imaginar que debió de haber sido la bella Nefertiti después de los primeros mil años de momificación, una maravilla de perfección mortuoria, un sueño de la carne preservado de la descomposición mortal. Yacía enroscada en la base de una pirámide hueca, conservada en el vacío de su propia creación como una reliquia sagrada del pasado. Su sopor era tan profundo, que hasta su respiración parecía haberse detenido. Había descendido por debajo de la esfera humana, por debajo de la esfera animal, por debajo incluso de la esfera vegetativa: se había hundido hasta el nivel del mundo animal donde la animación está apenas a un paso de la muerte. Había llegado a dominar hasta tal punto el arte de la superchería, que hasta el sueño era capaz de traicionarla. Había aprendido a no dormir: cuando se enroscaba en el sueño, desconectaba la corriente automáticamente. Si hubiera podido uno sorprenderla así y abrirle el cráneo, lo habría encontrado absolutamente vacío. No guardaba secretos inquietantes; todo lo que podía matarse estaba muerto. Podría seguir viviendo infinitamente, como la Luna, como cualquier planeta muerto, irradiando una refulgencia hipnótica, creando olas de pasión, sumiendo el mundo en la locura, decolorando todas las sustancias terrestres con sus rayos magnéticos, metálicos. Al sembrar su propia muerte, volvía febriles a todos los que la rodeaban. En la horrible quietud de su sueño, renovaba su propia muerte magnética mediante la unión con el frío magma de los mundos planetarios sin vida. Estaba mágicamente intacta. Su mirada caía sobre uno con una fijeza penetrante: era la mirada de la luna a través de la cual el dragón muerto de la vida despedía un fuego frío. Uno de los ojos era castaño cálido, el color de una hoja en otoño; el otro era de color avellana, el ojo magnético que hacía oscilar la aguja de una brújula. Incluso en el sueño ese ojo seguía oscilando bajo la persiana del párpado; era el único signo aparente de vida en ella.</div>
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En el momento en que abría los ojos, estaba completamente despierta. Se despertaba con un violento sobresalto, como si el espectáculo del mundo y de sus accesorios humanos fuera una conmoción. Al instante, estaba en plena actividad, moviéndose de un lado para otro como un gran tifón. ¡Lo que le molestaba era la luz! Se despertaba maldiciendo el sol, maldiciendo el resplandor de la realidad. Había que dejar a oscuras la habitación, encender las velas, cerrar las ventanas herméticamente para impedir que llegara a penetrar en la habitación el ruido de la calle. Se movía de un lado para otro desnuda con un cigarrillo colgando de la comisura de los labios. Su tocado era motivo de gran preocupación; tenía que ocuparse de mil detalles insignificantes antes de ponerse siquiera una bata de baño. Era como un atleta preparándose para el gran acontecimiento del día. Desde las raíces del pelo, que estudiaba con profunda atención, hasta la forma y tamaño de las uñas de los pies, inspeccionaba minuciosamente todas las partes de su anatomía antes de sentarse a desayunar. Decía que era como un atleta, pero en realidad era más como un mecánico examinando detenidamente un avión veloz para un vuelo de prueba. Una vez que se ponía el vestido, estaba lanzada para la jornada, para el vuelo que podía acabar tal vez en Irkutsk o en Teherán. En el desayuno tomaba suficiente combustible para que le durara todo el viaje. El desayuno era una sesión prolongada: era la única ceremonia del día en la que se demoraba y perdía el tiempo. De hecho, era exasperantemente prolongada. Se preguntaba uno si llegaría a despegar, si no habría olvidado la gran misión que había jurado cumplir cada día. Quizás estuviera soñando con su itinerario, o tal vez no estaba soñando en absoluto sino simplemente dando tiempo para procesos funcionales de su maravillosa máquina, de modo que, una vez lanzada, no hubiese que dar la vuelta. A esa hora del día estaba muy serena y dueña de sí misma; era como una gran ave del aire parada en un risco de una montaña, reconociendo soñadoramente el terreno que quedaba abajo. No era de la mesa del desayuno de donde iba a lanzarse de repente y a bajar en picado para caer sobre su presa. No, desde la percha de por la mañana temprano despegaba lenta y majestuosamente, sincronizando todos y cada uno de sus movimientos con el ritmo del motor. Todo el espacio quedaba debajo de ella, y sólo el capricho le imponía la dirección. Era casi la imagen de la libertad, de no haber sido por el peso saturnal de su cuerpo y la envergadura anormal de sus alas. Por equilibrada que pareciese, sobre todo en el despegue, uno sentía el terror que motivaba el vuelo diario. Obedecía a su destino y a la vez anhelaba desesperadamente superarlo. Cada mañana se elevaba a las alturas desde su percha, como desde un pico del Himalaya; siempre parecía dirigir su vuelo hacia una región inexplorada en la que, de salir todo bien, desaparecería para siempre. Cada mañana parecía llevarse a las alturas esa desesperada esperanza del último instante; se marchaba con dignidad tranquila y grave, como algo que estuviera a punto de bajar a la tumba. Ni una sola vez daba vueltas en torno a la pista de salida; ni una sola vez lanzaba una mirada hacia aquellos a los que estaba abandonando. Como tampoco dejaba el más leve rastro de personalidad tras sí; se lanzaba al aire con todas sus pertenencias, con el menor vestigio que pudiera atestiguar el hecho de su existencia. Ni siquiera dejaba tras sí el aliento de su suspiro, ni siquiera la uña de un pie. Una salida sin tacha como la que podría hacer el propio Diablo por razones personales. Te quedabas con un gran vacío en las manos. Te quedabas abandonado, y no sólo abandonado, sino también traicionado, traicionado de forma inhumana. No sentías deseo de detenerla ni de gritarle que volviera; te quedabas con una maldición en los labios, con un odio negro que oscurecía el día entero. Más tarde, yendo de un lado para otro por la ciudad, moviéndote con la lentitud de los peatones, arrastrándote como el gusano, recogías rumores de su espectacular vuelo; la habían visto doblando determinado promontorio, había descendido aquí o allá por razones que nadie sabía, en otro punto había virado en redondo; había pasado como un cometa, había escrito cartas de humo en el cielo, etc., etc. Todo lo que había hecho era enigmático y exasperante, aparentemente sin objeto. Era como un comentario simbólico e irónico sobre la vida humana, sobre el comportamiento de la criatura humana semejante a una hormiga, visto desde otra dimensión.</div>
