Acompáñese con vino.

Acompáñese con vino.
by Jonathan Wolstenholme

lunes, 30 de septiembre de 2013

TRES TEXTOS. Groucho Marx




Grouchismos

La revista Variety, que se hace llamar la Biblia del entretenimiento –en realidad es la Babel del entretenimiento o, si queremos hacer un chiste mortal, el Abel del entretenimiento–, publicó recientemente que las ganancias de Al Jolson por la película La historia de Al Jolson han llegado a sumar tres millones y medio de dólares, a pesar del hecho de que él no aparece en la película excepto por una escena fugaz.

Yo he aparecido en muchas películas a lo largo de los años (por estos días pueden apreciar todo mi prístino encanto en Copacabana) y juro que nunca me he hecho a una pasta que se acerque remotamente a esa cifra.

Tal vez esta sea la señal que el entretenimiento estaba esperando. Si, por ejemplo, una película de Jolson puede alcanzar diez millones en taquillas sin tener a Jolson, ¿cuánto hubiera podido obtener sin Evelyn Keyes o William Demarest? Es posible que los estudios cinematográficos hayan venido haciéndolo todo al revés. Tal vez deban frenar la costumbre actual de apiñar siete u ocho estrellas y en lugar de ello eliminar todos los nombres famosos de las producciones.

Ya puedo ver las marquesinas de los teatros –de hecho, no puedo verlas. En realidad casi ni puedo ver las teclas de mi máquina de escribir, pero vamos a obviar ese tema–: “Próxima semana: Quién la besará ahora, sin Olivia de Crawford ni Clark Power”.

No tiene pérdida. Estoy seguro de que millones de personas se mantienen alejadas del cine porque no les simpatizan las estrellas. Pero si les aseguran que fulano y fulana no van a estar besándose horrendamente en la pantalla, se amontonarán y romperán las puertas para entrar.

Hablo desde mi experiencia personal. En la vida me he topado con cientos de personas que me dicen: “Oye, tonto, ¿cuándo vas a dejar de hacer películas y a conseguir un trabajo decente?”. Y si es cierto para mí, con seguridad lo es para docenas de personalidades del cine, muchas de las cuales tienen menos talento que yo.

Este sistema podría aplicarse también a otros campos. Estoy seguro de que muchos candidatos pierden las elecciones porque los votantes han tenido la oportunidad de conocerlos. La próxima gran victoria política será obtenida por el partido que sea tan sagaz de no tener a nadie encabezándolo. Admitamos que ya hay partidos encabezados por nadie, pero es ese tipo de nadie que siempre pronuncia lo mismo: nada. El primer partido que en verdad anuncie que se lanza sin candidatos llegará, estoy seguro, a la oficina de gobierno.

Mi teoría es que hay demasiada gente en demasiadas cosas. Suponga que le llega el anuncio bianual de su dentista, notificándole que sus colmillos están a punto de caerse y tiene que apresurarse al desolladero que tiene por consultorio para no pasar el resto de su vida masticando con las encías. ¿No iría usted con mayor celeridad si supiera que no va a estar allí ese asesino de bata blanca con un cincel en una mano y unos alicates en la otra? Imagine también que las carreras de caballos no tuvieran caballos: miles de personas podrían ir al hipódromo todos los días y ahorrar millones de dólares.

No sabría cómo llamar a mi teoría. Hace unos años hubo una llamada tecnocracia. Quizá esta pueda ser llamada la teoría de la escasez. Saquen a los actores de las películas. Saquen las calabazas y los nabos de los menús de restaurantes. Saquen los beisbolistas de los Cardinals. Saquen a Gromyko de las Naciones Unidas.

Saquen a las esposas del matrimonio. Conozco a cientos de maridos que estarían felices de irse a sus casas si no fuera porque sus esposas los están esperando. Si se elimina a las mujeres del matrimonio, no habrá más divorcios. Claro, alguien podría argumentar: “Y si no hay mujeres, ¿qué va a pasar con la próxima generación?”. Miren, algo he podido atisbar de la próxima generación y tal vez lo mejor sería que todo acabara ahora mismo.

