Acompáñese con vino.
lunes, 28 de abril de 2014
SI LOS POETAS FUERAN MENOS TONTOS. Boris Vian
Si los poetas fueran menos tontos
Y si fueran menos perezosos
Harían a todos felices
Para poder dedicarse en paz
A sus sufrimientos literarios
Construirían casas amarillas
Con grandes jardines delante
Y árboles llenos de pájaros
Mirliflautas y lisosos
Parongros y verderones
Y pequeños cuervos muy rojos
Que dirían la buena ventura
Habría grandes chorros de agua
Con luces dentro
Habría doscientos peces
Desde el crusco hasta el ramusón
De la libela al pepamulo
De la aguja al rara curul
Y de la avela al cañizón
Habría aire completamente nuevo
Perfumado con el olor de las hojas
Comeríamos cuando quisiéramos
Y trabajaríamos sin prisa
Para construir escaleras
De formas nunca vistas
Con maderas veteadas de malva
Suaves como ella bajo los dedos
Pero los poetas son muy tontos
Escriben para comenzar
En vez de ponerse a trabajar
Y eso les da remordimientos
Que conservan hasta la muerte
Encantados de haber sufrido tanto
Les dan grandes discursos
Y se les olvida en un día
Pero si fueran menos perezosos
Sólo en dos serían olvidados.
No quisiera morir, 1962 (póstumo). Traducción de Juan Antonio Tello.
viernes, 25 de abril de 2014
BABY H.P. Juan José Arreola
Señora ama de casa: convierta usted en fuerza motriz la vitalidad de sus niños. Ya tenemos a la venta el maravilloso Baby H.P., un aparato que está llamado a revolucionar la economía hogareña.
El Baby H.P. es una estructura de metal muy resistente y ligera que se adapta con perfección al delicado cuerpo infantil, mediante cómodos cinturones, pulseras, anillos y broches. Las ramificaciones de este esqueleto suplementario recogen cada uno de los movimientos del niño, haciéndolos converger en una botellita de Leyden que puede colocarse en la espalda o en el pecho, según necesidad. Una aguja indicadora señala el momento en que la botella está llena. Entonces usted, señora, debe desprenderla y enchufarla en un depósito especial, para que se descargue automáticamente. Este depósito puede colocarse en cualquier rincón de la casa, y representa una preciosa alcancía de electricidad disponible en todo momento para fines de alumbrado y calefacción, así como para impulsar alguno de los innumerables artefactos que invaden ahora los hogares.
De hoy en adelante usted verá con otros ojos el agobiante ajetreo de sus hijos. Y ni siquiera perderá la paciencia ante una rabieta convulsiva, pensando en que es una fuente generosa de energía. El pataleo de un niño de pecho durante las veinticuatro horas del día se transforma, gracias al Baby H.P., en unos inútiles segundos de tromba licuadora, o en quince minutos de música radiofónica.
Las familias numerosas pueden satisfacer todas sus demandas de electricidad instalando un Baby H.P. en cada uno de sus vástagos, y hasta realizar un pequeño y lucrativo negocio, trasmitiendo a los vecinos un poco de la energía sobrante. En los grandes edificios de departamentos pueden suplirse satisfactoriamente las fallas del servicio público, enlazando todos los depósitos familiares.
El Baby H.P. no causa ningún trastorno físico ni psíquico en los niños, porque no cohíbe ni trastorna sus movimientos. Por el contrario, algunos médicos opinan que contribuye al desarrollo armonioso de su cuerpo. Y por lo que toca a su espíritu, puede despertarse la ambición individual de las criaturas, otorgándoles pequeñas recompensas cuando sobrepasen sus récords habituales. Para este fin se recomiendan las golosinas azucaradas, que devuelven con creces su valor. Mientras más calorías se añadan a la dieta del niño, más kilovatios se economizan en el contador eléctrico.
Los niños deben tener puesto día y noche su lucrativo H.P. Es importante que lo lleven siempre a la escuela, para que no se pierdan las horas preciosas del recreo, de las que ellos vuelven con el acumulador rebosante de energía.
Los rumores acerca de que algunos niños mueren electrocutados por la corriente que ellos mismos generan son completamente irresponsables. Lo mismo debe decirse sobre el temor supersticioso de que las criaturas provistas de un Baby H.P. atraen rayos y centellas. Ningún accidente de esta naturaleza puede ocurrir, sobre todo si se siguen al pie de la letra las indicaciones contenidas en los folletos explicativos que se obsequian en cada aparato.