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Entre el momento en que despegaba y el momento en que regresaba yo hacía la vida de un esquizerino de pura raza. No era una eternidad la que transcurría, porque de algún modo la eternidad tiene que ver con la paz y la victoria, es algo hecho por el hombre, algo ganado: no, pasaba por un entreacto en que cada cabello se vuelve blanco hasta las raíces, en que cada milímetro de piel pica y abrasa hasta que el cuerpo entero se convierte en una herida supurante. Me veo sentado ante una mesa en la oscuridad, con las manos y los pies volviéndose enormes, como si estuviera apoderándose de mí una elefantiasis galopante. Oigo la sangre precipitarse al cerebro y golpear los tímpanos como diablos himalayos con almádenas; le oigo batir sus enormes alas, incluso en Irkutsk, y sé que sigue avanzando y avanzando, cada vez más lejos, hasta quedar fuera de alcance. La habitación está tan silenciosa y yo estoy tan espantosamente vacío, que doy gritos y alaridos para hacer un poco de ruido, un poco de sonido humano. Intento levantarme de la mesa, pero tengo los pies demasiado pesados y las manos se han vuelto como los pies informes del rinoceronte. Cuanto más pesado se vuelve mi cuerpo, más ligera la atmósfera de la habitación; voy a estirarme y estirarme hasta llenar la habitación con una masa sólida de jalea compacta. Voy a llenar hasta las grietas de la pared; voy a crecer y a atravesar la pared como una planta parásita, estirándome y estirándome hasta que la casa entera sea una masa indescriptible de carne y cabello y uñas. Sé que eso es la muerte, pero me veo impotente para acabar con ese conocimiento... o con el conocedor. Alguna partícula diminuta de mí está viva, alguna pizca de conciencia persiste, y, a medida que se dilata el armazón interior, ese parpadeo de vida se vuelve cada vez más intenso y fulgura dentro de mí como el frío fuego de una gema. Ilumina toda la viscosa masa de pulpa, de modo que soy como un buzo con una linterna en el cuerpo de un monstruo marino muerto. Gracias a un ligero filamento oculto sigo conectado con la vida que hay por encima de la superficie de la sima, pero está tan lejos el mundo de arriba, y el peso del cadáver es tan grande, que, aunque fuera posible, se tardarían años en llegar a la superficie. Me muevo alrededor de mi propio cuerpo muerto, explorando todos los escondrijos y hendiduras de esa enorme masa informe. Es una exploración interminable, pues con el crecimiento incesante toda la topografía cambia, deslizándose y yendo a la deriva como el caliente magma de la tierra. Ni por un minuto hay tierra firme, ni por un minuto permanece nada quieto y reconocible: es un crecimiento sin hitos, un viaje en que el destino cambia con el menor movimiento o temblor. Ese interminable llenado del espacio es lo que elimina cualquier sensación de espacio o de tiempo; cuanto más se dilata el cuerpo, más diminuto se vuelve el mundo, hasta que al final siento que todo está concentrado en la cabeza, de un alfiler. A pesar del forcejeo de la enorme masa muerta en que me he convertido, siento que lo que la sostiene, el mundo del que crece, no es mayor que una cabeza de alfiler. En medio de la corrupción, en el corazón y en las entrañas de la muerte, por decirlo así, siento la semilla, la palanca milagrosa, infinitesimal, que equilibra el mundo. He esparcido el mundo como un jarabe y su vacuidad es aterradora, pero no se puede desalojar la semilla; la semilla se ha convertido en un pequeño nudo de fuego frío que ruge como un sol en el enorme hueco del armazón inerte.</div>
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Cuando la gran ave de rapiña regrese exhausta de su vuelo, me encontrará aquí en medio de mi nada, a mí, el esquizerino imperecedero, una semilla llameante oculta en el corazón de la muerte. Cada día cree encontrar otro medio de subsistencia, pero no existe, sólo esta eterna semilla de luz que al morir cada día vuelvo a descubrir para ella. ¡Vuela, oh, ave devoradora! ¡Vuela hasta los límites del universo! ¡Aquí está tu alimento resplandeciendo en el repugnante vacío que has creado! Regresarás para perecer una vez más en el negro agujero; regresarás una y otra vez, pues no tienes alas que puedan llevarte fuera del mundo. Este es el único mundo en que puedes vivir, esta tumba de la culebra en que reina la obscuridad. </div>
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<br /></div>
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— Henry Miller, <i>Trópico de Capricornio</i>, trad. Carlos Manzano (México: Punto de lectura, 2011) 292- 311 pp. </div>