New York Post, julio de 1947


El tío Julius

Querido Irving: Entre un golpe de fortuna y otro, he venido acariciando la idea de nombrarte como padrino de mi inminente hijo. Sin embargo, antes de hacerlo oficial, quisiera ver un certificado notarial de tus bienes. No quiero repetir la triste experiencia que aconteció a mis padres a finales del siglo XIX.

En esa época había un tío Julius en mi familia. Medía un metro y medio sin zapatos, con todo y los calcetines rotos. Tenía una barba puntiaguda de color castaño, anteojos gruesos y una calva en la coronilla del tamaño de una torta de trigo. Por alguna razón, a mi madre se le metió en la cabeza que el tío Julius era rico y le dijo a mi padre (que nunca entendía a mi madre) que sería una brillante estrategia lisonjera convertir al tío Julius en mi padrino.

Bueno, como nos sucede a todos, finalmente nací y antes de que pudiera decir “Jack Robinson” me bautizaron Julius. En el momento en que este histórico evento ocurría, mi tío estaba en la trastienda de un almacén de cigarros sobre la Tercera Avenida, ganándoles a todos en los naipes. Cuando le llegó la noticia de que lo habían nombrado mi padrino, dejó todo a un lado, incluidos dos ases que llevaba en la manga en caso de emergencia, y salió apresurado a nuestro apartamento.

En un discurso tan húmedo de emoción que sus anteojos lo enceguecieron, dijo que se sentía abrumado por ese gesto sentimental de nuestra parte y sugirió que mi futuro color de rosa estaría irrevocablemente ligado al suyo. Al concluir sus palabras, aún incapaz de ver a través de sus lentes nublados, besó a mi padre, le dio un cigarro a mi madre y corrió de regreso a su juego de cartas.

Dos semanas más tarde se pasó a vivir con nosotros. Con el paso del tiempo, mi madre empezó a sospechar y un día, conversando en familia, no solo descubrió que el tío Julius parecía carecer de fondos sino que, aún peor, le estaba debiendo 34 dólares a mi padre.

Puesto que el tío solamente medía un metro y medio, mi padre se ofreció a sacarlo de la casa pero mi madre dijo: “Esperemos un poco más”. Había leído de varios casos en los que personas millonarias tenían vida de pobres para después de fallecidos dejar enormes fortunas a sus herederos.

De modo que se quedó con nosotros hasta que yo me casé. Para ese momento ya tenía la mejor habitación de toda la casa y le debía a mi padre 84 dólares. Poco tiempo después de mi boda, mi madre admitió por fin que el tío Julius había sido un error abominable y le ordenó a mi padre que lo echara a la calle. Pero el tío Julius había crecido un par de pulgadas con los años, en tanto que mi padre se había encogido proporcionalmente. Por eso terminó convenciendo a mi madre de que la violencia no era la solución al problema.

En breve, el tío Julius resolvió todo el lío largándose de este mundo, con lo cual me convirtió en su único heredero. Cuando se probó su patrimonio, este consistía en una bola número 9 que se había robado de un salón de billar, una cajita de pastillas para el hígado y una pechera de plástico.

Supongo que debería ser más sentimental con este caso pero fue un golpe severo para todos nosotros y, si puedo evitarlo, no va a suceder de nuevo. El punto es que mi actual esposa tiene un tío llamado Percy. Ella admite que no es el mejor de los nombres, pero dice que el tío Percy es un tipo poderoso en el sur. Le han dicho que en Nashville, por ejemplo, es prácticamente imposible ir a algún lado sin oír mencionar a su tío y está segura de que, si bautizamos a nuestro hijo con ese nombre, el pequeño Percy vivirá confortablemente. Sin que mi esposa lo supiera, hice que investigaran a su tío y descubrí que Percy es la versión sureña del tío Julius. Su gran negocio consiste en vender barras de chocolate en la estación de trenes de Nashville. ¡Así que Percy queda descalificado!