El Baby H.P. está disponible en las buenas tiendas en distintos tamaños, modelos y precios. Es un aparato moderno, durable y digno de confianza, y todas sus coyunturas son extensibles. Lleva la garantía de fabricación de la casa J. P. Mansfield & Sons, de Atlanta, Ill.
lunes, 21 de abril de 2014
SOBRE LA ESCRITURA. Gilles Deleuze
«La literatura se decanta más bien hacia lo informe, o lo inacabado» Ibídem. 11
«La escritura es inseparable del devenir; escribiendo, se deviene-mujer, se deviene-animal o vegetal, se deviene-molécula hasta devenir-imperceptible» Ibídem. 11
«El devenir no funciona en el otro sentido, y no se deviene Hombre, en tanto que el hombre se presenta como una forma de expresión dominante que pretende imponerse a cualquier materia, mientras que mujer, animal o molécula contienen siempre un componente de fuga que se sustrae a su propia formalización» Ibídem. 11
«Toda escritura comporta un atletismo» Ibídem. 12
«la literatura sólo empieza cuando nace en nuestros interior una tercera persona que nos desposee del poder de decir Yo (lo ‘neutro’ de Blanchot)» Ibídem. 13
«el escritor como tal no está enfermo, sino que más bien es médico, médico de sí mismo y del mundo. El mundo es el conjunto de síntomas con los que la enfermedad se confunde con el hombre. La literatura se presenta entonces como una iniciativa de salud: no forzosamente el escritor cuenta con una salud de hierro (se produciría en este caso la misma ambigüedad que con el atletismo), pero goza de una irresistible salud pequeñita producto de lo que ha visto y oído de las cosas demasiado grandes para él, demasiado fuertes para él, irrespirables, cuya sucesión le agota, y que le otorgan no obstante unos devenires que una salud de hierro y dominante haría imposibles» Ibídem. 14
«Todo delirio es histórico-mundial, “desplazamiento de razas y continentes”. La literatura es delirio, y en este sentido vive su destino entro dos polos del delirio. El delirio es una enfermedad, la enfermedad por autonomasia, cada vez que erige una raza supuestamente pura y dominante. Pero es el modelo de salud cuando invoca esa raza bastarda oprimida que se agita sin cesar bajo las dominaciones, que resiste a todo lo que la aplasta o la aprisiona, y se perfila en la literatura como proceso. Una vez así, un estado enfermizo corre el peligro de interrumpir el proceso o devenir; y nos encontramos con la misma ambigüedad que en el caso de la salud y el atletismo, el peligro constante de un delirio de dominación se mezcle con el delirio bastardo, y acabe arrastrando a la literatura hacia un fascismo larvado, la enfermedad contra la que está luchando, aun a costa de diagnosticarla dentro de sí misma y de luchar contra sí misma. Objetivo último de la literatura: poner de manifiesto en el delirio esta creación de una salud, o esta invención de un pueblo, es decir una posibilidad de vida. Escribir por ese pueblo que falta (“por” significa menos “en lugar de” que “con la intención de”).» Ibídem. 16
«Virginia Woolf responde: ¿Quién habla de escribir? El escritor no, lo que le preocupa a él es otra cosa.» Ibídem. 18
— En Crítica y Clínica, Editorial Anagrama, 1996, Barcelona.
viernes, 18 de abril de 2014
LAS FACTURAS HEDIONDAS. Xavier Velasco
Por Basilio Læxus
Es un hecho, sobreestimamos las recompensas. Y después, fatalmente, las subestimamos. Sólo cuando no llegan permanecen de moda, tanto así que decirse su acreedor es compensar un poco, mientras tanto; aunque no ganar tiempo, como suele creerse. No se le gana tiempo a lo podrido, si apenas se distingue de lo muerto. Esperar que venga alguien y nos recompense supone convertirnos a la fe amarga de los cobradores. No me digas que nunca te has topado, en la vida y de pronto en el espejo, a uno de esos devotos del fracaso que encuentran recompensa, compensación y revancha en el ocaso de la fortuna ajena. “Si no era para mí, ¿por qué iba a ser para ellos?”, razona el cobrador insatisfecho.