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Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-77921516076891514752015-03-28T04:00:00.000-07:002015-03-28T04:00:04.934-07:00EL OTRO YO. Ray Bradbury<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjQjtR0lF6VR0gqYzaGcjk3Le8R0As4fCACxRDvN_QZM1oxycIRatD3eDiiy_kL0C4ptk9ZJpv_JmwLDCN7Ah3L7kLTU5URixAqZnbapFA49R1msLjUN73BNWNh2kQok_sao1QR_FATP7Hn/s1600/shadow-2%5B1%5D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjQjtR0lF6VR0gqYzaGcjk3Le8R0As4fCACxRDvN_QZM1oxycIRatD3eDiiy_kL0C4ptk9ZJpv_JmwLDCN7Ah3L7kLTU5URixAqZnbapFA49R1msLjUN73BNWNh2kQok_sao1QR_FATP7Hn/s1600/shadow-2%5B1%5D.jpg" height="266" width="400" /></a></div>
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<br /></div>
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No escribo yo...</div>
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el otro que hay en mí</div>
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pide aflorar constantemente.</div>
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Mas si me apresuro a volverme y mirarlo</div>
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él vuelve a escabullirse al momento</div>
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y al lugar en donde estaba antes</div>
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pues sin saberlo entorné la puerta</div>
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y lo dejé salir.</div>
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A veces un grito encendido lo llama;</div>
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comprende que lo necesito,</div>
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y yo tambien. Su tarea</div>
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será decirme quién soy bajo la máscara.</div>
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Él es Fantasma, yo fachada</div>
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que oculta la ópera que él escribe con Dios,</div>
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en tanto yo, ciego del todo,</div>
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espero impávido a que su mente</div>
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se me deslice brazo abajo, por</div>
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la muñeca, hasta la mano</div>
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y las puntas de los dedos</div>
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y furtiva encuentre</div>
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esas verdades que caen de las lenguas</div>
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con sonido quemante,</div>
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todo surgido de una sangre secreta</div>
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y alma secreta de secreto suelo.</div>
<div>
Con alegría</div>
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él se asoma a escribir, y luego corre</div>
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a esconderse una semana</div>
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hasta que reanuda el juego</div>
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en el cual yo finjo, diligente,</div>
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que no es mi propósito tentarlo.</div>
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Pero lo tiento,</div>
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mientras simulo mirar hacia otro lado,</div>
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para que no se esconda todo el día.</div>
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Echo a correr e inicio un juego simple</div>
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un salto distraído.</div>
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¿Cuál convoca del sueño</div>
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la bestia que brilla y acecha?</div>
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¿De quién las reservas y el coto de caza?</div>
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De mi aliento, mi sangre,</div>
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mis nervios.</div>
<div>
Pero ¿qué lugar de esa materia</div>
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habita él?</div>
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¿Dónde está su madriguera?</div>
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¿Tras esta oreja de goma?</div>
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¿Tras esa oreja de grasa?</div>
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¿Dónde cuelga el sombrero</div>
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el joven descarriado?</div>
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No hay caso. Ermitaño nació</div>
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y vive recluido.</div>
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Nada que hacer sino</div>
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seguir sus triquiñuelas</div>
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dejar que corra y cosechar la fama.</div>
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En la cual yo pongo el nombre</div>
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a una materia que le he birlado,</div>
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y todo porque le atraje</div>
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con dulces aromas creativos.</div>
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¿Escribió R.B. ese poema,</div>
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ese diálogo, esa línea?</div>
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No: el simio interior, invisible,</div>
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fue quien lo instruyó.</div>
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Vestido con mi carne,</div>
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su alcance es misterioso.</div>
