Yo no habría entendido nada de la vida, si no hubiera abrazado tonta, febrilmente, algunas causas que ahora, cuando lo pienso, me hacen enrojecer. Pero debo a esas vergüenzas, a esos «remordimientos», la poca sabiduría que he adquirido. [p. 165]
No hay que confundir brillantez con talento. La mayoría de las veces, la brillantez es lo propio del falso genio. Por otro lado, sin ella, sólo hay aburrimiento. Pues ella es la que infunde mordacidad a las verdades y, naturalmente, a los errores. [p. 165-166]
Habría que habituarse a que no se gana nada con vivir ni, por los demás, con morir. A partir de esa certeza, podríamos organizar decentemente nuestra existencia. [p.166]
Hay que humillar al hombre. Los peligros resultantes son muchos menores que los que suscita su arrogancia.
Un animal naturalmente arrogante: la única forma de hacerlo entrar en razón es mostrarle con qué lodo está amasado.
Pero no se deben subestimar los peligros de la humillación. [p. 166]
Una obra no cuenta, no existe, salvo si se ha preparado en la sombra tan minuciosamente como un golpe por un bandido. En los dos casos, lo que importa es la cantidad de atención. [p. 167]
Ya no acepto nada de oficio. Casi por doquier valores dudosos, falsos. El de aquí abajo es el reino de lo inesencial. [p. 168]
Toda la influencia que sufrimos, si se prolonga demasiado, resulta esterilizante y nefasta. El odio del discípulo contra el maestro es señal de salud. Sólo se llega a ser uno mismo mediante el rechazo de las influencias, a condición, naturalmente, de que ese rechazo sea el efecto de una exigencia profunda, de una llamada interior, y no de la fatiga o la insolencia (como ocurre en casi todas emancipaciones literarias o filosóficas.)
«Me has enseñado demasiadas cosas, nunca te lo perdonaré», murmura el discípulo al ver alejarse al maestro. Sufrir una influencia es admitir que otro trabaja para nosotros. [p. 169]
Decepción «sin motivo», sin consciencia de desgracia, sin ningún sentimiento de decadencia – desesperación pura- y de nuevo la certidumbre –en modo alguno triste- de que el suicidio es la única salida, el único consuelo, la puerta, la gran puerta. Pasar al otro lado eludiendo a la muerte.
La desesperación no me deprime, me eleva. La desesperación es distinta del desconsuelo, es llama, una llama que atraviesa la sangre. [p.170]
No sólo llevo una vida marginal, sino, además, soy marginal como persona. Vivo en la periferia de la especie y no sé con quién ni a qué afiliarme. [p. 171]
Hoy he meditado sobre la Gita y esta noche he buscado una tasca que tuviera un aparato de música para escuchar la canción de moda y que me gusta bastante, debo decirlo: those where the days de Mary Hompkings. [p.171]
Si queremos ser, tenemos que hacer el vacío a nuestro alrededor. Cultivemos, pues, ese vacío, agrandemoslo, sustituyamos todo lo que es por él. p. 171
La utopía corresponde al infantilismo. Entraña un procedimiento mental que me da nauseas. Nada es más contrario a mi naturaleza, a mis ideas, a mis sensaciones, lo que no me impide reconocer que representa una constante del espíritu humano y que el hombre no puede prescindir de divagaciones utópicas, si quiere actuar, enseñar, predicar, ectétera. No se puede agitar la sociedad de las máximas de La Rochefoucauld. [p.173]
No cabe duda de que la vida carece de sentido. Pero mientras eres joven, no tiene la menor importancia. No ocurre lo mismo a partir de cierta edad. Entonces empiezas a preocuparte. La inquietud se convierte en problemas y los viejos, que ya nada tienen que hacer se dedican a él, sin tener tiempo ni capacidad para resolverlo. Eso explica porqué no se matan en masa, como debiera hacerlo, si estuvieran un poquito menos absortos. [p. 174]
Mi misión es la de sacar a la gente de su sueño eterno, aún sabiendo que cometo un crimen y que valdría mil veces más dejarlos perseverar en él, ya que además cuando despiertan nada tengo que proponerles. [p. 174]
No he escrito con sangre, he escrito con todas las lágrimas que nunca he derramado. Aún cuando fuera lógico, seguiría siendo elegíaco. La exclusión del paraíso la vivo todos los días, con la misma pasión y el mismo pesar que el primer desterrado. [p. 175]
Desde que existo mi único y exclusivo problema ha sido el siguiente: ¿cómo dejar de sufrir? Sólo he podido resolverlo por escapatorias, es decir que no lo he resuelto en absoluto.
