«La ética más sabia que conozco la predicaba un viejo solitario y anarquista que vivía cerca de mi casa, cuando yo era niño, en San Francisco de Paula. Aquel viejo era vigilante nocturno en la casa de un americano patilludo y grande, tenía un Cadillac negro y vivía en una buena finca. A veces yo iba allí a mirar La Habana. Desde la loma de aquella finca se ve toda la ciudad. Iba escondido porque el americano era cascarrabias y no le gustaban los intrusos. Me sentaba a conversar con Pedro Pablo, que de día ayudaba a arreglar los jardines, y me decía: "la vida debe regirse con dos cláusulas. La primera dice: cada ser humano tiene derecho a ser lo que le dé la gana. Y la segunda: nadie está obligado a obedecer la cláusula anterior"».
— Pedro Juan Gutiérrez, Sabor a mí, ‘Trilogia Sucia de la Habana’. Editorial Anagrama, p. 150
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