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No digan mi nombre.</div>
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Elogien a ese otro. </div>
<div>
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
— Ray Bradbury, <i>Zen en el arte de escribir</i>, trad. Marcelo Cohen (Barcelona: Ediciones Minotauro, 1995) 133-134 pp. </div>
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<br /></div>
Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-81337577344848439762015-03-27T03:30:00.000-07:002015-03-27T03:30:02.519-07:00CAÑAVERAL DE PALABRAS. Julio Cortázar<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEifiODSNHI9CvBnNu5Cti0KTcftDIZB7OcPUZtm_tH5ajE0819-f5VkQSAvAFCu3pW7QCRykmWE_00gKZIx7Rra_SP4Z7MNG8yus8vyvcS0fdoLk3wHQQeYKjw9aQ00O31rf3uhZbc6Qyqo/s1600/Nia1%5B1%5D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEifiODSNHI9CvBnNu5Cti0KTcftDIZB7OcPUZtm_tH5ajE0819-f5VkQSAvAFCu3pW7QCRykmWE_00gKZIx7Rra_SP4Z7MNG8yus8vyvcS0fdoLk3wHQQeYKjw9aQ00O31rf3uhZbc6Qyqo/s1600/Nia1%5B1%5D.jpg" height="143" width="400" /></a></div>
<br />
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A todo el mundo le pasa igual, la estatua de Jano es un despilfarro inútil, en realidad después de los cuarenta años la verdadera cara la tenemos en la nuca, mirando desesperadamente para atrás. Es lo que se llama propiamente un lugar común. Nada que hacerle, hay que decirlo así, con las palabras que tuercen de aburrimiento los labios de los adolescentes unirrostros. Rodeado de chicos con tricotas y muchachas deliciosamente mugrientas bajo el vapor de los cafés crème de Saint-Germain-des-Prés, que leen a Durrell, a Beauvoir, a Duras, a Douassot, a Queneau, a Sarraute, estoy yo un argentino afrancesado (horror horror), ya fuera de la moda adolescente, del cool, con en las manos anacrónicamente Etes-vous</div>
<div style="text-align: justify;">
fous? de René Crevel, con en la memoria todo el surrealismo, con en la pelvis el signo de Antonin Artaud, con en las orejas las Ionisations de Edgar Varèse, con en los ojos Picasso (pero parece que yo soy un Mondrian, me lo han dicho).</div>
<div style="text-align: justify;">
—Tu sèmes des syllabes pour réeolter des étoiles —me toma el pelo Crevel.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Se va haciendo lo que se puede —le contesto.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Y esa fémina, n’ arrétera-t-elle donc pas de secouer l’arbre à sanglots?</div>
<div style="text-align: justify;">
—Sos injusto —le digo—. Apenas llora, apenas se queja.</div>
<div style="text-align: justify;">
Es triste llegar a un momento de la vida en que es más fácil abrir un libro en la página 96 y dialogar con su autor, de café a tumba, de aburrido a suicida, mientras en las mesas de al lado se habla de Argelia, de Adenauer, de Mijanou Bardot, de Guy Trébert, de Sidney Bechet, de Michel Butor, de Nabokov, de Zao- Wu-Ki, de Louison Bobet, y en mi país los muchachos hablan, ¿de qué hablan los muchachos en mi país? No lo sé ya, ando tan lejos, pero ya no hablan de Spilimbergo, no hablan de Justo Suárez, no hablan del Tiburón de Quillá, no hablan de Bonini, no hablan de Leguisamo. Como es natural. La joroba está en que la naturalidad y la realidad se vuelven no se sabe por qué enemigas, hay una hora en que lo natural suena espantosamente a falso, en que la realidad de los veinte años se codea con la realidad de los cuarenta y en cada codo hay una gillete tajeándonos el saco. Descubro nuevos mundos simultáneos y ajenos, cada vez sospecho más que estar de acuerdo es la peor de las ilusiones. ¿Por qué esta sed de ubicuidad, por qué esta lucha contra el tiempo? También yo leo a Sarraute y miro la foto de Guy Trébert esposado, pero son cosas que me ocurren, mientras que si soy yo el que decide, casi siempre es hacia atrás. Mi mano tantea en la biblioteca, saca a Crevel, saca a Roberto Arlt, saca a Jarry. Me apasiona el hoy pero siempre desde el ayer (¿me hapasiona, dije?), y es así como a mi edad el pasado se vuelve presente y el presente es un extraño y confuso futuro donde chicos con tricotas y muchachas de pelo suelto beben sus cafés crème y se acarician con una lenta gracia de gatos o de plantas.</div>
<div style="text-align: justify;">
Hay que luchar contra eso.</div>
<div style="text-align: justify;">
Hay que reinstalarse en el presente.</div>
<div style="text-align: justify;">
Parece que yo soy un Mondrian, ergo...</div>
<div style="text-align: justify;">
Pero Mondrian pintaba su presente hace cuarenta años.</div>
<div style="text-align: justify;">
(Una foto de Mondrian, igualito a un director de orquesta típica (( ¡Julio de</div>
<div style="text-align: justify;">
Caro, ecco!)), con lentes y el pelo planchado y cuello duro, un aire de hortera</div>
<div style="text-align: justify;">
abominable, bailando con una piba diquera. ¿Qué clase de presente sentía</div>
<div style="text-align: justify;">
Mondrian mientras bailaba? Esas telas suyas, esa foto suya... Habismos.)</div>
<div style="text-align: justify;">
Estás viejo, Horacio. Quinto Horacio Oliveira, estás viejo, Flaco. Estás flaco y</div>
<div style="text-align: justify;">
viejo, Oliveira.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Il verse son vitriol entre les euisses des faubourgs —se mofa Crevel.</div>
<div style="text-align: justify;">
¿Qué le voy a hacer? En mitad del gran desorden me sigo creyendo veleta, al final de tanta vuelta hay que señalar un norte, un sur. Decir de alguien que es un veleta prueba poca imaginación: se ven las vueltas pero no la intención, la punta de la flecha que busca hincarse y permanecer en el río del viento.</div>
<div style="text-align: justify;">