Bueno, Irving, esa es la historia. Si estás interesado, házmelo saber tan pronto como sea posible y recuerda: un estado financiero actualizado ayudará considerablemente a hacer todo más expedito.

Amorosamente tuyo,

Groucho Marx

The Hollywood Reporter, marzo de 1946


Sólo hay espacio de pie

No hace mucho, un reportero de Nueva York descubrió que una mujer enana vivía dentro de una cabina telefónica. Su equipo de ama de casa consistía en una estufa portátil, una silla plegable, un manojo de habas y una revista Selecciones. “Lo considero un golpe de suerte”, declaró la mujer. “Piense que no solo tengo un hogar, sino algo mucho más difícil de conseguir: un teléfono”.

Si la empresa telefónica no se opone a perder unos cuantos millones de monedas de cinco centavos al año, este puede ser el inicio de un nuevo estilo de vida.

Claro, entiendo que hay probablemente más cabinas que enanos, pero pienso que con algo de práctica las personas altas podrían también adaptarse a ese hábitat. Desde luego, tendrían que aprender a dormir de pie, pero no es tan difícil: hasta los caballos pueden hacerlo.

Y existen otras posibilidades para vivir agradablemente, más allá de las cabinas telefónicas. Un amigo mío ha encontrado refugio en el tanque de gas municipal. La familia tiene que usar respiradores, desde luego, y la esposa del tipo no lo deja fumar dentro. Pero al menos tienen un techo arriba de sus cabezas, 75 metros arriba, para ser exactos.

Otro amigo tiene un apartamento de soltero en una mezcladora de cemento. Ni siquiera necesita un despertador: cuando los obreros encienden la mezcladora en la mañana, se despierta sin falta. Sin embargo, se queja de lo difícil que es vestirse cuando está apurado.

¿Ha pensado en un establo? La mitad de la gente que conozco creció en establos, y hoy ganan mucho dinero.

En California, la gente tiene ideas incluso más elaboradas para conseguir un hogar. Están comprando tranvías para convertirlos en cabañas. Luego de la transformación quedan equipados con cocineta, baño y un estupendo sistema de timbre para llamar al mayordomo, en caso de que puedan tener un mayordomo. Yo personalmente prefiero una mucama francesa. Pero mi sensación general es que resulta mejor olvidarse del tranvía inmóvil y hacerse a uno que todavía esté en ruta. Imagino que su respuesta será: “Pero es posible que no tenga dónde sentarme”. Tal como lo imaginaba: usted es ese tipo de persona holgazana que quiere estar sentada todo el día. Pero no vamos a pelear por eso. El truco consiste en llegar a la primera estación muy temprano en la mañana. Por diez centavos –siete, si vive en Cleveland– usted tendrá un hogar durante todo el día. Es cierto que habrá sobresaltos, pero a cambio conocerá un montón de nuevas caras, muchas de ellas mejores que la suya.

Vivir en un tranvía tiene muchas ventajas. Hay un constante cambio de paisaje y, si es usted muy tacaño para suscribirse a un periódico, puede esperar a que alguien deje un ejemplar tirado en el piso. Si la ruta pasa por un barrio rico, podría incluso hacerse a algunas revistas. Y quién sabe: si es usted una señorita, al cabo de un par de años podría incluso casarse con el conductor.

Otro posible hogar es una jaula del zoológico. No recomiendo esta modalidad para parejas casadas ya que, francamente, no hay mucha privacidad en una jaula. En cambio, para un joven soltero definitivamente ofrece muchas posibilidades. El pabellón de los monos es tal vez su mejor opción: hasta podría quedarse ahí permanentemente sin que nadie note la diferencia. Para no hacerse notar demasiado, yo le sugeriría sacarse la ropa antes de entrar a la jaula. Pero no convirtamos esto en un problema: si usted es un ex soldado, lo más probable es que ni siquiera tenga ropa.