Pasar de cobrador a conquistador es tan simple y tan arduo como dejar atrás la servidumbre de la expectativa. No se puede vivir de aquello que se espera recibir sin convertirse en pordiosero del destino. Y luego, irremisiblemente, en cobrador. Cazador sucesivo y desafortunado de recompensas, compensaciones y revanchas. Y es que nadie recibe bien a un cobrador; menos cuando jamás se da por satisfecho. Pues por mucho que cobre no le será bastante para conquistar nada, y aun en la cima de la cima del mundo encontrará que toda conformidad es sospechosa de conformismo. Hambre ancestral, le llaman, pues ya su intensidad hace temer que el ansia se transmita por la vía genética. Distraído por su avidez en armas, el cobrador olvida que la peste del hambre llega lejos. Sin saberlo, está a expensas del conquistador, que ya le huele el hambre y encuentra que es rehén de sus expectativas.
Esperar: ese verbo irritante. Lo que la gente espera vale poca cosa, y menos todavía cuando se le compara con lo que persigue. No me importa qué esperes, pero igual me intereso por lo que buscas. La búsqueda es la cara opuesta de la expectativa, de modo que el botín es antípoda de la recompensa. Pues si observamos con algún cuidado encontraremos que el concepto de botín deja atrás la perversa disyuntiva entre compensación y recompensa, recompensa y revancha, revancha y compensación, ya que de hecho las abarca todas. En un golpe maestro, el botín nos compensa, venga y recompensa. Elimina la inquina, el rencor, la envidia y la soberbia, entre otros sentimientos echador a perder y susceptibles de encarnar en sarcoma.
Nadie quiere ser llamado traidor, pero menos aún llamarse traicionado. Cual si eso fuese el fin y hubiera que amargarse en adelante. Juran los amargados que la venganza es dulce, pero como se dice en estos caso, qué va a saber el burro de la miel. Endulzarse la vida buscando la desdicha de los otros, luego de años de paladear derrotas gangrenadas, es salpicarse de la misma cagada en la que se pretende ahogar al enemigo. Eso es el odio, al fin: cagada cósmica. El sedimento pútrido del bocado amargo. ¿Espera el vengador, habituado a sobrevivir con semejante dieta de mierda, que dé uno validez al dictamen de su paladar, o le envidie ese aliento a pena descompuesta?
Envidiar: ese vicio pequeño de la gente pequeña. Quien busca la conquista no nada más despierta la envidia de los otros, también sabe leerla y según ella aprende a clasificarlos. En una ecuación fácil, la gente es lo que tiene menos lo que supone que le falta. La ojeriza envidiosa proclama a gritos sus números rojos, cada uno de sus gestos debe pujar por no dejar salir al cobrador tan grande que lleva dentro, pues la fórmula dice que a mayor cobrador, menos persona, y viceversa. A la gente pequeña se le mide por el importe total de sus facturas pendientes de cobranza, multiplicado por -1.
No digo que sea la única forma de medirlo, si entrados a hacer números podríamos sumar los centímetros cúbicos de conciencia ocupados en albergar consulados y cónsules que en vez de pagar renta terminan por cobrarla. Quien pierde el sueño alimentando un rencor asqueroso contra tu Porsche nuevo esperará después compensación por eso. Cuando se entere que te lo robaron, le placerá muy hondo saber que encima de eso fue un robo a mano armada y los ladrones te pasearon medio día dentro de la cajuela. “Para que se le quite”, razona el vengador impenitente, y a esa pomada infecta que de pronto le cubre del culo al paladar tiene el descaro de llamarle dulce. En vez de clausurar el consulado, le otorga nuevo espacio y mayor importancia.
“Se jodió, jo, jo, jo”, rumian los revanchistas, igual que un Santa Claus castigador. Si su idea es que al final nadie se libre de quedar salpicado. Que sólo los amargos tengan derecho a voto a la hora de juzgar si éste o aquel pastel es agrio, dulce o empalagoso. ¿Desde cuándo han cabido las ideas grandes en las mentes estrechas? ¿Es acaso virtud del cobrador la generosidad? Hasta donde se sabe, y para acabar pronto, los cobradores sólo son generosos en el retrete: donde suponen que nadie los ve.
—Xavier Velasco, Puedo explicarlo todo. Alfaguara: México, 2011., pp. 615-617
lunes, 14 de abril de 2014
LAS MOSCAS. Augusto Monterroso.