Hay ríos metafísicos. Sí, querida, claro. Y vos estarás cuidando a tu hijo, llorando de a ratos, y aquí ya es otro día y un sol amarillo que no calienta. J’habite à Saint-Germain-des-Prés, et chaque soir j’ai rendez-vous avec Verlaine. / Ce gros pierrot n à pas changé, et pour courir le guilledou... Por veinte francos en la ranura Leo Ferré te canta sus amores, o Gilbert Bécaud, o Guy Béart. Allá en mi tierra: Si quiere ver la vida color de rosa/ Eche veinte centavos en la ranura... A lo mejor encendiste la radio (el alquiler vence el lunes que viene, tendré que avisarte) y escuchas música de cámara, probablemente Mozart, o has puesto un disco muy bajo para no despertar a Rocamadour. Y me parece que no te das demasiado cuenta de que Rocamadour está muy enfermo, terriblemente débil y enfermo, y que lo cuidarían mejor en el hospital. Pero ya no te puedo hablar de esas cosas, digamos que todo se acabó y que yo ando por ahí vagando, dando vueltas, buscando el norte, el sur, si es que lo busco. Si es que lo busco. Pero si no los buscara, ¿qué es esto? Oh mi amor, te extraño, me dolés en la piel, en la garganta, cada vez que respiro es como si el vacío me entrara en el pecho donde ya no estás.</div>
<div style="text-align: justify;">
—Toi —dice Crevel— toujours prèt à grimper les cinq étages des pythonisses</div>
<div style="text-align: justify;">
faubouriennes, qui ouvrent grandes les portes du futur...</div>
<div style="text-align: justify;">
Y por qué no, por qué no había de buscar a la Maga, tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y oliva que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, nos íbamos por ahí a la caza de sombras, a comer papas fritas al Faubourg St. Denis, a besarnos junto a las barcazas del canal Saint-Martin. Con ella yo sentía crecer un aire nuevo, los signos fabulosos del atardecer o esa manera como las cosas se dibujaban cuando estábamos juntos y en las rejas de la Cour de Rohan los vagabundos se alzaban al reino medroso y alunado de los testigos y los jueces... Por qué no había de amar a la Maga y poseerla bajo decenas de cielos rasos a seiscientos francos, en camas con cobertores deshilachados y rancios, si en esa vertiginosa rayuela, en esa carrera de embolsados yo me reconocía y me nombraba, por fin y hasta cuándo salido del tiempo y sus jaulas con monos y etiquetas, de sus vitrinas Omega Electron Girard Perregaud Vacheron & Constantin marcando las horas y los minutos de las sacrosantas obligaciones castradoras, en un aire donde las últimas ataduras iban cayendo y el placer era espejo de reconciliación, espejo para alondras pero espejo, algo como un sacramento de ser a ser, danza en torno al arca, avance del sueño boca contra boca, a veces sin desligarnos, los sexos unidos y tibios, los brazos como guías vegetales, las manos acariciando aplicadamente un muslo, un cuello...</div>
<div style="text-align: justify;">
—Tu t’accroches à des histories —dice Crevel—. Tu étreins des mots...</div>
<div style="text-align: justify;">
—No, viejo, eso se hace más bien del otro lado del mar, que no conocés. Hace rato que no me acuesto con las palabras. Las sigo usando, como vos y como todos, pero las cepillo muchísimo antes de ponérmelas.</div>
<div style="text-align: justify;">
Crevel desconfía y lo comprendo. Entre la Maga y yo crece un cañaveral de palabras, apenas nos separan unas horas y unas cuadras y ya mi pena se llama pena, mi amor se llama mi amor... Cada vez iré sintiendo menos y recordando más, pero qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos, un diccionario de caras y días y perfumes que vuelven como los verbos y los adjetivos en el discurso, adelantándose solapados a la cosa en sí, al presente puro, entristeciéndonos o aleccionándonos vicariamente hasta que el propio ser se vuelve vicario, la cara que mira hacia atrás abre grandes los ojos, la verdadera cara se borra poco a poco como en las viejas fotos y Jano es de golpe cualquiera de nosotros. Todo esto se lo voy diciendo a Crevel pero es con la Maga que hablo, ahora que estamos tan lejos. Y no le hablo con las palabras que sólo han servido para no entendernos, ahora que ya es tarde empiezo a elegir otras, las de ella, las envueltas en eso que ella comprende y que no tiene nombre, auras y tensiones que crispan el aire entre dos cuerpos o llenan de polvo de oro una habitación o un verso. ¿Pero no hemos vivido así todo el tiempo, lacerándonos dulcemente? No, no hemos vivido así, ella hubiera querido pero una vez más yo volví a sentar el falso orden que disimula el caos, a fingir qué me entregaba a una vida profunda de la que sólo tocaba el agua terrible con la punta del pie. Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impulso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina. No necesita saber como yo, puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden que es su orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y el alma que le abre de par en par las verdaderas puertas. Su vida no es desorden más que para mí, enterrado en prejuicios que desprecio y respeto al mismo tiempo. Yo, condenado a ser absuelto irremediablemente por la Maga que me juzga sin saberlo. Ah, dejame entrar, dejame ver algún día como ven tus ojos.</div>
<div style="text-align: justify;">
Inútil. Condenado a ser absuelto. Vuélvase a casa y lea a Spinoza. La Maga no sabe quién es Spinoza. La Maga lee interminables novelas de rusos y alemanes y Pérez Galdós y las olvida en seguida. Nunca sospechará que me condena a leer a Spinoza. Juez inaudito, juez por sus manos, por su carrera en plena calle, juez por sólo mirarme y dejarme desnudo, juez por tonta e infeliz y desconcertada y roma y menos que nada. Por todo eso que sé desde mi amargo saber, con mi podrido rasero de universitario y hombre esclarecido, por todo eso, juez. Dejate caer, golondrina, con esas filosas tijeras que recortan el cielo de Saint-Germaindes- Prés, arrancá estos ojos que miran sin ver, estoy condenado sin apelación, pronto a ese cadalso azul al que me izan las manos de la mujer cuidando a su hijo, pronto la pena, pronto el orden mentido de estar solo y recobrar la suficiencia, la egociencia, la conciencia. Y con tanta ciencia una inútil ansia de tener lástima de algo, de que llueva aquí dentro, de que por fin empiece a llover, a oler a tierra, a cosas vivas, sí, por fin a cosas vivas. </div>