Seguramente he sufrido mucho por diversas dolencias, pero la razón esencial de mis tormentos se ha debido al ser, al ser mismo, al puro hecho de existir, y por eso no hay sosiego para mí. He vivido en la nostalgia del premundo, en la embriagues anterior a la creación, en el éxtasis puro de todo, he sido contemporáneo de Dios, que conversa consigo mismo sumido en su propio abismo, en la felicidad de antes de la luz, de antes de la palabra. [p. 175]
Libradnos del Psicoanalisis y después nos libraremos de los males de los que habla. [p. 176]
Lo que es seguro es que todo es engaño. Una vez establecida esa certidumbre, nada está resuelto. Acaban de comenzar los verdaderos problemas. Y, sin embargo, con rigor estricto, no debería haber problemas, verdaderos ni falsos, después de la comprobación del engaño universal. Pero el ser sobrevive al rigor. Es incluso su carácter esencial, la definición misma del ser. El ser es lo increíble en estado permanente. [p. 176-177]
La vida es extraordinaria, en el sentido en el que el acto sexual lo es: durante y no después. En cuanto nos salimos de la vida y la miramos desde afuera, todo se hunde, todo parece engaño, como después de la hazaña sexual.
Todo placer es extraordinario e irreal y lo mismo ocurre con todo acto de vida. [p. 178]
No son los pesimistas, sino los decepcionados, los que escriben bien. [p. 179]
He puesto en mis libros lo peor de mí mismo. Por fortuna, porque, sino, ¡qué cantidad de venenos no habría acumulado! Mis libros rebosan con mis malos humores, mis rencores… pero tal vez fuera necesario, porque, sino, no habría podido salvaguardar cierta apariencia de equilibrio, de «razón». Hablo sobre todo de mis escritos rumanos, en los que el delirio es omnipresente. [p. 179]
Me reprochan ciertas páginas de Schimbarea La fata ¡Libro escrito escrito hace treinta y cinco años! Tenía veintitrés años y estaba más loco que nadie. Ayer hojee ese libro, me pareció que lo había escrito en una vida anterior; en cualquier caso, mi yo actual no se reconoce en el autor.
Así se ve hasta qué punto es inextricable el problema de la responsabilidad.
¡La de cosas en las que pude creer en mi juventud! [p. 180]
Acabo de encontrarme con Goldmann en casa de Gabriel Marcel, después hemos ido paseando y luego hemos entrado en un café. Me ha acompañado hasta mi casa. Es un hombre que no carece de encanto. Durante veinte años me ha creado fama de antisemita y enormes problemas. En una hora nos hemos hecho amigos. ¡Qué curiosa es la vida! [p. 180]
Me gusta el campo… y vivo en una metrópolis; me horroriza el estilo y cuido mis frases; soy un escéptico empedernido… y leo principalmente a los místicos… y así podría seguir indefinidamente. [p.180]
Hago mal en quejarme de mis compatriotas y de sus preguntas indiscretas, pues tienen sus ventajas: te provocan, te irritan, te conmueven, te… te causan el mismo efecto que ciertos procedimientos brutales empleados en el zen para suscitar el satori. ¿Por qué no habría una gilipollez desencadenar una iluminación? Equivale perfectamente a un puñetazo en plena cara. [p.181-182]
La metafísica, con mayor razón, la teología son antropormofismo escandaloso. Una y otra se reducen a una suprema coquetería del hombre, en éxtasis ante su propio genio. En cuanto se echa un vistazo a sus divagaciones, no queda ni una que escape al ridículo. [p. 182.183]
Lo que debo a la Iron Guard. Las consecuencias que hube de sacar de un simple arrebato juvenil fueron y son tan desproporcionadas que desde entonces me ha resultado imposible erigirme en adalid de una causa aunque fuera inofensiva o noble o sabe dios qué.
Es bueno haber pagado muy cara una locura de juventud; después, te evitas más de una decepción. [p. 184]
Intentar extraer la esencia de cada día y, a ser posible, de cada hora, como si tuviera el tiempo contado. Y… lo tengo yo y todo el mundo. Pero no pensamos bastante en ello y así perdemos el tiempo, lo dejamos pasar sin intentar retener su sustancia si es que la tiene. [p. 184]
reírse burlonamente o rezar: todo lo demás es accesorio. [p.185]
Lo he consignado con frecuencia en estos cuardernos y lo he escrito incluso en mis libros, pero vuelvo a abordarlo, porque es absolutamente cierto. Una desgracia predicha, cuando por fin se produce, es diez, cien, veces más dura de soportar que una que no nos esperábamos. Es que durante toda la dirección de nuestras aprensiones la hemos vivido por adelanto y, cuando surge, al sumarse esos tormentos anteriores a los del presente, forman juntos una masa, de un peso intolerable. [p.186]
Sólo hay un problema: el de la muerte. Debatir sobre otra cosa es perder el tiempo, es dar muestras de una futilidad increíble.
