Cuida tu boca
más salvaje que un puñal,
más peligrosa que una mano sin cerebro.
Tu boca vagina de ángel,
ano de Dios.
Introduzco mis dedos
y palpo babosa pulpa vibrante.
Meto mi lengua
y sacudo tu esófago de cavidad a cavidad.
Encajo mi sexo,
se asesinan lenguajes enteros.
Sintaxis de la piel
estercolero verbo: cachar,
honor y yugo nuestro: amar.
Ahora estoy en ti,
soy un sexonauta en mi grandioso espacio negro.
Y sí, eres mía. Te hago mía y no me importan
los cacareos guaneros de las feministas.
Esto se trata de posesión.
Estamos poseídos por demonios de acalorados cachetes rojos.
¡Miento!
¡Lo somos!
Ahora animales, ahora presos del desprecio a la libertad
Tan rápido que el placer hiere.
Y deseo verte llorar, y lloras y gritas
(¿te burlas de mí?)
y más fuerte, tapemos los oídos de este planeta,
comienzo a darte golpes en la espalda,
siento que la luna agarra al mar por el cogote,
lo estrangula y le mete la lengua en el ojo.
Viene la marea, todo se eleva. Tu risa líquida
mancha el techo dejando diminutos puntos salados.
Por un momento el infierno se congela,
el Papa excrementa en la boca de una niña negra
el Sol desata los mundos, la gravedad se reinicia
todos los hombres se elevan
gritando “¡MILAGRO!”
Pero yo grito:
¡TE AMO!
— Willni Dávalos, Ceros y cruces (Perú: Pardiez Editores, 2008), 91-93 pp.
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