<br />
<div style="text-align: right;">
— Julio Cortázar, <i>Rayuela</i> (México: Alfaguara, 2013), 108- 112 pp. </div>
<div>
<br /></div>
Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-58330344860076741992015-03-20T04:00:00.000-07:002015-03-20T04:00:10.935-07:00EL PROFESOR NIHILISTA. G. K. Chesterton<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjlzbHARvlsxro3AZPniudH-LQ49O0XEy4dR6MZDTB0wAaCt2cHRLTBRlygRO0h87tLKP5YzWA5pDuS4Cqu0roY5b3WF0bAW_1Nhb2VJkhm4bhM-1olAf5O5N_5X7fjt3KtsfuyFfMUsViE/s1600/407324418_285%5B1%5D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjlzbHARvlsxro3AZPniudH-LQ49O0XEy4dR6MZDTB0wAaCt2cHRLTBRlygRO0h87tLKP5YzWA5pDuS4Cqu0roY5b3WF0bAW_1Nhb2VJkhm4bhM-1olAf5O5N_5X7fjt3KtsfuyFfMUsViE/s1600/407324418_285%5B1%5D.jpg" height="320" width="288" /></a></div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
"Soy actor de profesión. Me llamo Wilks. Cuando trabajaba en el teatro, frecuentaba a toda clase de picaros y bohemios. Ya me codeaba con la canalla del hipódromo, ya con la gentuza del arte; y ocasionalmente, un día, en cierta guarida de soñadores desterrados, me presentaron al Profesor de Worms, célebre filósofo nihilista alemán. Nada extraordinario advertí en él. Le estudié cuidadosamente. Me dijeron que aquel hombre había demostrado que Dios es el principio destructor del universo. De aquí infería él la necesidad de una energía furiosa e incesante encaminada a aniquilarlo todo. La energía era para él el todo. El pobre hombre estaba lisiado, miope, semiparalítico. Yo tenía un humor ligero; el tipo me desagradó: me puse a imitarlo por burla. De haber sido dibujante, hubiera sacado su caricatura; como yo era actor, me puse a representar su caricatura. En mi disfraz procuré exagerar los rasgos repulsivos del personaje. Al entrar en la sala donde acostumbraban reunirse sus admiradores, yo esperaba ser recibido o entre carcajadas o, si el ánimo general no estaba para ello, con manifestaciones de indignación e insultos. Pero ¡cuál sería mi sorpresa cuando voy viendo que me acogen con un respetuoso silencio, seguido, en cuanto abrí los labios, por un murmullo de admiración! De puro sutil, me había quebrado; resultaba yo más verdadero de lo que me figuraba.</div>
<div style="text-align: justify;">
"En suma, que me tomaron por el legítimo y célebre profesor nihilista. Yo era entonces un muchacho de espíritu equilibrado, y aquello fue para mí un golpe terrible. Antes que hubiera podido recobrarme, dos o tres de "mis" admiradores se me acercaron llenos de indignación, y me dijeron que en el cuarto de al lado era yo víctima de un insulto público. Pregunté qué pasaba. Me dijeron que un impertinente se había atrevido a vestirse como yo, e intentaba parodiarme ridículamente. Por desgracia yo había bebido más champaña de lo que me hubiera convenido y, en un rapto de locura, decidí afrontar la situación. El verdadero Profesor, al entrar, fue recibido por la mirada furiosa de la compañía y mi adusto ceño glacial.</div>
<div style="text-align: justify;">
"Inútil decir que hubo un choque. En vano los atribulados pesimistas se preguntaban cuál de los dos profesores parecía realmente más viejo. Yo gané al fin. Un pobre viejo valetudinario como mi rival no podía dar una impresión de caducidad tan completa como un actor joven en la primavera de la vida. Ya comprende usted: él era realmente paralítico y, llevando esta ventaja, no podía representar la parálisis tan bien como yo. Entonces intentó derrotarme intelectualmente. Pero yo le opuse una táctica muy sencilla: cada vez que él decía algo que sólo él podía entender, yo contestaba algo que ni yo mismo entendía. Él decía, por ejemplo:</div>
<div style="text-align: justify;">
"—No creo que usted trate de aplicar el principio de que la evolución sólo es negación, puesto que ello implica ciertas lagunas que son esenciales de diferenciación.</div>
<div style="text-align: justify;">
"A lo cual replicaba yo desdeñosamente:</div>
<div style="text-align: justify;">
"—Eso lo ha leído usted en Pinckwerts; la noción de la involución como función eugenética la expuso hace ya mucho tiempo Glumpe.</div>
<div style="text-align: justify;">
"Huelga decir que los tales Pinckwerts y Glumpe no existen. Pero, con gran sorpresa mía, el auditorio parecía recordarlos perfectamente. Y el Profesor, viendo que el método culto y misterioso no le servía de nada ante un enemigo poco escrupuloso, se dedicó a atacarme con ingeniosidades de género más popular.</div>
<div style="text-align: justify;">
"—Ya veo —dijo con sorna— que usted ha triunfado nomo el falso cerdo de Esopo.</div>
<div style="text-align: justify;">
"—Y usted —contesté sonriendo— pierde como el erizo de Montaigne.</div>
<div style="text-align: justify;">
"Ignoro si habrá tal erizo en Montaigne.</div>
<div style="text-align: justify;">
"—Ya va usted perdiendo recursos —dijo él— y lo mismo perderá las barbas.</div>
<div style="text-align: justify;">
"A esto que, además de ser verdadero, era ingenioso, no encontré respuesta inteligente. Solté la risa y dije al azar:</div>
<div style="text-align: justify;">
"—Sí, como las botas del panteísta.</div>
<div style="text-align: justify;">