… Eso es lo que las religiones han comprendido perfectamente. A eso se debe su superioridad sobre la filosofía. [p. 186]
El origen de todas nuestras servidumbres radica en el apego. Cuando más queremos ser libres, menos nos vinculamos con las personas y con las cosas. Pero, una vez vinculados, ¡qué drama es deshacernos de ellas! Comenzamos a vivir creándonos vínculos; cuando más avanzamos más fuertes se vuelven. Llega un momento en que comprendemos que representan otras tantas cadenas, que es demasiado tarde para sacudirlas, pues estamos demasiado habituados a ellas. [p.186-187]
Superar la vida en el centro, en el cogollo de la muerte, y la muerte.
Un agonizante llorando de alegría: Bach es eso con frecuencia. [p. 188]
13 de mayo.
Los «malos deseos», los vicios, las pasiones dudosas y condenables, el gusto por el lujo, la envidia, la emulación siniestra, etcétera, son los que mueven a la sociedad, ¿qué digo? Los que hacen posible la existencia, la «vida». [p. 188-189]
El budismo no es «pesimista». El budismo es la serenidad consecutiva a una liquidación general… la beatitud de la no posesión. [p. 189]
La cosa más difícil es tener una experiencia filosófica profunda y formularla sin recurrir a la jerga de escuela, que representa una solución de facilidad, escamoteo y casi una impostura. [p. 189]
Hace veinticinco años, el poema que fue un acontecimiento para mí fue The Garden of love, de Blake.
Veía en él el tipo de desengaño conforme a mi corazón. [p.190]
Lo que no funciona en la Historia es que está escrita por profesores, personas pacíficas que describen vidas tumultuosas. Por una parte, cuando personas de mentalidad activa, militante, se transforman en historiadores, son incapaces de respetar la verdad o simplemente de encaminarse hacia ella. [p. 191]
La duda es el comienzo y tal vez el fin de la filosofía. Carneades, es su celebre embajada a Roma habló una primera vez en pro de la idea de justicia… y el día siguiente contra ella. Aquél día hizo su aparición la filosofía, hasta entonces inexistente en aquel país de costumbres rudas y sanas. ¿Cuál es esa filosofía? El gusano en la fruta.
La filosofía, al menos en sus intenciones, no socava las virtudes, quiere preservarlas incluso, pero, en realidad, las debilita; más aún: sólo pueden hacer si empiezan a vacilar. Y la filosofía les asienta, a su pesar, un golpe fatal a la larga. [p. 193]
Los estoicos tienen razón en teoría. En la práctica, todo juega contra ellos. De la mañana a la noche, no hacemos otra cosa que tomar posición a favor o en contra de cosas sobre las que podemos hacer; la «vida» es eso, es un intento demencial de salir de nuestra impotencia; la «vida» es la carrera a un tiempo querida e inevitable hacia (…acaba de sonar el teléfono y he olvidado lo que quería decir) [p. 194]
16 de junio.
El insomne es por necesidad un teórico del suicidio. [p. 195]
El otoño es mucho más demostrativo que un cementerio. El otoño en un cementerio es casi una redundancia.
Todo está destina a caer. Ese es incluso el sentido profundo del tiempo. [p. 197]
Nietzsche es sin lugar a dudas el mayor estilista alemán. En un país en el que los filósofos escribían tan mal, debían hacer por reacción un genio del verbo, que no existe en un pueblo enamorado del lenguaje como el francés. Pues en Francia no existe el equivalente de un Nietzsche… en el plano de la expresión, quiero decir de la intensidad de la expresión. [p. 198]
La ironía es la muerte de la metafísica. [p. 198]
Mi vida «intelectual» comenzó con mi fe en mi misión (la época de la schibarea la fata.) A los veintitrés años yo era profeta y después se asentó esa fe y de año en año he asistido al ocaso de mi creencia en una misión que desempeñar, en una influencia que ejercer.
Me tomó mucho (?) que el escéptico que hay en mí sea quien se salga con la suya en última instancia. Con la edad me he vuelto modesto, es decir, cada vez más normal. Ahora bien, un hombre mínimamente equivocado no puede arrogarse ni creer con fervor en sí mismo. Cuando pienso que en 1936 (?) vivía en Munich con tal intensidad, mi fiebre me daba tal confianza en mí mismo que llegué a pensar que una nueva religión iba a surgir en los Balcanes. Una confianza que me aterraba, pues no creía que pudiera soportar semejante tensión por mucho tiempo más (he seguido el trayecto opuesto exactamente al de Nietzsche. Comencé con… Ecce homo. Pues eso es peculmile disperanii: un desafío lanzado al mundo. Ahora todo desafío me parece demasiado infantil y soy demasiado escéptico para lanzarlo). [p. 199-200]
25 de noviembre.
Sólo una cosa cuenta: seguir nuestra naturaleza, hacer lo que estamos destinados a hacer, no ser indignos de nosotros mismos.
Toda mi vida, por miedo a traicionarme, he rechazado todas las oportunidades que me han ofrecido. Por eso mi primera reacción ante el éxito es la de retroceder. [p. 200-201]