Hay tres temas: el amor, la muerte y las moscas. Desde que el hombre existe, ese sentimiento, ese temor, esas presencias lo han acompañado siempre. Traten otros los dos primeros. Yo me ocupo de las moscas, que son mejores que los hombres, pero no que las mujeres. Hace años tuve la idea de reunir una antología universal de la mosca. La sigo teniendo. Sin embargo, pronto me di cuenta de que era una empresa prácticamente infinita. La mosca invade todas las literaturas y, claro, donde uno pone el ojo encuentra la mosca. No hay verdadero escritor que en su oportunidad no le haya dedicado un poema, una página, un párrafo, una línea; y si eres escritor y no lo has hecho te aconsejo que sigas mi ejemplo y corras a hacerlo; las moscas son Euménides, Erinias; son castigadoras. Son las vengadoras de no sabesmos qué; pero tú sabes que alguna vez te han perseguido y, en cuanto lo sabes, que te perseguirán para siempre. Ellas vigilan. Son las vicarias de alguien innombrable, buenísimo o maligno. Te exigen. Te siguen. Te observan. Cuando finalmente mueras es probable, y triste, que baste una mosca para llevar quién puede decir a dónde tu pobre alma distraída. Las moscas transportan, heredándose infinitamente la carga, las almas de nuestros muertos, de nuestros antepasados, que así continúan cerca de nosotros, acompañándonos, empeñados en protegernos. Nuestras pequeñas almas transmigan a través de ellas y ellas acumulan sabiduría y conocen todo lo que nosotros no nos atrevemos a conocer. Quizá el último transmisor de nuestra torpe cultura occidental sea el cuerpo de esa mosca, que ha venido reproduciéndose sin enriquerecerse a lo largo de los siglos. Y, bien mirada, creo que dijo Milla (autor que por supuesto desconoces pero que gracias a haberse ocupado de la mosca oyes mencionar hoy por primera vez), la mosca no es tan fea como a primera vista parece. Pero es que a primera vista no parece fea, precisamente porque nadie ha visto nunca una mosca a primera vista. A nadie se le ha ocurrido preguntarse si la mosca fue antes o después. En el principio fue la mosca. (Era casi imposible que no apareciera aquí eso de que en el principio fue la mosca o cualquier otra cosa. De esas frases vivimos. Frases mosca que, como los dolores mosca, no significan nada. Las frases perseguidoras de que están llenas nuestros libros.) Olvídalo. Es más fácil que una mosca se pare en la nariz del papa que el papa se pare en la nariz de una mosca. El papa, o el rey o el presidente (el presidente de la república, claro; el presidente de una compañía financiera o comercial o de productos equis es por lo general tan necio que se considera superior a ellas) son incapaces de llamar a su guardia suiza o a su guardia real o a sus guardias presidenciales para exterminar una mosca. Al contrario, son tolerantes y, cuando más, se rascan la nariz. Saben. Y saben que también la mosca sabe y los vigila; saben que lo que en realidad tenemos son moscas de la guarda que nos cuidan a toda hora de caer en pecados auténticos, grandes, para los cuales se necesitan ángeles de la guarda de verdad que de pronto se descuiden y se vuelvan cómplices, como el ángel de la guarda de Hitler, o como el de Jonhson. Pero no hay que hacer caso. Vuelve a las narices. La mosca que se posó en la tuya es descendiente directa de la que se paró en la de Cleopatra. Y una vez más caes en las alusiones retóricas prefabricadas que todo el mundo ha hecho antes. Pues a pesar tuyo haces literatura. La mosca quiere que la envuelvas en esa atmósfera de reyes, papas y emperadores. Y lo logra. Te domina. No puedes hablar de ella sin sentirte inclinado hacia la grandeza. Oh, Melville, tenías que recorrer los mares para instalar al fin esa gran ballena blanca sobre tu escritorio de Pittsfield, Massachussetts, sin darte cuenta de que el Mal revoleteaba desde mucho antes alrededor de tu helado de fresa en las calurosas tardes de niñez y, pasados los años,sobre ti mismo en el crepúsculo te arrancabas uno que otro pelo de la barba dorada leyendo a Cervantes y puliendo tu estilo; y no necesariamente en aquella enormidad informe de huesos y esperma incapaz de hacer mal alguno sino a quien interrumpiera su siesta, como el loquito Ahab, ¿Y Poe y su cuervo? Ridículo. Tú mira la mosca. Observa. Piensa.
— Augusto Monterroso, Las moscas, en Movimiento Perpetuo. Seix Barral: Barcelona, 1983.
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