"Y di media vuelta afectando un aire de triunfo. El verdadero Profesor fue expulsado, aunque sin violencia, salvo que uno de los presentes insistía en pellizcarle las narices a toda conciencia. A estas horas en toda Europa lo reciben como a un delicioso impostor. Y su ira y sus protestas de sinceridad lo hacen, como usted comprende, más ridículo todavía." 109-112</div>
<br />
<div style="text-align: right;">
— G. K. Chesterton, <i>El hombre que fue jueves</i>, trad. Alfonso Reyes (México: FCE, 2009), 109-112 pp.</div>
<div>
<br /></div>
Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-39751167922623567902015-03-14T04:00:00.000-07:002015-03-14T04:00:02.979-07:00PORCA PORNO POP. Willni Dávalos<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiV2Vd3Mg7OeqXphyZ3ApXjzjWOdiHmoQ3lf4jOpPApgkMdNakUjldifjRKE84fdkcTmR_43gzgQ45DT8VrMWhruaAlcwZw1zTuOVcKyXW00FiIj3EN0bbdAga2hiRb008IIoHUpF5PApTz/s1600/art-collage-map-matthew-cusick-mouth-favim-com1%5B1%5D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiV2Vd3Mg7OeqXphyZ3ApXjzjWOdiHmoQ3lf4jOpPApgkMdNakUjldifjRKE84fdkcTmR_43gzgQ45DT8VrMWhruaAlcwZw1zTuOVcKyXW00FiIj3EN0bbdAga2hiRb008IIoHUpF5PApTz/s1600/art-collage-map-matthew-cusick-mouth-favim-com1%5B1%5D.jpg" height="218" width="320" /></a></div>
<br />
Cuida tu boca<br />
más salvaje que un puñal,<br />
más peligrosa que una mano sin cerebro.<br />
Tu boca vagina de ángel,<br />
ano de Dios.<br />
<br />
Introduzco mis dedos<br />
y palpo babosa pulpa vibrante.<br />
Meto mi lengua<br />
y sacudo tu esófago de cavidad a cavidad.<br />
Encajo mi sexo,<br />
se asesinan lenguajes enteros.<br />
Sintaxis de la piel<br />
estercolero verbo: cachar,<br />
honor y yugo nuestro: amar.<br />
Ahora estoy en ti,<br />
soy un sexonauta en mi grandioso espacio negro.<br />
Y sí, eres mía. Te hago mía y no me importan<br />
los cacareos guaneros de las feministas.<br />
Esto se trata de posesión.<br />
Estamos poseídos por demonios de acalorados cachetes rojos.<br />
¡Miento!<br />
¡Lo somos!<br />
Ahora animales, ahora presos del desprecio a la libertad<br />
Tan rápido que el placer hiere.<br />
Y deseo verte llorar, y lloras y gritas<br />
(¿te burlas de mí?)<br />
y más fuerte, tapemos los oídos de este planeta,<br />
comienzo a darte golpes en la espalda,<br />
siento que la luna agarra al mar por el cogote,<br />
lo estrangula y le mete la lengua en el ojo.<br />
Viene la marea, todo se eleva. Tu risa líquida<br />
mancha el techo dejando diminutos puntos salados.<br />
Por un momento el infierno se congela,<br />
el Papa excrementa en la boca de una niña negra<br />
el Sol desata los mundos, la gravedad se reinicia<br />
todos los hombres se elevan<br />
gritando “¡MILAGRO!”<br />
<br />
Pero yo grito:<br />
<br />
¡TE AMO!<br />
<br />
<div style="text-align: right;">
— Willni Dávalos, <i>Ceros y cruces</i> (Perú: Pardiez Editores, 2008), 91-93 pp.</div>
Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-49727578627437037932015-03-13T04:00:00.000-07:002015-03-13T04:00:01.470-07:00LA MUCHACHA DEL PISO DE ARRIBA. Henry Miller<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiQVzja8pABZLbC1NrnUw1PbvAxax3u5_bjIwgAKvCxcioGwOzQnL5jhdS1-w-n_J4eGShbFtjOovSD7Lfq1d4sXPyCI3KG-My2E2QOru4KZ3LJg1NUJQDobUHW0hN7gQ-Raep7gefum8-Z/s1600/tumblr_mxpclxYU341qg205no1_500%5B1%5D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiQVzja8pABZLbC1NrnUw1PbvAxax3u5_bjIwgAKvCxcioGwOzQnL5jhdS1-w-n_J4eGShbFtjOovSD7Lfq1d4sXPyCI3KG-My2E2QOru4KZ3LJg1NUJQDobUHW0hN7gQ-Raep7gefum8-Z/s1600/tumblr_mxpclxYU341qg205no1_500%5B1%5D.jpg" height="400" width="285" /></a></div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
Por ejemplo, la muchacha del piso de arriba... solía bajar a veces, cuando mi mujer estaba dando un recital, para cuidar de la niña. Era una bobalicona tan evidente, que al principio no le presté la menor atención. Pero también tenía un coño, como las demás, una especie de personal coño impersonal del que tenía conciencia inconscientemente. Cuanto más frecuentemente bajaba, más conciencia tomaba a su modo inconsciente. Una noche, estando ella en el baño, después de que hubiera permanecido en él un rato sospechosamente largo, me dio en qué pensar. Decidí espiar por el ojo de la cerradura y ver por mí mismo qué pasaba. Mira por dónde, estaba delante del espejo acariciándose la almejita. Casi hablándole, estaba. Me excité tanto, que no supe qué hacer. Volví al salón, apagué la luz, y me tumbé en el sofá a esperar a que saliera. Mientras estaba tendido, seguía viendo aquel peludo coño suyo y los dedos que parecían rasguear sobre él. Me abrí la bragueta para permitir al canario estremecerse al fresco y a oscuras, intenté hipnotizarla desde el sofá, o, al menos, intenté dejar que mi canario la hipnotizara. «Ven aquí, zorra», decía una y otra vez para mis adentros, «ven aquí y úntame ese coño encima». Debió de captar el mensaje inmediatamente, pues en un santiamén ya había abierto la puerta y estaba buscando a tientas el sofá en la oscuridad. No dije ni palabra, ni hice el menor movimiento. Me limité a mantener la mente fija en su coño moviéndose silenciosamente en la oscuridad como un cangrejo. Por fin, llegó ante el sofá y allí se quedó de pie. Tampoco ella dijo ni palabra. Se limitó a permanecer allí de pie en silencio, y, cuando le deslicé la mano por las piernas, movió ligeramente un pie para abrirlas un poco más. Creo que en toda mi vida he puesto las manos sobre unas piernas más jugosas. Era como engrudo corriéndole piernas abajo, y, si hubiera tenido carteles a mano, habría podido pegar una docena o más. Unos momentos después, con la misma naturalidad que una vaca que baja la cabeza para pastar, se inclinó y se la metió en la boca. Yo tenía nada menos que cuatro dedos dentro de ella, con los que la estimulaba hasta hacer espuma. Tenía la boca llena hasta rebosar y el jugo le corría piernas abajo. Como digo, no pronunciamos ni palabra. Éramos un par de maníacos mudos trabajando sin parar en la oscuridad como sepultureros. Era un paraíso del follaje y yo lo sabía, y estaba dispuesto a joder hasta perder el juicio, si fuera necesario.</div>