Si en cambio usted es uno de esos tipos afortunados que tienen un lapicero que escribe debajo del agua, podría intentar vivir en una piscina. La ventaja es que puede bañarse y contestar su correspondencia al mismo tiempo. Encontrará una piscina en casi todo jardín trasero de Hollywood. Son piscinas que ya vienen equipadas con trampolín, balsa inflable para hacer reuniones de trabajo, y tres chicas en traje de baño que se parecen a Jane Russell.

Y si tiene la fortuna de vivir en las afueras de California y no puede encontrar una piscina, podría seguir el ejemplo de un amigo que vive en un pozo. El único equipo que se requiere son un par de botas de pesca y una buena provisión de zanahorias para poder leer en la oscuridad. Dice mi amigo que el servicio de transporte está bien: sale de su hogar en el balde de las 8:00 y regresa en el de las 5:45. El único inconveniente es que todo el tiempo los vecinos se dejan caer inesperadamente.

Si usted no es cobarde, una solución al problema de vivienda es alquilar una casa embrujada. Los callejones de los pueblos están llenos de magníficas casonas que permanecen vacías simplemente porque hay gente pusilánime que teme habitarlas. Un joven recién casado no vacila si le ofrecen irse a vivir a casa de sus suegros, pero si en cambio le sugieren una casa embrujada (que en mi opinión resulta un lugar más seguro) se pone pálido y lanza excusas tontas con voz temblorosa.

Para esa gente sin coraje, yo recomiendo un árbol. Se trata de una vivienda plenamente segura a no ser que usted sea sonámbulo, y desde las ramas altas se tiene una vista preciosa de los alrededores. Sugiero incluso que sea un árbol de nueces, ya que están llenas de vitaminas y las cáscaras vacías pueden usarse como ceniceros.

A esta altura, probablemente estarán de acuerdo conmigo en que el problema de vivienda tiene solución. El inconveniente es que nos hemos ablandado, pensando erróneamente y aferrándonos a la idea anticuada de que un hombre solo puede ser feliz en una casa. ¡Qué ridículo! En los sectores rurales, los gallineros se están volviendo cada vez más populares. Los modelos más elegantes vienen con calefacción, lámpara solar y trituradora de granos, y si usted les agrega cuadros y cortinas puede sentir aún más el calor de hogar. Para evitar cualquier sospecha, es bueno que empiece a cacarear al amanecer. Si el granjero es uno de esos tipos rústicos con escopeta, hay que ser más astuto que él. Esté atento a sus pisadas y, si siente que se está aproximando al gallinero, corra a posarse sobre un montón de huevos y quédese ahí quieto hasta que se vaya.

Existen muchos otros sustitutos de hogares. Hay cuarteles, canaletas, carpas, bolsas de dormir e incluso casas de muñecas de tamaño gigante. Sin embargo yo no recomendaría este último, ya que alguna vez tuve una mala experiencia en una casa de muñecas. El papá de la muñeca me persiguió con un bate de béisbol. 

Mucha gente ya está viviendo en los palcos de los cines. El espacio es ideal para dormir, como también lo son muchas de las películas. En el vestíbulo se pueden comprar crispetas, mentas, barras de chocolate y maní. En los baños encontrará agua fría, básculas para pesarse y algo de poesía.

En conclusión, le digo a mi país: “Mantengamos la frente en alto. Recuerden que somos una nación productiva. El hogar lo hacemos nosotros”. Si tuviera tiempo, podría enseñarles muchas otras maneras de solventar la crisis de vivienda, pero debo salir ahora a buscarme una habitación amoblada. El gran danés cuya casa alquilé está regresando de Florida. Y, como suelo decir, ninguna casa es suficientemente grande para dos familias. ?

This Week, noviembre de 1946

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