<div style="text-align: justify;">
Probablemente fuese la mujer con la que mejores polvos he echado en mi vida. No abrió el pico ni una sola vez: ni aquella noche, ni la siguiente, ni ninguna. Bajaba así, sigilosamente, en la oscuridad, tan pronto como se olía que estaba solo, y me cubría completamente con el coño. Además, era un coño enorme, ahora que lo pienso de nuevo. Un laberinto oscuro y subterráneo, provisto de divanes y rincones acogedores y hojas de morera. Solía meterme en él como el gusano solitario y esconderme en una pequeña hendidura donde reinaba un silencio sepulcral; era tan apacible y tranquila, que me tendía como un delfín en un banco de ostras. Una ligera sacudida, y era como estar en el coche-cama leyendo un periódico o bien en un atolladero en el que había guijarros redondos y musgosos y puertecitas de mimbre que se abrían y cerraban automáticamente. A veces era como bajar por el tobogán, una profunda zambullida y después una rociada de hormigueantes cangrejos de mar, mientras los juncos se balanceaban febrilmente y las agallas de los pececillos me lamían como agujeros de armónica. En la inmensa gruta negra había un órgano de seda y jabón tocando una música rapaz y tenebrosa. Cuando se lanzaba a fondo, cuando soltaba todo el jugo, producía una púrpura violácea, un tinte morado intenso como el crepúsculo, un crepúsculo ventrílocuo como el que conocen las enanas y las cretinas, cuando menstrúan. Me hacía pensar en caníbales mascando flores, en bantúes enloquecidos, en unicornios salvajes apareados en camas de rododendros. Todo era anónimo y estaba sin formular. Fulano de Tal y su esposa Mengana de Tal: por encima de nosotros, los gasómetros y, por debajo, la vida marina. Como digo, de cintura para arriba, estaba chiflada. Sí, rematadamente loca, aunque todavía no de atar. Quizá por eso fuera su coño tan maravillosamente impersonal. Era un coño que destacaba de entre un millón, una auténtica perla de las Antillas, como la que Dick Osborn descubrió leyendo a Joseph Conrad. Se hallaba en el vasto Pacífico del sexo, un centelleante arrecife de madréporas humanas. Sólo un Osborn podría haberla descubierto, con la latitud y longitud de coño correctas. Encontrarla de día, verla enloquecer poco a poco, era como atrapar una comadreja a la caída de la noche. Lo único que tenía que hacer era tumbarme en la oscuridad con la bragueta abierta y esperar. Era como Ofelia resucitada de repente entre los cafres. No podía recordar ni una palabra de lengua alguna, sobre todo el inglés. Era una sordomuda que había perdido la memoria, y con ella el refrigerador, los rulos, las pinzas y el bolso. Estaba más desnuda incluso que un pez, exceptuando la mata de pelo entre las piernas. Y era más escurridiza incluso que un pez, pues, al fin y al cabo, un pez tiene escamas y ella no tenía. A veces no estaba claro si estaba yo dentro de ella o ella dentro de mí. Era la guerra declarada, el nuevo pancracio, en que cada uno de nosotros se mordía el culo propio. El amor entre los tritones y la compuerta abierta de par en par. Amor sin género y sin desinfectante. Amor en incubación, como el que practican los glotones de América más allá del lindero del bosque. A un lado, el Océano Ártico; al otro lado, el Golfo de México.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: right;">
— Henry Miller, <i>Trópico de Capricornio</i>, trad. Carlos Manzano (México: Punto de lectura, 2011) 227-230 pp.</div>
Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-731436884683114414.post-55633359117025844562015-03-07T04:00:00.000-08:002015-03-07T04:00:02.423-08:00HACER ES SER. Ray Bradbury<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhSKanIcNAwB-mjDacbM6LC8Zix6sJsz-TjxwZ1fNxJXzE3ag7CuTQEfWE_FWJKZkQum-zI1kZ25yuvEvD_WSEZuR4P-u172qc82PnmFamapchxkZL7UtH-s4Ajpo_rNHsAc0w3dRm6LM32/s1600/886077_505262212866141_32788424_o%5B1%5D.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhSKanIcNAwB-mjDacbM6LC8Zix6sJsz-TjxwZ1fNxJXzE3ag7CuTQEfWE_FWJKZkQum-zI1kZ25yuvEvD_WSEZuR4P-u172qc82PnmFamapchxkZL7UtH-s4Ajpo_rNHsAc0w3dRm6LM32/s1600/886077_505262212866141_32788424_o%5B1%5D.jpg" height="400" width="340" /></a></div>
<br />
Hacer es ser.<br />
Haber hecho no basta.<br />
Abarrotarse de hacer: ése es el juego.<br />
Nombrarse a cada hora por lo actuado,<br />
medir el tiempo en la hora del crepúsculo<br />
y descubrirse en actos<br />
imposibles de conocer antes que ocurra<br />
lo que has sonsacado a ese yo oculto<br />
que por su parte exige cortejeos,<br />
de modo que hacer es lo que alumbra;<br />
mata lá duda por el simple salto,<br />
el arrebato, la carrera<br />
en pos<br />
del yo re-descubierto.<br />
No hacer es morir,<br />
o haraganear entre las cosas<br />
que acaso se hagan algún día.<br />
¡Fuera con eso!<br />
El mañana estará vacío<br />
si nadie lo azuza hacia la vida<br />
con una movediza mirada.<br />
Que el cuerpo guíe a la mente<br />
y la sangre sea lazarillo.<br />
Y tú entrénate y ensaya<br />
para encontrar el universo<br />
del centro de tu alma<br />
sabiendo que ver y estar en movimiento<br />
-¡Hacer es ser!—<br />
da siempre resultado.<br />
<br />
<div style="text-align: right;">
— Ray Bradbury, <i>Zen en el arte de escribir</i>, trad. Marcelo Cohen (Barcelona: Ediciones Minotauro, 1995) 141 p.</div>
<div style="text-align: right;">
<br /></div>
Getzemaní Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/05125365817142240376noreply@blogger.com2